Para llegar a la final de Miami, la 104 de su carrera y la tercera que jugará esta temporada (Abierto de Australia y Acapulco), Rafael Nadal solo necesitó recorrer la alfombra roja que le tendió Fabio Fognini (6-1 y 7-5). El italiano, que jugó sin convicción alguna en la victoria, apareció en la pista tras sacar bandera blanca en el vestuario y le entregó el triunfo al campeón de 14 grandes con su tenis de cristal, que se rompió con una simple mirada (35 errores no forzados). El domingo, y tras perder cuatro finales en el torneo (2005, 2008, 2011 y 2014), Nadal buscará uno de los tres Masters 1000 que nunca ha ganado (junto a Shanghái y París-Bercy) contra Roger Federer (7-6, 6-7 y 7-6 a Nick Kyrgios) en el tercer partido este curso. [Narración y estadísticas]
“He jugado un buen primer set, pero es evidente que él cometió errores”, analizó el mallorquín tras el partido. “Después ha habido momentos en los que he cometido fallos al resto. Llega un momento dado en el que te pones un poco nervioso. Han ido pasando las oportunidades y él tiene un gran talento. En cualquier instante puede cambiar el nivel y eso te crea un poco de inseguridad”, prosiguió el balear. “No ha sido mi mejor segundo set, aunque lo lógico habría sido ganar 6-3 o 6-4 en lugar de 7-5”, añadió. “La final es una gran noticia para mí. Son muchos puntos y mucha confianza antes de empezar la temporada de tierra batida. Al margen de mi rival, tengo que pensar en lo mío, en dar mi máximo y tener intensidad en mis golpes. Solo así voy a poder ganar el título”.
A la hora del partido, el termómetro marcaba 30 grados de temperatura, pero los jugadores sintieron que eran casi 50. Asfixiados bajo el sol, con los pies achicharrados por el contacto con el cemento, los dos oponentes buscaron el pase a la final resguardándose en los descansos bajo gigantescos paraguas naranjas y enrollándose bolsas de hielo en el cuello para rebajar el agobiante calor. Se enfrentaron, además, a un violento vendaval que dificultó las condiciones de juego, como en el primer partido del español en el torneo. Para Fognini, apático y enredado en una maraña de desatinos, fue un martirio constante.
Impulsado después de su mejor semana en mucho tiempo, el italiano no hizo nada de lo que le había llevado hasta las semifinales, derrotando incluso a Kei Nishikori el día anterior. Ni ataques fulgurantes, ni intercambios guillotinados con talentosos manotazos, ni los arrebatos mágicos de un jugador que vive de la inspiración, con las ventajas e inconvenientes que eso provoca. Fognini, que pese a reaccionar tímidamente en el segundo set se despidió del encuentro sin procurarse una sola de break, había conseguido ganar tres veces a Nadal en la misma temporada (2015), llegando a remontarle dos mangas en el Abierto de los Estados Unidos, un logro que nadie había conseguido y que le sigue perteneciendo en exclusiva.
Ese jugador, sin embargo, no apareció en las semifinales de Miami, salvo a destellos en el segundo parcial. Fue Nadal el que gobernó desde el fondo y devoró con su derecha al italiano, sin voz ni voto en los peloteos. Fue Nadal el que sacó de maravilla (70% de primeros y 83% de puntos ganados con ese primer saque) y cedió solo nueve puntos al resto (de 50 jugados). Fue Nadal el que coronó el encuentro con un juego serio y sólido, como desde que comenzó a jugar en Miami hace más de una semana.
Aunque en su camino a la final no se ha encontrado con ningún top-15, el mallorquín ha ido elevando el nivel con el paso de las rondas. Si ante el estadounidense Sock jugó su mejor partido en el torneo, contra Fognini fue capaz de descifrar los peligros del partido, que pasó de estar controlado a llenarse de turbulencias cuando el italiano hizo el amago de enseñar las garras en la segunda manga. Nada, tendrá que ser otra vez.
Nada no se lo permitió. El español, claro, no ha firmado un esperanzador comienzo de año teniendo lagunas: por primera vez en mucho tiempo, y los resultados lo respaldan, el número siete vuelve a ser un jugador muy fiable, algo que había echado de menos en los últimos tiempos. Le falta un título, por el que peleará el domingo contra Federer en su tercera final de una temporada que ha empezado como un tiro.