Roger Federer celebra su victoria en el Open de Australia.

Roger Federer celebra su victoria en el Open de Australia.

Tenis

Roger Federer derrota a Rafa Nadal en una final épica en el Abierto de Australia

A los 35 años, el suizo conquista su Grand Slam número 18 en el Abierto de Australia tras derrotar 6-4, 3-6, 6-1, 3-6 y 6-3 al español. 

29 enero, 2017 13:28
Melbourne

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Sentado en el palco de honor, el legendario Rod Laver, apodado The Rocket, 'El Cohete', ve cómo Roger Federer se acerca volando a su ansiado Grand Slam número 18 sin que Rafael Nadal pueda hacer nada para impedirlo. La final del Abierto de Australia está en la raqueta del suizo, que aterriza en el cuarto set pidiendo paso, que le entreguen ya la copa, que se cumpla el sueño de una vez por todas. Ocurre que el mallorquín le da la vuelta, que llega a estar 3-2 y saque en el quinto set. Y ocurre que Federer está por fin preparado mentalmente para aguantar, remontar y ganar 6-4, 3-6, 6-1, 3-6 y 6-3 a su mayor rival, estirando así su propio récord de grandes hasta el mito.

El intercambio más largo del partido (26 golpes) llega cuando el reloj marca 3h 28m. Con 3-3 en el quinto set, Nadal ha sido capaz de levantar un 0-40, pero Federer le acaba de conectar una derecha paralela para procurarse una cuarta pelota de rotura y arrebatarle el saque. El cemento está ardiendo como la boca de un volcán. Grita la gente. Grita el palco del suizo. Grita Federer, que con 5-4 saca para ganar el torneo y se enfrenta a un 15-40, que lo anula y cuando tiene punto de partido manda un drive al limbo, que se impone.

Al límite físico

Antes que se cumplan tres horas de partido, Federer se ha ido de la pista al vestuario para que le atienda el fisioterapeuta. Con dolores en el muslo derecho, una sobrecarga del tremendo combate del que está formando parte, el suizo ha dejado a Nadal esperando en el banquillo después de que el español haya llevado la final al quinto set. Cuando regresa, Federer está asustado y se le nota en la cara. Entrega su saque en el primer juego de ese parcial decisivo, deja escapar cinco bolas de break en los siguientes juegos y se acerca peligrosamente a la misma muerte de siempre. Y le da un portazo en la cara. Antes, sin embargo, pasan un puñado de cosas.

A las seis de la tarde, cuando todavía queda más de una hora y media para que arranque el pulso, la grada está medio llena. Ahí están los suizos, sacudiendo los tradicionales cencerros que llevan a todas partes. Ahí están los españoles, agitando las banderas y haciendo mucho ruido, un clásico nacional. Ahí se van citando personas de mil lugares distintos dando forma a un escenario único, creando un ambiente mágico. Un rato después, cuando el virtuoso Nigel Kennedy exhibe su habilidad con el violín, en la pista no cabe un alma.

Prevenida, la organización toma una medida excepcional: abrir la Margaret Court (el segundo estadio en importancia del torneo) y vender 10.000 entradas para que los aficionados puedan seguir la final a través de unas pantallas gigantes, bien cerquita de donde se pelea por la copa en un partido que traspasa las barreras del deporte: no hay persona en el mundo que no sepa que hoy se juega este encuentro porque no hay rivalidad que pueda compararse a la de Nadal y Federer. El domingo, el planeta entero mira a Melbourne y queda orgulloso de lo que ve.

Las dudas de Federer

Los dos contrarios juegan el partido de los partidos con un saco de piedras en el estómago. El sábado por la noche, Nadal duerme mal y se revuelve en la cama. Está inquieto, nervioso, dándole vueltas a las consecuencias de un encuentro que irremediablemente va a cambiar los grandes libros de gestas. Hagan hueco y prepárense para escribir, que aquí viene un capítulo inesperado y trascendental, imprevisible hasta el final. La situación de Federer no es mucho mejor. El suizo calienta horas antes de jugar y no mete una bola. A sus golpes les falta punta y acierto, están sucios, que dicen los expertos. Ivan Ljubicic y Severin Luthi, sus dos entrenadores, se miran con intranquilidad porque lo último que quieren es que Federer parta con dudas el viaje hacia la copa. Sorprendentemente, ocurre todo lo contrario.

Federer tiene las narices de lanzarse a la yugular de Nadal con su elegante juego de ataque, que también es uno de los más destructivos del mundo. Te estoy matando, pero voy vestido con esmoquin y prometo no manchar nada, porque hay asesinatos que también pueden ser obras de arte. Invocando al Séptimo de Caballería, el suizo se apoya en el servicio y va de línea en línea sin medianías para defender con valentía su suerte en el encuentro. Es un Federer excelso, resuelto y sin complejos, animado a pelear por el trofeo echándole un pulso al reloj. ¿Quién va más rápido, tus incansables manecillas o mis golpes afilados como cuchillas?

Son 34 minutos de tenis salvaje en los que Federer pega primero y asombra desarmando a Nadal de arriba a abajo. El campeón de 17 grandes juega a la velocidad de la luz y es una delicia verle así de bien. Pase lo que pase, el suizo no cede nunca pista, desenfunda antes que su contrario, saca primero el revólver de la canana, y sus balas agujerean al español hasta dejarle hecho un muñeco de trapo. Nadal, que es el pistolero más lento del duelo, se defiende de los asaltos de su rival contraatacando con bolas cortas y faltas de intención. Sin chispa, dos puntos de agilidad por debajo del partido ante el búlgaro Dimitrov, el mallorquín se mueve mal, a trompicones y su plan inicial se va al garete. Sentado en el banquillo, la pregunta que se hace Nadal es cristalina: ¿será capaz de aguantar así todo el cruce?

Primera reacción de Nadal

El título está en la cabeza del español y en las piernas de Federer. A poco que gana en intensidad, la reacción del número nueve es previsible. A estas alturas, y aunque ha ido introduciendo cambios en su juego para envejecer con entereza y no perder la llama competitiva, Nadal no piensa innovar nada en un partido contra el suizo, porque cambiar algo que siempre ha funcionado no tiene sentido. Como habitualmente, el español organiza el viacrucis de Federer recurriendo a su derecha alta para que el helvético se eche a temblar con lo que viene a continuación: pelotazos altos, pesados y con efecto que caen en picado sobre su revés a una mano sin armisticio. Sucede una vez. Y otra. Y otra más. Y luego otra más. Y así hasta que Federer acaba fallando, y mira que busca escapar del rincón tirando plano al paralelo, en lugar de usar la opción del cortado, en algunas ocasiones una buena solución.

La jugada, un millón de veces repetidas en los partidos anteriores entre ambos, tiene el mismo efecto que una granada en la cabina de un avión: provoca muchísimo daño y sobrevivir es razón para dar gracias. Intentando no desangrarse por el lado del revés, Federer está obligado a calcular muy bien el bote de la pelota y generar fuerza alejado de su centro de gravedad. Como la pelota de Nadal viaja con una rotación diabólica (alcanza las 5.000 revoluciones por minuto), con tantos giros que parece un trompo de madera recién soltado de su cuerda artesanal, el suizo se ve haciendo esfuerzos que acaban dejándole sin fuerzas, agotado, costándole la vida. En un periquete, Nadal manda 4-0, confirma su ventaja ganando el segundo parcial y empata la final, frenando el infernal ritmo de Federer, o eso es lo que parece.

Con todo igualado y en clara línea ascendente, Nadal tiene tres bolas de break en el primer juego de la tercera manga que dejan a Federer tiritando. Ya está, colorín colorado, si el español convierte alguna este partido se ha terminado. Que el suizo las salve y gane el set por 6-1 solo se explica viendo lo que hace sobre la pista: Federer le dice que no a Nadal sin tan siquiera dejarle jugar (tres aces abiertos). Está claro que tiene la final donde quiere porque está bailando, jugando siempre de frente y haciendo barbaridades como los tiros a bote pronto que devuelve, los restos ganadores que dejan alucinado al español (¡cómo se quita la bola del cuerpo!) o la puntería ilimitada que demuestra con su fuego cruzado. Nadal, un rival duro como pocos, está en manos de lo que haga su rival.

Defensa de granito

Empujado al vacío, Nadal intenta neutralizar los latigazos de Federer endureciendo el partido, la tumba del suizo tantas otras tardes. Se juega el cuarto set y el mallorquín tiene un break a favor que defiende plantando su corazón en la pista: aquí estoy yo, aquí está mi alma bombeando más fuerte que tus zambombazos y si quieres ganarme vas a tener que pasarnos por encima a los dos juntos. Sacando para 4-1, Nadal se protege de todos los mordiscos del suizo, que tira tres ganadores seguidos a tres direcciones distintas y acaba perdiendo el intercambio porque el mallorquín le sienta con una defensa de granito, que en diciembre seguirá siendo uno de los mejores puntos de 2017.

Llega el quinto set y llega Nadal en tromba, rompiendo el saque de Federer y protegiendo las cinco primeras bolas de break que se va procurando su contrario. Llega el suizo, que sigue creyendo, encajando que por primera vez en la final va por debajo. Llega su remontada (3-3), porque insiste y porque Nadal se lo permite (3-2 y punto para 4-2 del español). Llega la victoria entre lágrimas. A los 35 años, la cabeza de Federer está preparada para sufrir.