Al final del partido, Angelique Kerber le grita a sus demonios palabrotas en alemán sentada en el banquillo. La número dos del mundo acaba de caer en la primera ronda del torneo de Doha contra Daria Kasatkina (4-6, 6-0 y 4-6). Es su cuarta derrota de la temporada, la segunda contra la rusa (también le ganó a la primera en Sídney). Es un golpe a sus opciones de recuperar el trono del tenis femenino. Es también la confirmación de que Kerber no se encuentra: después de un 2016 meteórico (sus dos primeros grandes y número uno mundial), la alemana ha arrancado el año de su confirmación como líder del circuito a trompicones. Llegar a lo más alto es heroico, mantenerse conviviendo con la presión forma parte de otra historia bien distinta.
“Me siento preparada para volver a jugar porque he pasado mucho tiempo sin hacerlo desde que perdí en Melbourne”, se arrancó la alemana a su llegada a Doha hace unos días, soñando con hacer un buen torneo, repetirlo luego en Dubái (desde el próximo 19 de febrero) y arrebatarle a Serena Williams la primera posición de la clasificación (debía hacer final en ambas citas para lograrlo, ahora está obligada a ganar en Dubái si quiere tener oportunidades) tras perderla a manos de la estadounidense en el Abierto de Australia.
“Siempre es complicado jugar los primeros partidos tras un descanso tan largo como el que he tenido”, explicó la número dos después de caer con Kasatkina el jueves. “Ella ha jugado bien y yo he cometido demasiados errores en los momentos importantes. No ha sido mi día, no me he sentido bien”, añadió la alemana. “Tengo que conseguir estar lista de nuevo y sentirme bien, porque no me he encontrado así en los últimos días. Tengo que encontrar mi ritmo de juego. Esto es lo más importante para mí ahora mismo”.
¿Qué ha pasado para que un discurso tan claro cambie radicalmente en apenas 72 horas? Ni Kerber, una obsesa del trabajo duro, ejemplo de profesionalidad durante mucho tiempo, ha logrado esquivar los peligros de verse arriba, el vértigo que provoca quedarse en solitario tras completar la escalada con la que todo el mundo sueña. La alemana escribió la página más importante de su carrera en 2016, ganando el Abierto de Australia, el Abierto de los Estados Unidos, colgándose la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro y quitándole el trono del circuito a Serena.
A partir de ahí, arrancando desde cero el nuevo curso, la número dos del mundo ha sufrido horrores para jugar con su sello, que es la solidez incisiva desde el fondo de la pista. Consumida por el esfuerzo y la exigencia de la temporada pasada, la alemana está pagando ahora el enorme peso de querer ser líder, sensación compartida por muchas otras (Simona Halep, Agnieszka Radwanska, Garbiñe Muguruza o Eugenie Bouchard) que todavía no han llegado al cielo de su deporte, algo que sí ha hecho Kerber.
“Mi objetivo ahora mismo no puede ser otro que mejorar”, reflexionó la campeona de dos grandes, que se marchó en un avión por la noche para empezar a preparar el torneo de Dubái. “Si juego un buen tenis, tendré buenos resultados. Ya veremos qué ocurre en los próximos meses, pero para mí es muy importante jugar a un buen nivel antes que ponerme a pensar en otras cosas”.
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