El trayecto duró 200 metros, pero a Rafael Nadal posiblemente le pareció una maratón, por el tiempo que tardó en recorrerlos y por el esfuerzo que necesitó hacer para llegar de una pieza. El lunes por la mañana, y tras entrenarse con el francés Tsonga durante más de dos horas en la pista número siete del torneo de Montecarlo, el mallorquín cruzó la estrecha pasarela de piedra que muere en el vestuario mientras una ola de aficionados (más de 300) gritaba su nombre con estruendo y buscaba con olfato de cazador un autógrafo o fotografía que llevarse a casa. El español, que empapado en sudor se paró con paciencia para atender a todo el que pudo sin una mala cara, abrirá la parte más importante de su año debutando en el tercer Masters 1000 del calendario el próximo miércoles contra Kyle Edmund con una diferencia importante en comparación con los dos últimos cursos: en 2017 está cerca de sus mejores días.
“Creo que estoy muy cerca de donde quiero estar”, aseguró el campeón de 14 grandes, que nunca antes se ha medido al británico, vencedor 7-5 y 6-1 de Daniel Evans en la primera ronda. “Ahora mismo estoy a un nivel muy alto de tenis. Me siento preparado para ganar títulos”, prosiguió el mallorquín, derrotado en las tres finales (Abierto de Australia, Acapulco y Miami) que ha jugado esta temporada, pero consolidado en la segunda posición de la clasificación del año (2235 puntos, por los 1500 de Stan Wawrinka, su primer perseguidor), la que marca la carrera a la Copa de Maestros. “He jugado muchos partidos. He ganado muchos y también he sumado muchos puntos. Estoy en una posición privilegiada de cara a Londres. Eso son grandes noticias y me da calma para los siguientes torneos”.
Nadal sabe que en las próximas ocho semanas (Montecarlo, Barcelona, Madrid, Roma y Roland Garros) se juega el trozo más grande del pastel que tiene por delante. Tras perder la histórica tiranía que había impuesto año tras año ganando todos esos torneos (entre 2005 y 2014, con algunas derrotas aisladas), el mallorquín aterriza en la arcilla después del tercer mejor arranque de su carrera (por detrás de 2009 y 2014), el síntoma de que cerca de cumplir 31 años vuelve a vivir un momento dulce.
“El año pasado gané aquí, pero llegué con una confianza mucho menor que ahora”, aseguró Nadal, que en 2016 celebró el título tras inclinar a Gael Monfils en la final, le dio continuidad a esa victoria ganando también en Barcelona y se lesionó luego la muñeca en Madrid (en los cuartos de final contra el portugués Sousa), condicionando el resto de su temporada. “Estoy satisfecho con mi nivel de juego, para mí es importante saber que puedo ser competitivo. Eso me da una motivación extra”, reconoció el número siete del mundo. “Por el momento estoy bien, no tengo problemas físicos. He hecho una adaptación gradual a la tierra y estas dos semanas he entrenado bien”, siguió el balear, que renunció a la eliminatoria de Copa Davis entre España y Serbia para realizar una transición adecuada a la arcilla. “Estoy jugando lo suficientemente bien como para pelear por todo”.
El aviso es para tomárselo bien en serio. Llega la temporada europea de tierra batida. Llega Nadal, posiblemente el mejor jugador de la historia sobre la superficie, respirando confianza después de un inicio de año que solo podría haber mejorado ganando los tres títulos que se le escaparon en el Abierto de Australia, Acapulco y Miami. Llega el momento de aspirar a lo máximo en terreno conocido y esta vez hay pocas dudas: el mallorquín está preparado para enfrentarse a todo lo que le echen.
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