“Estoy en un buen momento mentalmente”. Con esas palabras revoloteando por la noche de California, seguro que las taquillas del vestuario se encogieron mientras sus dueños miraban con preocupación para otro lado. Tras ganar en los octavos de final del Masters 1000 de Indian Wells a Novak Djokovic, al que también se impuso hace unas semanas en cuartos del torneo de Acapulco, Nick Kyrgios puso orden en el caos que permanentemente le rodea con un aviso para todos, sin excepción: con paz y armonía, de siempre sus dos grandes puntos negros, este es un jugador que tiene armas para convertir en una marioneta a cualquiera, y ahí también están incluidos los mejores del mundo.
“Me encuentro bien”, se arrancó el australiano, que este viernes se jugará con Roger Federer el pase a las semifinales (1-0 domina el cara a cara) tras batir a Djokovic en un cruce que le vio mandar casi siempre, pero también sufrir cuando el serbio endureció los intercambios en la segunda manga. “Sabía que sería duro de nuevo y lo que me tocaba hacer. Él es un gran campeón”, prosiguió el número 16 sobre su oponente, al que también gana por 2-0 la rivalidad entre ambos.
“Mi mentalidad está mejorando. Estoy peleando durísimo por cada bola, por competir. He jugado los puntos cruciales bastante bien”, insistió. “Sabía qué tácticas debía seguir y ha funcionado. Ganarle a Djokovic es una victoria grande para cualquiera, especialmente para mí”, celebró.
"Estoy muy impresionado de que haya eliminado a Djokovic dos semanas seguidas en su mejor superficie”, aseguró Federer tras vencer a Rafael Nadal, sumando por primera vez tres victorias consecutivas contra el español. “Espero que esto le lleve a algo bueno, que se dé cuenta de que si se esfuerza, se centra y agacha la cabeza día a día y semana tras semanas puede tener ese nivel”, añadió el campeón de 18 grandes, que en cuartos tendrá una buena prueba contra el australiano.
Días atrás, Kyrgios derrotó al número dos del mundo en Acapulco disparando 25 saques directos, cifra que bajó hasta 14 el miércoles en Indian Wells. En ninguno de los dos partidos, sin embargo, consiguió el serbio arrebatarle el servicio, quedándose sin opciones al resto y por consecuencia en el cruce. Protegido tras la muralla del saque, pasando una y otra vez la barrera de los 200km/h, el australiano vivió con tranquilidad ambos encuentros, de la máxima exigencia aunque Nole esté enfrascado en una batalla mental contra sí mismo. Ahondando en la evolución de su juego, que ha pasado de ser de palo y tentetieso a moderado cuando los peloteos así lo requieren, Kyrgios coleccionó otro triunfo brillante que llegó acompañado de una sensación bien familiar.
En julio de 2014, con 19 años y siendo el 144 mundial, el australiano se plantó en la central de Wimbledon y mandó a casa a Rafael Nadal, que se pasó toda la tarde intentando cazar las bombas de un desconocido. De sopetón, ese partido elevó al adolescente a la categoría de futuro número uno del mundo, porque con semejantes mimbres había que apostar a lo grande, sin medianías.
Los acontecimientos posteriores, en cualquier caso, lo enfriaron todo. A Kyrgios, descarado e irreverente, le etiquetaron como el nuevo John McEnroe. A una primera sanción de 10.000 dólares en el Masters 1000 de Canadá de 2015, (“Kokkinakis se ha acostado con tu novia. Lamento decírtelo, compañero”, le dijo a Stan Wawrinka en pleno partido) le siguió otra por falta de competitividad en su derrota del año pasado en el Masters 1000 de Shanghái contra Mischa Zverev, que le mantuvo ocho semanas alejado de las pistas y le obligó a pagar una multa de 16.500 dólares.
“No creo que sea un mal chico”, afirmó el australiano en Indian Wells. “Sinceramente, he tenido un par de malentendidos en pista, pero han sido fruto del momento, de estar en caliente. Eso pasa cuando estás enfadado o compitiendo”, continuó explicándose. “Fuera de pista, no creo que haya hecho nada en contra de la ley. Ni he conducido borracho, ni he disparado a nadie ni he robado. No soy una mala persona. Si pones todo en perspectiva, no soy una mala persona”, insistió.
“Hacia finales de la temporada pasada iba muy agobiado a los sitios, a los torneos. No tenía ganas de entrenar, no me apetecía nada. Fue duro porque mi equipo tenía motivación pero yo no tenía motivación. En Australia también fue duro. Sentí que todo el país estaba en mi contra cuando perdí. Aunque ningún australiano lo hizo mejor, me sentí así. Aunque creo que lo asumí bastante bien”, añadió. “Toqué fondo, no quería jugar. De hecho, me planteé tomarme un descanso. Hablé con mi equipo y les dije que no podía jugar más”.
Ahora, todo eso ha cambiado: hoy, Kyrgios está en calma y eso es una malísima noticia para todos los que se crucen en su camino. Si la cabeza le acompaña, tenis tiene para marcar una época.
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