Los goterones de sudor de Rafael Nadal pintan el suelo de la Rod Laver Arena hasta que el cemento azul es negro. Con los brazos en jarra, el mallorquín está mirando a su palco gritando desesperado, diciendo que una pelota se le ha ido por un centímetro y negando endemoniadamente con la cabeza. Gael Monfils mira lo que ocurre esperanzado, soñando con aprovechar esas dudas para abrir un agujero por el que colarse. Como todo el mundo, el francés también se ha dado cuenta: su rival está metido en buen lío.
Se juegan los octavos de final del Abierto de Australia y Nadal domina 6-3, 6-3 y 4-4, con el partido controlado y el pase a la siguiente ronda a tiro. En un parpadeo, Monfils le ha ganado el tercer set y está 4-2 en el cuarto, muy cerca de llevar la pelea al quinto. Saltan las alarmas, pero Nadal lo arregla como puede, subiendo la intensidad y aprovechando la ayuda del francés, que incomprensiblemente tira por la borda todo lo que ha hecho con varios errores infantiles.
Así, Nadal vence 6-3, 6-3, 4-6 y 6-4 y vuelve a unos cuartos de final de un Grand Slam por primera vez desde Roland Garros 2015. El próximo miércoles, el balear se medirá a Milos Raonic (7-6, 3-6, 6-4 y 6-1 a Roberto Bautista) por el pase a las semifinales en un desafío que no superó hace unas semanas en el torneo de Brisbane y que no perdonará un resbalón como el de hoy.
“Monfils ha liado un poco a Nadal”, explica Carlos Moyà a este periódico después del encuentro. “El partido estaba bastante controlado, pero Rafa no se lograba escapar en el marcador en el tercer set. Estaba jugando sólido, haciendo lo que debía y controlando muy bien el cruce”, añade el ex número uno mundial. “Al final… es un poco a lo que juega Monfils, a dar poco ritmo. Hay que adaptarse a eso, a sus locuras”, sigue el mallorquín. “Lo positivo es que Nadal ha sabido volver cuando estaba en problemas y ha tenido muy buena actitud”, cierra.
“Rafael ha salido con la idea muy clara de meter intensidad y de ir a buscar el punto”, le sigue Toni Nadal, tío y entrenador del número nueve. “Lo teníamos claro porque hemos jugado muchas veces con Monfils y es muy difícil de batir con golpes desde el fondo. Llega fácil, se coloca dos metros tras la línea y lo devuelve todo”, prosigue. “En el tercer set, el juego se ha desbaratado un poco. En esos momentos, Nadal ha fallado porque ha bajado un poco la intensidad y estaba a merced del otro. Quizás, pensaba que estaría encaminado y después le ha costado volver a meter la intensidad para sacar el partido”.
Apuntando al cielo antes de empezar a jugar, Monfils reza y se santigua. Tres minutos después, Nadal se golpea la frente con la palma de la mano, y eso que el partido todavía está en la cuna y lleva los pañales puestos. Tiembla la central y rugen los oponentes, sin espacio para tantearse. El francés tiene la primera pelota de break del cruce después de ganar un punto de videoteca y su contrario la borra con una derecha paralela que es su recuperación expresada en un solo golpe, porque hay que tener coraje para apostar por lo más difícil en un momento tan delicado. Un rato después, Nadal gana 6-3 y 2-0 y Monfils compite montado en el vagón de una montaña rusa, con subidas y bajadas de todos los colores.
El español domina con soltura, pero el partido está lleno de peloteos discutidos a fuego, quizás un error de su oponente querer entrar en ese terreno. Nadal lleva la bola de lado a lado pegando con profundidad, pero Monfils encuentra respuestas para muchos de esos tiros que otro rival no habría alcanzado ni subido en una motocicleta. Su cobertura de la pista no es una novedad porque el francés es un atleta que tiene motores en el lugar de los pulmones. Monfils corre que se las pela, resbala como si el suelo fuese de hielo (y es de cemento) y alcanza los zambombazos del mallorquín intentando salvarse de la derrota. En consecuencia, Nadal lucha un partido durísimo, aunque durante un buen rato el marcador diga lo contrario.
El francés aterriza en el duelo orgulloso de sí mismo. A diferencia de otras ocasiones, el juego de este Monfils no debería descontrolarse con facilidad. Desde 2016, el francés acostumbra a mantenerse entero y firme, o eso es lo que dice para explicar sus resultados. Según Monfils, esa evolución le permite clasificarse para la Copa de Maestros por primera vez en 2016 y terminar la temporada con su mejor ranking de siempre (seis). A los 30 años, se ha centrado. El francés nunca ha sido un caso perdido, ni muchísimo menos, pero una ética del trabajo más constante y profesional le habría ayudado a explotar todo el potencial que tiene dentro, quizás a tiempo de hacer cosas más importantes de las que ya tiene en su carrera.
Con el partido cuesta arriba, y después derribar el mito de su regularidad en dos segundos, el francés intenta enseñar las uñas y se suelta las cadenas. Es un Monfils más directo, decidido a buscarle las cosquillas a Nadal atacando a tumba abierta y no jugando a devolver una bola más. La idea funciona (3-3 en el segundo parcial), pero se queda sin pilas bien pronto. Los “Allez!” de Monfils pasan a ser “¡Vamos!” en un minuto (Nadal le devuelve el break en blanco y recupera la ventaja) donde el francés se deshace, convirtiendo a su rival en un gigante. Ya está, todo hecho, debe pensar el mallorquín cuando suma la segunda manga y deja a Monfils meditando en la nada.
Sorprendentemente, y con el camino despejado, Nadal se enreda con 4-4 en el tercer set. El número seis juega a la ruleta rusa: un saquetazo por aquí, un derechazo fulminante por allí, una subida a la red imprevista… y el mallorquín no sabe contrarrestar eso. Pierde el saque, desaprovecha un 0-40 a continuación y ve a Monfils llevándose un dedo a la sien para celebrar su regreso. El francés, que está encendido, vivo en el partido, se coloca 4-2 en el cuarto set y amaga con llevarlo al quinto, levantando a la grada con sus gestos de boxeador desatado.
Ante eso, la respuesta de Nadal es subir la intensidad dos niveles más y agarrase al cuarto set para evitar el quinto como sea. Ni en pintura quiere el mallorquín jugárselo todo a vida o muerte por segundo partido consecutivo (así sucede con el alemán Zverev). La suma de su ímpetu, de jugar con más corazón que otra cosa, y la falta de hielo de su contrario (tres derechas falladas para entregar el break al mallorquín y meterle en el encuentro) acaban siendo una combinación decisiva: Nadal le propina un 4-0 a Monfils (de 2-4 a 6-4) y le grita a la noche de Melbourne que ha sobrevivido.
El número nueve aborda el encuentro perseverando en los cambios que quiere hacer en su tenis. Da igual que se esté jugando el pase a cuartos de final y que Monfils no sea el mejor rival para según qué pruebas. El mallorquín insiste en ser agresivo (aunque no vea huecos), en no soltar la iniciativa con su derecha (aunque lo haga al final) y en apretar con el segundo saque (pese a que firme picos bajos de velocidad). Ahora, a Nadal le viene lo verdaderamente importante sin más tiempo para prepararse: Raonic le espera por el pase a semifinales del primer Grand Slam de la temporada.