Casi un año después de jugar su último partido sobre tierra batida, Rafael Nadal abrió la gira europea de arcilla venciendo 6-0, 5-7 y 6-3 a Kyle Edmund en la segunda ronda del torneo de Montecarlo, llegando a los 400 encuentros disputados sobre la superficie donde ha levantado su leyenda. El cruce, su debut más complicado en una de las pistas fetiches de su carrera (nueve veces campeón) inauguró oficialmente los días que el balear tiene bien subrayados en su calendario y posiblemente le preparó para lo que se le viene encima, que no es ninguna broma. Las curvas ya están aquí: Alexander Zverev (6-0 y 6-4 a Feliciano López) espera al balear este jueves por el pase a octavos de final. [Narración y estadísticas]
“Todas las rondas son complicadas y cada vez más”, analizó Nadal en EL ESPAÑOL tras el triunfo. “Todo el mundo juega bien, todo el mundo le pega muy fuerte a la pelota. El rival siempre tiene la opción de pegarle tan fuerte como hoy Edmund y si eso pasa estás en un problema”, prosiguió el balear. “Hay que tener la humildad para saber que esto ocurre y que hay que sufrir. Yo estaba en la pista pensando: ‘Es verdad, estoy sufriendo, pero a Djokovic le sacaron para ganarle el partido, Murray no ha perdido un set porque no ha tocado, Wawrinka lo ha perdido, Berdych se ha ido a tres sets contra Haas…’. Todo el mundo está sufriendo”, insistió. “Hay que luchar para superar la adversidad. Lo importante es darme opciones de seguir compitiendo”.
Como Andy Murray (7-5 y 7-5 al luxemburgués Muller), Novak Djokovic (6-3, 3-6 y 7-5 al francés Simon) y Stan Wawrinka (6-4, 4-6 y 6-2 al checo Vesely), sus tres grandes rivales en la pelea por los títulos más importantes en las próximas semanas, el campeón de 14 grandes tuvo muchos problemas en su primer partido en tierra, pese a que logró ajustar su juego y enseñó al principio un interesante patrón intermedio entre el cemento y la arcilla, como si no quisiera tirar por la borda todos los cambios que ha hecho en los últimos meses para ser competitivo en pista dura, un proceso que le ha costado tiempo, trabajo y un esfuerzo mental para salir de su zona de confort.
De arranque, Nadal no dejó que Edmund golpease en posiciones cómodas. Si el británico quería pegar con los pies parados, sin moverse del sitio y bien apoyado para que su tremenda derecha no perdiese fiabilidad, el español le obligó a correr de lado a lado, buscando precisamente lo contrario. El resultado fue inmediato: en menos de media hora, Nadal le había puesto su sello a la primera manga tras romperle tres veces el saque a su contrario, abrumado por la distancia en el marcador y por las dificultades que tuvo para ganarle un punto al mallorquín.
El número 45 del mundo pagó con una tiritona todo lo que le vino de nuevas: el escenario, la leyenda de su oponente y un nivel que no encontró forma de contrarrestar. Edmund, acostumbrado al juego directo de la pista rápida, pero con capacidad para adaptarse a la tierra, volvió al encuentro de la nada cuando estaba tumbado en la lona sin opciones de levantarse. El británico, que perdía 1-2 y saque de su contrario, le propinó un 3-0 de parcial, se colocó 4-2 y llegó a tener bola para 5-2 al resto, abortada por el español. Durante esos minutos unidireccionales, Nadal no vio pasar los derechazos de Edmund, que consiguió crearle con ese golpe un puñado de problemas al mallorquín, desbordado de arriba a abajo.
Reenganchado al partido, el 45 del mundo entró en trance. Reventando la bola con el drive desde todas las posiciones posibles, Edmund empató el encuentro ganándole el segundo set al español, tuvo una pelota para 3-1 en el tercer parcial, le devolvió el break a Nadal cuando el balear se puso 3-2 (para 3-3) y acabó desinflándose en un arreón final de Nadal (dos roturas de balear), capaz de rectificar y corregir sobre la marcha un encuentro manso durante casi una hora.
La tierra, como no podía ser de otra forma, permitió a Nadal hacer lo que más le gusta, aunque a ratos decidiese atacar más de lo normal en una superficie menos agradecida que otras con el tenis ofensivo. Así, en su reencuentro con el albero, el número siete pudo jugar con más efecto su icónica derecha combada, que con el paso de los años ha perdido algo de altura, ponerse a restar los saques muy atrás sin que la posición le penalizase en el armado de la jugada (fue lo habitual contra Edmund) y disfrutar de un tiempo extra para analizar todo lo que estaba pasando y controlar la velocidad de los peloteos, algo imposible en cemento.
La victoria del español, que interpretó bien las necesidades del encuentro cuando peor pintaba su continuidad en el torneo, le lleva a octavos de final y le cita de nuevo con Zverev, al que batió en el pasado Abierto de Australia en cinco mangas. El alemán, casi seguro, le obligará a dar un paso al frente para el que Nadal debería estar listo después de una intensa y disputada toma de contacto con la tierra.
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