Pocos atletas depositan tanta pasión sobre el tartán como Gianmarco Tamberi, tan impulsivo en la victoria como abatido frente al tropiezo. Haga válido o derribe el listón, nadie expresa semejantes emociones con sus gestos y reacciones. El italiano es protagonista en el antes, el durante y el después de cada concurso; siente cada salto, lo celebra o lo rechaza, pero nunca se muestra indiferente. Tamberi es una explosión de arrebatos; en Londres grita rabioso y llora sin consuelo a partes iguales.
En la mañana del viernes, el Estadio Olímpico se despereza entre rayos de sol y una temperatura agradable para recibir a los saltadores de altura. Robbie Grabarz, el británico, genera las primeras ovaciones de la jornada, pero es Gianmarco Tamberi quien arranca la mayor ovación: el campeón mundial de pista cubierta incita al público con sus movimientos de brazos y sus saludos. El rostro del italiano no está hoy a medio afeitar, como acostumbra en una competición importante. Aunque sí vuelve a brotar su sonrisa, su carisma, esas actuaciones tan peculiares sobre la colchoneta y en los prolegómenos del salto, después de ausentarse en los Juegos Olímpicos de Río por culpa de una lesión en el tobillo de batida.
Tras sobreponerse al calvario —dos operaciones y costosos meses de rehabilitación—, Tamberi se calza las zapatillas de clavos —la izquierda, de altura, la derecha, de triple— y talona la carrera de nueve apoyos. Antes de que el listón se sitúe en 2,17 metros, bromea con los fotógrafos e intercambia comentarios con su entrenador y todo el grupo de italianos que se sientan en la primera fila de la tribuna para empujarle a volar. Observa más la grada, donde saluda a todo el mundo, que la colchoneta. Gianmarco transmite seguridad con su presencia, pero no es el mismo de la temporada anterior, donde saltó 2,39m antes de destrozarse el pie, donde corría como un misil y batía como un canguro.
El Tamberi del presente muestra menos agresividad y alarga el último apoyo en vez de buscar que la pierna izquierda le llegue rápido al suelo para propulsarle lo antes posible. Empieza el concurso pidiendo palmas y con un válido. En 2,22m y 2,26m no solicita el impulso del público en sus primeras tentativas y la barra cae al suelo. En los segundos intentos de estas alturas, ahora con vítores de fondo, el italiano, moreno y de pelo largo desgarbado, salta limpiamente. Se golpea los brazos, el izquierdo con la bandera de su país dibujada, y las piernas de forma rabiosa; suspira al bajar de la colchoneta, se lleva las manos a la cara. Un nulo es un drama, el válido el desahogo.
Con el listón elevado hasta 2,29m y con un fallo cometido, el campeón europeo de altura analiza la situación y observa que se encuentra frente al abismo. Recurre al coraje y a las fuerzas que le quedan para efectuar su mejor salto de la temporada. Lo celebra casi como aquel 2,39m de la Diamond League de Mónaco de donde también salió en camilla y se quita la camiseta pensando que ya está en la final, pero son 14 atletas los que superan el 2,29m y Tamberi, por culpa de los nulos, ocupa el puesto 13º. Ahí, sabedor de que necesitará superar el 2,31, empieza la tragedia.
"Esperaba que el 2,29m me metiese en la final", dice Tamberi, que llega a zona mixta destrozado y con la mirada perdida en el suelo, arrastrando los pies como si cargase con el peso de una piedra enorme, como el castigado Sísifo. Después de cometer el tercer nulo sobre 2,31m, el saltador italiano desaparece, esconde la cabeza entre las piernas y en posición fetal golpea el suelo varias veces. La decepción es tan grande que no es capaz ni de abandonar la pista por mucho que un juez le conmine a ello.
Frente a los periodistas italianos, sus compatriotas, Gianmarco rompe en lágrimas: "He luchado hasta el final, hasta el último salto. Puse mi alma. Durante los últimos 365 días no me he dado por vencido ni un solo momento. Ahora tengo que levantarme". En un año donde los saltadores, a excepción del qatarí Barshim, que vuela en calificación rebotado por los muelles de su tobillo izquierdo, no alcanzan grandes registros, Tamberi se hunde todavía más por verse apeado del concurso por las medallas. "Es difícil de aceptar porque nunca me he rendido, porque he luchado desde el primer día en el que me quitaron la escayola", solloza.
El italiano, que dice ya no tener dolores ni falta de confianza a la hora de meter el pie doblemente operado en la batida, se abraza a los miembros de la selección de Italia; está tan hundido que sus ojos no pueden mirar más que al vacío. Preguntado por este periódico, Tamberi dice que este tropiezo no va a ser un estímulo para el futuro, pues reconoce que no se puede encarar una competición con más energía que el Mundial de Londres: "Todo el mundo dice que cuando pierdes ganas más energía, mejores sensaciones, más poder; pero yo me quedé fuera de los Juegos a 15 días y en esas condiciones [siendo el mejor saltador del planeta]. Iba a ir allí a ganar la medalla de oro".
El saltador de 25 años afirma necesitar ahora un descanso y empezar de nuevo, pensar en muchas cosas. "Tal vez fue demasiado estúpida la idea de asumir que ya estaba listo y puede que habérmelo tomado con calma hubiera sido mejor, aunque no habría estado aquí. Pero sentirme así de mal es muy duro después de lo que he pasado". Tamberi llorando desconsolado en Londres es una de las imágenes del campeonato.
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