Lo ven menos de 100 personas. Acompañado de un corte de mangas, el escupitajo que aterriza en la pista pilla por sorpresa a un espectador sentado en las primeras filas del estadio tres de la Caja Mágica. Es el primer domingo de octubre de 2015, se juega la final júnior de la Copa Davis y un joven canadiense libera su espíritu rebelde en un torneo para niños, habitual pasarela de las promesas hacia lo más alto de la élite.
Se llama Denis Shapovalov, tiene 16 años y una mala baba impropia de esa edad. Las modestas cámaras que cubren la cita desde las esquinas del estadio para una retransmisión online no lo captan, pero Shapovalov acaba llegando a la victoria de palabrota en palabrota ("Fuck you!", grita con una gorra de béisbol puesta con la visera hacia atrás), da el primer punto del cruce a Canadá y termina formando parte del dobles decisivo para que su país se imponga a Alemania (2-1) y levante la Ensaladera de menores por primera vez en la historia de la competición.
El lunes por la noche, cuando el canadiense logra su primer triunfo ATP derrotando por 7-6, 3-6 y 6-3 a Nick Kyrgios en el Masters 1000 de Canadá, ese temperamento acude al rescate en el momento oportuno. Sacando con 5-3 en la tercera manga, Shapovalov se enfrenta a una bola de 'break' (30-40) que podría haber fundido una plancha de acero en menos de un segundo. El tenis no es una ciencia exacta, pero el aspirante va a perder el encuentro si le entrega su saque a Kyrgios, llegados a ese punto clave del duelo.
Porque el joven de Ontario solo ha jugado un partido en el circuito profesional (la semana anterior, en Washington) y la diferencia con el resto de categorías es enorme. Porque su rival es el número 19 del mundo y en experiencia le lleva un abismo de ventaja. Porque haber ganado Wimbledon júnior el pasado mes de julio ayuda, pero no le prepara por completo para la exigencia de un Masters 1000. Y porque, además, la grada de la pista central (donde pide jugar expresamente) está gritando enloquecida, entusiasmada al ver a uno de los suyos tan cerca de una victoria de peso y huérfana de ese tipo de alegrías. Demasiado para un novato.
Shapovalov viaja entonces a una tarde de agosto en 2014. Roger Federer necesita un zurdo para preparar las semifinales de Toronto contra Feliciano López, que empuña la raqueta con la mano izquierda. Como casi no quedan jugadores en el torneo, con la mayoría entrenando ya en Cincinnati, Federer pide ayuda a la organización, que rápidamente llama al canadiense para que haga de 'sparring' en el calentamiento del campeón de 17 grandes. Con 15 años, eso es algo más que un sueño hecho realidad: la oportunidad de pelotear con el genio suizo es una experiencia que reforzará su idea de jugar sin medianías y curtirá su rígida personalidad.
En Toronto, dos años después, el canadiense salva esa pelota de rotura ante Kyrgios con descaro. Atacando, yendo hacia delante y cerrando el puño con saña. Suelta entonces tres tacos seguidos. Luego, dispara un saque directo y en un segundo tiene el partido en la mano, que corona con otra exhibición de agresividad cerca de la red. En consecuencia, negocia la situación con holgura: ni la recompensa (su primer victoria ATP) ni la novedosa presión (incomparable a cualquier otra) ni las expectativas (un estadio entero coreando su nombre) le nublan la vista. La palabra 'miedo' no significa absolutamente nada para el 370 del mundo.
"Obviamente, no esperaba ganar", dice luego el canadiense, que este miércoles jugará contra Grigor Dimitrov por una plaza en la tercera ronda. "Solo quería luchar cada punto y eso fue lo que hice", prosigue Shapovalov, incapaz de analizar con claridad cómo escapó de esa pelota de rotura que podría haberle costado el triunfo. "No estoy muy seguro. Pensé que iba a perder el juego, pero me dije: 'Voy a disparar un par de buenos saques y a jugar otro par de grandes tiros'", revela. "Y sí, jugué muy bien el 30-40. No sé cómo me he salvado, pero de alguna manera lo he hecho. Fue un milagro".
La historia de Shapovalov empieza aquí, pero lleva tiempo cocinándose a contracorriente. Se ha criado en un país sin referentes pasados, desprovisto de grandes jugadores (sin ningún campeón de Grand Slam). Juega con un revés a una mano, pese a que todos sus técnicos le aconsejaron cambiarlo, pensando que sería incapaz de llegar a nada con ese tiro en una era donde la potencia y la fuerza valen por dos.
Vive perseguido por el fantasma de la generación que debe llenar el enorme vacío que irremediablemente dejarán Federer, Nadal y Djokovic cuando se retiren, algo que sucederá más pronto que tarde. Cuenta, sin embargo, con algo especial: hasta ahora, sabe canalizar sus explosiones dentro de la pista y aprovechar la rabia para hacerse más fuerte. Solo los que están hechos de una pasta diferente pueden presumir de tener el alma de un demonio y jugar como un ángel.