Roger Federer tardó poco en darse cuenta, menos de un minuto. En la segunda ronda de Wimbledon, el suizo vio cómo la grada de la pista central celebraba aplaudiendo su primer error en el partido ante el sorprendente Marcus Willis y entendió que por primera vez en mucho tiempo (desde 1999, como reconoció luego) tendría en contra a la tribuna del lugar más especial de su carrera.
Él, apoyado contra viento y marea por el público británico, sintió por una vez lo que es jugar sin el abrazo de la gente, apartado de los vítores y las palmas. Pese a la victoria (6-0, 6-3 y 6-4) y el pase a la tercera ronda, el campeón de 17 grandes cedió irremediablemente el protagonismo a su contrario, que acabó con las lágrimas saltadas después de poner fin a una historia imposible, desde ya en el podio de las más impresionantes de 2016 y de momento en la primera posición.
“Todo esto es como un guión de cine”, le dijo un periodista al suizo tras el encuentro. “Un poco”, respondió Federer. “Empiezo a olvidar algunos partidos, pero este es uno de los que no voy a olvidar. No creo que juegue otra vez contra un tenista que esté el 772 del mundo”, prosiguió el campeón de 17 grandes, que tuvo el sorprendente gesto de dejar salir a su rival primero a la pista, pese a que por ránking debería haber sido al contrario.
“Siendo su primera vez en la central, quería que tuviera la mejor experiencia posible sin tener que caminar a mi espalda. Era su momento”, continuó el número tres del mundo, fascinado como el resto por la biografía de su contrario. “Dije hace unos días que su historia era oro. Solo espero que la prensa respete su situación. Es muy fácil ahora utilizarla, masticarla y luego tirarlo todo por la borda. Él tiene una vida después de esto. Él tiene una carrera después de esto. Y seguro que no ha sido fácil gestionar todo lo que ha pasado hoy, aunque disfrutó”.
Willis, claro, disfrutó de lo lindo. El británico vivió una tarde de fiesta, posiblemente el día más especial de su carrera. A los 25 años y después de estar casi retirado, el novato se plantó en la central de Wimbledon para jugar contra Federer con una camiseta del propio Federer (con las clásicas iniciales del suizo serigrafiadas en la manga, una prenda que compró el año pasado) y no se cortó lo más mínimo. Al revés, entró dando brincos en la pista, devolviendo la ovación del público con sus enérgicos movimientos. Pronto buscó la sintonía con el gentío, animándoles a gritar tras cada punto suyo. Federer lo afrontó con calma y buen tenis, endosándole un 6-0 en el arranque para dejar las cosas claras. Podemos reírnos todo lo que quieras, pero la victoria es para mí, vino a decirle el número tres de mundo con sus mejores golpes.
A Willis le dio igual. Cuando sumó su primer juego en el partido, que fue también el primero en la pista central de Wimbledon, se abrió de brazos y sonrió a su banquillo, puesto en pie para acompañarle en ese momento tan especial. A partir de entonces, el británico se soltó y dejó algunos golpes fantásticos, como un globo que construyó con precisión de cirujano. Se revolvió como pudo ante el suizo, resistiéndose a decir adiós a una atmósfera tan especial, que abandonó emocionado.
“No es mi miércoles habitual, el próximo debería ser bastante diferente”, se arrancó Willis ante la prensa con tono bromista. “Puedo decir que le hice un globo a Roger Federer”, siguió el británico. “Voy a jugar un poco más ahora, pero voy a seguir como entrenador también. He estado entrenando y jugando mucho. Eso no va a cambiar”.
El británico, que subirá 356 puestos en la clasificación el próximo lunes (del 772 al 416) se fue al vestuario y se tomó una cerveza fría para celebrarlo. Mañana tiene tiempo de volver a pensar en dar clases a 30 libras la hora o subir la tarifa. Eso sería lo más razonable.