El mar de dudas que empuja a Ruth Beitia al Mundial de Londres se resuelve en la final de salto de altura de la forma más triste, más cruel para la gran campeona, que no puede ni pelear los puestos de finalista, mucho menos las medallas. Todo se tuerce en una altura que hace tan sólo un año saltaba con facilidad, sin apenas esfuerzo, el 1.92 metros. Los problemas físicos derrotan a la eternidad de la cántabra de 38 años, que pese a quedar última no tiene ya nada más que demostrar. 15 preseas internacionales pesan kilos, muchos kilos de entrega y sacrificio.
Decimosegunda y desconsolada, pero sin perder ese gesto alegre en el rostro, anuncia que estos han sido sus últimos Mundiales: "Aunque la cabeza me pide saltar hasta los 80 años, el cuerpo necesita desconectar". El discurso de la santanderina deja incertidumbres sobre el futuro, no se sabe si aguantará un año más o guardará definitivamente las zapatillas de clavos en el armario tras irse de vacaciones. "No era el final que me había planteado ni soñado. Me llamo Ruth Beitia y soy lo que soy gracias al atletismo", reconoce emocionada.
La triple campeona de Europa llega a la pista anexa al Estadio Olímpico escuchando música tranquilamente, relajada y con la compañía de todo su séquito: Ramón Torralbo, el coach; Toñi Martos, su psicóloga; y las lanzadoras Sabina Asenjo y Úrsula Ruiz, amigas intimas. Enfrente de la colchoneta se produce un abrazo a tres con sus dos compañeras de selección: es la conjura previa al concurso, antes de recluirse en la carpa, de ajustar los últimos detalles e iniciar el calentamiento.
La campeona olímpica sonríe al pisar el mismo tartán de la medalla de chocolate en los Juegos Olímpicos de 2012, allí donde todo terminó y donde todo volvió a empezar; sonríe mientras hace curvas, zarpazos y ejercicios de activación todavía con el chándal puesto; sonríe también cuando supera sin problemas las primeras alturas: 1.84m y 1.88m. Torralbo y Ramón Cid, el director técnico de la RFEA, asienten desde la grada.
Sin embargo, cuatro centímetros más son un muro que se revela insuperable para la campeona olímpica. Con el listón elevado a 1.92m, una altura de acople al concurso no hace tanto, y aún confiada en sus posibilidades, la santanderina comete un primer intento nulo por un suspiro tras apenas rozar la barra con el talón. La segunda tentativa es similar; y en la tercera, cuando la presión es máxima, como sucedió en la calificación, Beitia se revoluciona, tropieza y se come el listón. Es la única saltadora que comete tres nulos, queda eliminada, en el puesto 12.
Con la ovación del sabio público británico, conocedor de su imperecedera trayectoria, Ruth baja de la colchoneta y agradece todo ese apoyo. Pero la emoción no tarda en abordarla: con los ojos vidriosos se sienta en el suelo y mientras observa a sus compañeras que siguen saltando, ella rompe a llorar. Son las lágrimas de la mejor atleta española de la historia. Si el viernes consolaba ella a la italiana Alessia Trost, es ahora Beitia la que recibe el cariño de la lituana Palsyte.
Y mientras la rusa bajo bandera neutral Lasitskene, invencible durante toda la temporada, vuela por encima de 2.03m hasta el oro, y con las otras dos medallas que se ganan con 2.01m la plata la jovencísima ucraniana Levchenko y con 1.99 el bronce la polaca Licwinko, Ruth abandona la pista tras la explosión de emociones. "Estoy triste, tocada. Solo me queda darle las gracias a Ramón y a todo mi equipo por estos 27 años increíbles. Al volver de las vacaciones nos plantearemos si quedan fuerzas para el 28".
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