Antes de que el partido despertase la atención del mundo entero, Mirka Vavrinec, la mujer de Roger Federer, se había unido a los silbidos del gentío contra Nick Kyrgios. Con el pase a la final del torneo de Miami en juego, el público hizo lo nunca visto fuera de los muros de una eliminatoria de Copa Davis: apoyar a muerte al suizo y linchar al australiano, quitándole mérito a sus aciertos (que tuvo muchos, y muy brillantes) y celebrando sus errores con estruendo, sin importar si era una derecha al limbo, una doble falta o un Ojo de Halcón que le quitó la razón.
La apretada victoria de Federer (7-6, 6-7 y 7-6 en 3h10m) le citó el próximo domingo con Rafael Nadal (6-1 y 7-5 al italiano Fognini) por el segundo Masters 1000 del curso en el tercer partido entre ambos de 2017 y remarcó el valor de lo que ambos están haciendo. Lo de la legendaria pareja de contrarios es increíble: han pasado de no enfrentarse durante más de un año (finales de 2015 a principios de 2017) a cruzarse en los tres torneos más importantes (Abierto de Australia, Indian Wells y Miami) de esta temporada. Antes del clásico de los clásicos, sin embargo, una semifinal revuelta como pocas.
“He peleado, he competido por cada punto”, se arrancó Kyrgios tras el partido. “Obviamente, soy muy emocional. Federer es el favorito de la gente, juegue donde juegue. La grada estaba de su lado, creo que tengo que ganar un poco más para empezar a ponerlos de mi parte”, cerró el australiano. “Creo que están conociendo a Nick ahora”, le siguió Federer, cerca de la medianoche en Miami. “Es su segundo o tercer año en el circuito y todos ven cómo evoluciona, como jugador y también como persona. Eso es importante”, se despidió el suizo, que tendrá ahora algo más de 24 horas para recuperarse antes de la final.
“¡Dios mío! ¡Cierra la boca! ¡Cierra la maldita boca! ¿Qué coño estás haciendo?”. Con 5-4 y saque en el tie-break de la tercera manga, Kyrgios se encaró con una espectadora que había cantado fuera una bola, con el punto todavía en juego, cuando el juez de silla no había abierto la boca. La tolerancia del australiano a las adversidades se terminó ahí. Tras más de tres horas resistiéndose a explotar y perder el control, Kyrgios cedió ese punto (5-5), cometió una doble falta justo después (5-6) y encajó la derrota rompiendo la raqueta contra el suelo, mientras Federer apretaba el puño y sus pulmones recibían el aire del triunfo, limpio y puro.
“¡Roger! ¡Roger! ¡Roger!”, gritó el tumulto durante toda la noche, hasta que el cántico se convirtió en un himno que se escuchó en todos los rincones de la ciudad. Pocas veces una grada hizo una división tan marcada entre héroe (Federer) y villano (Kyrgios). Los aplausos, que fueron todos para el suizo, chocaron de frente con los tremendos abucheos, la banda sonora que acompañó al australiano desde el arranque del partido. Sin hacer nada hasta ese momento para merecer semejante castigo, Kyrgios tuvo que soportar los silbidos de la gente mientras peleaba contra las oportunidades perdidas en la primera manga (5-4 y saque primero, dos puntos de set en el tie-break luego), bailaba con sus frágiles nervios y buscaba la forma de ganarle al campeón de 18 grandes, que aterrizó en el encuentro con un balance (17 victorias y una derrota) que no tenía desde 2006.
Federer, que de inicio no notó el desgaste del día anterior (casi dos horas contra Tomas Berdych, al que sobrevivió salvando dos puntos de partido), se pasó un buen rato viendo pasar saquetazos a más de 200 kilómetros por hora sin poder hacer otra cosa que agachar la cabeza y cambiarse de lado. A medida que avanzó el partido, el suizo fue encontrando la manera de restar mejor, amortiguando los cañonazos del australiano para obligarle a jugar el punto. El número seis pensó que llevando el cruce a ese terreno tendría mucho hecho y se equivocó: Kyrgios le discutió cada punto, de latigazo en latigazo, de genialidad en genialidad (¡qué tiro por debajo de las piernas volvió a conectar!), de golpe imposible en golpe imposible.
El australiano perdió, pero intentó de todo. En su idea de ser más punzante que el filo de una espada, el número 16 del mundo se atrevió a copiar la famosa jugada que Federer reinventó en el verano de 2015, dejando de piedra al vestuario cuando vieron cómo la estrenaba en el torneo de Cincinnati. Así, el australiano le echó agallas al resto para correr hacia delante y devolver los servicios de su contrario sobre la línea del cuadro de saque, casi a bote pronto. La primera vez, el suizo abrió tanto los ojos que casi se le salieron de las órbitas. La segunda y la tercera perdió el punto, todavía sorprendido por lo que estaba intentando su oponente. La cuarta le cerró el grifo: se acabó, ni una más.
Con todo en contra, y tras perder el primer set en el desempate, Kyrgios se alimentó de orgullo. Sin pararse a pensar en el marcador, el australiano siguió jugando a lo grande, una palabra que le representa porque ha nacido para aspirar a todo. Ganó el segundo set, salvando dos puntos de partido en el tie-break. Citó a Federer en el tercero, decisivo y eléctrico. Llegó a estar dos veces en una interesante ventaja en el desempate final (3-1 y saque, 5-4 y saque). ¿Por qué se le escapó entonces la victoria?
Ocurrió que Federer volvió a volar (qué primer tiro tras el saque, qué voleas, qué juego de pies). Sucedió que el suizo demostró de nuevo una resistencia altísima a los problemas, que en el pasado quizás le habrían costado la derrota (perder dos puntos de partido en el segundo set, estar dos veces abajo en el tie-break del tercero). Pasó lo de siempre. En un ambiente dulce, sintiéndose el protegido de un estadio enorme que martirizó a su contrario, Federer ganó y se dio una oportunidad que parecía imposible en enero: la de irse a descansar (está por ver qué juega de la temporada de tierra batida, si es que juega algo) abrazado a los tres torneos más importantes que se han jugado hasta ahora.