¿Qué sería del mundo sin las abuelas? Son tan entrañables que es difícil que no tengan un gran significado en la vida de todos nosotros. Confidentes, excelentes cocineras, poseedoras de una memoria de elefante, cariñosas sin remedio y un ejemplo continuo de superación. Hay pocos achaques de la edad que puedan con ellas y con sus rutinas: salir de paseo, ver la televisión sin parar, jugar a las cartas, tomar un café con la familia o las amigas… e incluso hacer deporte. Algunas, al más alto nivel. Como demuestran la gimnasta Johanna Quaas, de 91 años, o, en este caso, la corredora Deirdre Larkin, de 86.
A esta anciana británica se le diagnosticó osteoporosis en 2001. Sus huesos cada vez iban a adelgazar y a debilitarse más y más: ni los medicamentos ni las inyecciones funcionaban. Tenía 70 años. Con 78, Larkin, afincada en Sudáfrica desde 1970, encontró una afición inesperada. Que uno de sus cuatro hijos le contagiase su fiebre por el running le vino de perlas, ya que le habían recomendado practicar algún deporte para paliar su enfermedad. Y como el yoga no sirvió de mucho...
Deirdre no se calzaba unas zapatillas de correr desde el instituto. Y ni siquiera se le dio bien entonces. Pero la pasión con la que uno de sus vástagos mutaba en runner tres veces por semana le animó a darle una segunda oportunidad al deporte. En sus inicios, andaba tres pasos y corría otros tantos. Poco a poco, se apuntó a un club de running y la cosa empezó a ponerse seria. En estos momentos, a Larkin casi no le caben las medallas en casa: 500, como las pruebas que ha finalizado.
Atención a su historial, por ejemplo, en 2016: compitió en 65 carreras, incluidas varias medias maratones. Los 21 kilómetros son su distancia fetiche, ya que en mayo batió el récord del mundo de la distancia para personas de su edad (85 entonces) en Suiza: dos horas y cinco minutos (ya tenía el récord sudafricano y mundial de mayores de 80 años en 10 kilómetros). Entre los jardines, lagos y edificios de Ginebra, seguro que Larkin se sintió más joven que nunca.
Ahora, Deirdre es toda una celebridad local. De hecho, ya se la conoce con el apelativo de 'La Gran Dama de Randburg', el barrio de Johannesburgo en el que vive. Los niños quieren hacerse selfies con ella y no hay ningún corredor que no le dé ánimos cuando se la cruza. ¿Cuál es su secreto para estar tan en forma como cualquier otro runner de pro? Correr ocho kilómetros tres veces por semana; no tomar café, sal y azúcar; levantarse todos los días a las cinco de la mañana para entrenar.
Desde luego, la vida se le pasa volando. A ello también contribuyen las clases de piano que imparte por las tardes en una escuela privada de su ciudad. Ni siquiera se quita las Nike rosas y azules que lleva cuando corre para estar con los cerca de 30 estudiantes que reciben sus lecciones. La segunda pasión de Deirdre le llevó a dar conciertos tanto en su Gran Bretaña natal como en Viena, cuna de la música por excelencia. También en Sudáfrica, aunque puede que el instrumento preferido de 'La Gran Dama' en estos momentos sea su propio cuerpo.
Ni ella misma se cree que haya sido capaz de terminar todas las carreras en las que ha competido. Parece mentira que sea octogenaria y que sus huesos estén maltrechos: puede sentir todos los músculos del cuerpo (incluso más de los que creía tener), la sangre le circula a la perfección y el frío no le afecta demasiado. ¡Se siente más viva que nunca a los 86 (cumplidos en septiembre)!
Desde luego, Deirdre Larkin no concibe sin correr lo que le quede de existencia. Dice que dejarlo es como una muerte lenta y que continuará siendo runner aunque sólo le quede una pierna. Ojalá muchos nietos tengan en cuenta la vitalidad de esta abuela y sepan valorar lo mucho que les pueden ofrecer las suyas. Sus tesoros, si uno quiere, nunca están ocultos. Y, por eso, hay que quererlas.
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