Heidi Krieger ganó la medalla de oro de lanzamiento de peso femenino en el Campeonato de Europa de 1986, celebrado en Stuttgart. Ataviada con la equipación de la República Democrática Alemana, subió a lo más alto del podio, alcanzando así el mejor resultado deportivo de su carrera; pero, por aquel entonces, no era consciente de ser víctima de un arraigado dopaje de Estado. Once años después, en 1997, Heidi decidió someterse a una operación de cambio de sexo: su cuerpo había evolucionado hasta adoptar una apariencia masculina por culpa de un consumo desorbitado —aunque involuntario— de esteroides. Hoy Heidi se llama Andreas.
Este es el caso más estremecedor de una época —desde mediados de los años 60 hasta la caída de la Unión Soviética en 1991— donde el deporte se configuró como un eslabón más del enfrentamiento por la supremacía mundial entre los dos grandes bloques ideológicos: el comunista y el capitalista. La extinta RDA —un país de 16 millones de habitantes que logró 403 medallas en cinco ediciones de los Juegos Olímpicos— articuló un entramado de dopaje del que formaban parte funcionarios, empresas farmacéuticas, médicos, entrenadores… Era una cadena perfectamente elaborada para suministrar a los deportistas “sustancias de apoyo”: unas pastillas redondas de color azulado que resultaron ser Oral Turinabol, una potente hormona que desarrollaba la musculatura y aumentaba la fuerza.
Tras la desclasificación de los documentos de la Stasi, la policía política de la RDA, se reveló que más de 10.000 deportistas habían sido sometidos a estas prácticas. Y así, en todos los satélites al amparo de la URSS. El éxito deportivo prevalecía por encima de la salud de los propios atletas. De la misma forma que había una carrera por alunizar antes que el bloque rival, era obligatorio cosechar un mayor bagaje de medallas.
En ese contexto, la pista de atletismo atestiguó marcas inverosímiles hoy en día; récords imbatibles para las generaciones posteriores. Aquello, más que seres humanos, eran máquinas experimentales al servicio de la ciencia. De la década de 1980 todavía continúan vigentes 12 plusmarcas mundiales: dos masculinas y diez femeninas. Exceptuando los récords de las estadounidenses Florence Griffith Joyner (100 y 200 metros) y de Jackie Joyner-Kersee (heptatlón), todos los demás pertenecen a atletas de países de Europa del Este.
Buscar credibilidad y limpiar imagen
Esos viejos fantasmas han revivido con el ya demostrado dopaje de Estado sistemático de Rusia —véase el Informe McLaren— y con el continuo goteo de sanciones impuestas por el COI y las Federaciones Internacionales a, principalmente, deportistas rusos y de expaíses soviéticos tras reanalizar muestras de Pekín 2008 y Londres 2012. La mayoría de los positivos han sido por Turinabol y estanozolol, las sustancias estrella de los años 80. En esa cruzada contra los tramposos, el atletismo ha sido uno de los deportes más infectados.
La vieja IAAF (Federación Internacional de Atletismo) del corrupto Lamine Diack cedió el testigo a un organismo bastante renovado por Sebastian Coe, a quien no le ha temblado la mano a la hora de prohibir la participación de los atletas rusos en competiciones internacionales (la sanción continúa vigente, sin fecha para la reinserción) y quien ha creado una comisión independiente para estudiar los casos de doping.
Pero ha sido la Federación Europea (EAA) la primera en abordar una cuestión escabrosa: ¿son creíbles esos récords de los 80, o se lograron gracias a métodos ilegales? Este lunes, su presidente, Svein Arne Hansen, anunció la creación de un grupo especial de trabajo para examinar la credibilidad de las plusmarcas europeas.
“Celebrar un récord de Europa después de haber sido coronado como campeón de Europa es la cima de nuestro deporte. Los poseedores de esas marcas deberían ser héroes a imitar cuyas actuaciones sean respetadas y no infundan dudas entre nuestros seguidores y el resto de atletas. Deberían ser 100% creíbles. Sin embargo, esto no sucede actualmente con algunos de los registros que figuran en la lista de récords europeos y por eso he encargado esta revisión”, dijo Hansen.
Este equipo, compuesto por siete personas y dirigido por el irlandés Pierce O’Callaghan, evaluará durante los próximos meses la credibilidad de plusmarcas tan míticas como las de Marita Koch (47,60 en los 400 metros), Jarmila Kratochivilova (1:53:20 en 800) o Natalya Lisovskaya (22,63 metros en lanzamiento de peso). El próximo septiembre se comunicarán los cambios recomendables y su razón fundamental.
¿Récord del mundo pero no de Europa?
No obstante, a pesar de que la comisión está formada por varios miembros de la IAAF, existe el temor de que se registre un situación bastante paradójica y perjudicial para la imagen del atletismo: que la EAA anule un récord de Europa pero que la IAAF lo mantenga como la mejor marca mundial de siempre. En Twitter, Svein Arne Nansen dijo que “la credibilidad es tan clave como el trabajo en equipo con la IAAF”.
El presidente de la Federación Europea también afirmó que ha estado “en contacto habitual” con su homólogo Sebastian Coe por este tema “difícil y conflictivo” y que “la IAAF controlará de cerca este trabajo antes de tomar cualquier decisión a nivel mundial”.
Por el momento, dicha decisión supone un paso muy importante para recuperar la tan cuestionada integridad del atletismo. Un nuevo salto hacia adelante con la misión de combatir y desprenderse de la lacra del dopaje. Ahora queda en manos de las autoridades competentes, y en su valentía, la oportunidad de borrar los últimos resquicios de una época oscura.
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