“No estoy bien”. La frase es directa y deja poco margen a la interpretación. Es el mes de mayo y Roger Federer se entrena en una de las pistas exteriores del Mutua Madrid Open, donde busca continuidad después de un turbulento inicio de temporada. Una lesión en enero (rotura del menisco derecho) le ha obligado a pasar por el quirófano por primera vez en su carrera, abriendo un paréntesis en su calendario (renuncias a Rotterdam, Dubái e Indian Wells) y llenando de interrogantes el futuro inmediato.
Así, el número tres tiene que abortar su reaparición en Miami (oficialmente por un virus estomacal), probarse en Montecarlo (con sensaciones encontradas) y cancelar su participación en Madrid porque no está recuperado: ni la rodilla ni la espalda (históricamente la única zona del cuerpo donde ha sufrido problemas) responden correctamente a la exigencia de la competición. Pese a que juega Roma, intentando descubrir si está listo para la exigencia de Roland Garros, Federer toma la decisión más dolorosa de todas: renunciar a París y poner fin a 65 torneos del Grand Slam jugados de forma consecutiva, un récord bien valioso.
Envuelto en ese turbulento panorama (16 victorias y seis derrotas a mitad de temporada, sin un solo título en la maleta), el suizo aterriza en la gira de hierba, su parte favorita del año, sin saber muy bien qué esperar de sí mismo. Ni Stuttgart (perdió contra Dominic Thiem) ni Halle (cayó ante Alexander Zverev) le ven emitir señales positivas para pensar en el sueño de ganar Wimbledon, sumar otro Grand Slam (desde 2012 no consigue uno) y llegar a 18 grandes, haciendo eterna una marca que le pertenece (Nadal y Sampras tienen 14, a tres de los 17 que actualmente posee el número tres mundial). Todo, sin embargo, cambia en algo más de una semana: del Federer titubeante se ha pasado a uno completamente candidato.
"Espero poder ganar Wimbledon una vez más"
El suizo llega a los cuartos de Wimbledon intacto, sin un solo rasguño. Tras deshacerse de sus cuatro primeros contrarios con facilidad (no ha cedido un set en el camino, empleando 6h35m), Federer afronta la recta final del torneo impulsado por una noticia maravillosa para él: Novak Djokovic, el mismo que le ha frenado tres veces (Wimbledon 2014 y 2015 y Abierto de los Estados Unidos 2015) en el intento de sumar su Grand Slam número 18 está fuera de combate, eliminado por el estadounidense Querrey en la tercera ronda del torneo. Eso deja algo muy claro: el serbio, su hipotético rival en las semifinales, no le apartará esta vez de la copa.
“Espero poder ganar Wimbledon una vez más”, dijo el suizo antes de su encuentro de cuartos contra el croata Cilic, cuando le preguntaron qué objetivos le quedaban por cumplir en su histórica carrera. “Nunca pensé que iba a tener una trayectoria tan fantástica desde que vine aquí por primera vez en el año 1998”, añadió el número tres, que al vencer al estadounidense Johnson igualó a Martina Navratilova en victorias conseguidas en torneos de Grand Slam (306). “Ahora mismo estoy muy feliz con mi juego”, cerró Federer, consciente de que a partir de ahora empieza el auténtico desafío.
En Wimbledon, otro tren para el suizo. Aunque Andy Murray sigue con vida, y tiene argumentos de sobra para batir a cualquiera, Federer y una oportunidad que nadie sabe cuándo volverá a llegar: ganar un Grand Slam jugando a buen nivel y sin Djokovic como rival. Suena bien, inevitablemente.