El 5 de febrero del 2017 es una fecha que los amantes del fútbol americano llevan marcando en su calendario desde hace meses. Ese día se juega la Super Bowl, el espectáculo deportivo más visto de cada año en Estados Unidos y en el mundo entero. Con dos de los mejores equipos de la temporada regular, 114 millones de espectadores en la pasada edición y una media de 4,5 millones de dólares (alrededor de 4,2 millones de euros) para emitir anuncios de 30 segundos al descanso, el evento promete no defraudar a nadie en su 51ª edición.
Este Super Bowl Sunday en concreto tendrá especial importancia para Tom Brady, quarterback titular de los Patriots de Nueva Inglaterra desde hace más de una década. A sus 39 años, el 12, odiado por muchos, venerado por otros tantos y respetado por todos los aficionados que disfrutan cada semana de la NFL, jugará ante los Falcons de Atlanta la que será su séptima Super Bowl.
En ella, acumula un balance de cuatro victorias, dos derrotas y un partido aún por decidir. Buscando añadir el quinto anillo de campeón a su vitrina (sería el jugador de su posición con más Super Bowl de la historia), y, con un poco de suerte, un cuarto trofeo al jugador más valioso de la final, cualquiera diría que Brady fue elegido en el puesto 199 durante el Draft al que se presentó en el año 2000.
“Él (Tom Brady) nunca tuvo el físico tipo para jugar en la NFL. Era algo delgado, parecía que nunca había entrado en un gimnasio y corría 40 yardas en 5,2 segundos, mucho más lento que ninguno de los otros candidatos en el Draft.” Con estas palabras describía Don Banks, editor de Sports Illustrated, a un joven Tom Brady en la NFL Network hace unos días, con motivo de los preparativos llevados a cabo esta semana en Estados Unidos para la Super Bowl.
Además de estas declaraciones, cabe destacar el ya famoso informe que los ojeadores de diversos equipos llevaron a cabo sobre Brady semanas antes del Draft. En él, podemos ver destacadas su falta de estatura y fuerza física, su falta de movilidad y capacidad de esquivar la presión, su inhabilidad lanzando una espiral perfecta y cómo el quarterback californiano sufría a la hora de improvisar.
La temporada que lo cambió todo
Sin apenas protagonismo en la Universidad de Michigan, donde había alternado partidos de salida con encuentros vistos desde la grada, Tom Brady comenzaba la temporada universitaria de 1999, su última como estudiante, con una promesa de su entrenador: compartir titularidades con Drew Henson, jugador de segundo año que había llegado a Michigan para jugar al béisbol y que tomaba parte en el equipo de football para mantenerse en forma. Esto no gustó a los ojeadores, que habían visto potencial en Brady, estudiante de último año, titular la temporada anterior y candidato al Draft.
Pese a eso, su estatus de graduado universitario le llevó a ganarse un ticket automático para el Draft del año 2000, donde los New England Patriots le reclamarían cuando el hoy marido de la top model Gisele Bündchen ya comenzaba a perder la esperanza; en la sexta ronda y clasificado en el puesto 199. Quedaron para el recuerdo las imágenes captadas en televisión de Brady aquel 15 de febrero del año 2000, saliendo destrozado del Madison Square Garden instantes después de que su equipo de la infancia, los San Francisco 49ers, seleccionasen a otro quarterback en tercera ronda.
La "mejor decisión" de los Patriots
Así recuerda Robert Kraft, dueño de los Pats, su primer encuentro con Brady hace casi 17 años: “Él vino a presentarse, y cuando le dije que ya sabía perfectamente quién era, tan sólo me dijo 'Soy la mejor decisión que esta organización ha tomado jamás', y se marchó del vestuario con una caja de pizza bajo el brazo”.
Entrenadores y aficionados vieron en Brady muchas ganas de triunfar en un deporte que hasta la fecha no le había hecho demasiados favores. Pese a una temporada de novato en la que apenas pudo lanzar tres pases, la confianza otorgada por sus 22 años le llevó a acumular minutos en su segunda temporada como profesional.
En parte, también fue gracias a la lesión de Drew Bledsoe, que entonces actuaba de quarterback indiscutible en Nueva Inglaterra. Este cúmulo de situaciones llevaron a Brady a convertirse en un habitual de los esquemas para la franquicia que había apostado por él. Después de 16 temporadas seguidas luchando por estar al más alto nivel, todo hace creer a los aficionados de Nueva Inglaterra que Brady estaba en lo cierto aquella tarde del año 2000.
A día de hoy, Tom Brady, candidato indiscutible para el Salón de la Fama de la NFL y quarterback con más victorias en la historia de la liga (205), ha jugado 237 partidos para los Patriots y lanzado 456 pases de touchdown, cifra muy por encima de la conseguida en total por los seis quarterbacks que fueron seleccionados antes que él en el año 2000.
La mejor defensa contra un ataque imponente
Expertos en citas de este calibre, Brady y sus Patriots se enfrentarán este domingo a unos Atlanta Falcons en construcción. Tienen un entrenador que apenas cumple dos temporadas al mando de su equipo (Dan Quinn) frente a las 17 de Bill Belichick, entrenador de New England. También una plantilla muy joven, en la que la mayoría de jugadores llegan a la Super Bowl por primera vez en su carrera. De hecho, Tom Brady acumula más apariciones en el evento por antonomasia del fútbol americano que todo el bloque de los Falcons.
Sin embargo, en Atlanta cuentan con el que este año ha sido considerado por los analistas como el mejor ataque de la NFL en temporada regular. Liderados por el MVP de la liga en 2016, Matt Ryan, este hecho añade interés a una Super Bowl a la que los Patriots llegan con la mejor defensa de la liga regular en lo que a puntos recibidos por partido se refiere. Ahora habrá que esperar al domingo para saber si Tom Brady sigue agrandando su leyenda 17 años después del que posiblemente sea el puesto 199 del Draft más dulce de la historia.