¿Cómo es la oportunidad que tiene Rafael Nadal este domingo para ganar su tercer título en el Abierto de los Estados Unidos y llegar a 16 torneos del Grand Slam? Gigante. El mallorquín, que se mide a Kevin Anderson en el cruce decisivo, está ante una ocasión única porque su rival es primerizo en partidos de la máxima exigencia (nunca antes había pasado de octavos en un grande), porque jamás ha perdido con el sudafricano (4-0) y porque la victoria que consiguió contra Juan Martín Del Potro destapó su mejor versión en mucho tiempo sobre pista rápida. En consecuencia, Nadal es muy favorito para levantar la copa.
“Pero Rafa sabe que el partido no está ganado, ni mucho menos. En ese aspecto no vamos a tener que hacer ningún trabajo porque respeta siempre a todos los rivales”, avisa Carlos Moyà, uno de los entrenadores del tenista. “Eso sí, no sé si le puede meter más presión o no. Es una final de Grand Slam y el que diga que no tiene nada que perder está mintiendo. Hay mucho que ganar y mucho que perder, pero son los retos que a él le gustan y le motivan”, continúa el exnúmero uno del mundo, que vivirá su cuarta final grande en el banquillo (Wimbledon 2016 con Milos Raonic, Abierto de Australia, Roland Garros y Abierto de los Estados Unidos 2017 con Nadal). “Es por lo que sigue jugando a tenis, para intentar ganar más grandes”, reconoce. “Muchas veces el partido depende de Nadal, es verdad que Anderson va a intentar que haya poco ritmo, imponer su estilo y que los puntos sean cortos”, se despide.
“Teóricamente, Rafael es el favorito, por eso es el número uno”, le sigue Toni Nadal, tío y técnico del mallorquín. “Estuve viendo jugar a Anderson contra Carreño y el nivel de saque fue increíble, y el de exigencia con sus golpes también”, prosigue. “Es un rival muy peligroso porque sabes que tendrás pocas opciones de romperle el servicio y se te hace complicado devolver las pelotas y hacer un juego tranquilo”, analiza el preparador a Anderson, el jugador más alto de siempre (2,03m) en clasificarse para luchar por un grande. “En el partido decisivo puede pasar de todo, pero si miramos cómo están las apuestas vamos a saber rápidamente quién es el favorito”, subraya. “Aunque es cierto que en una final no hay favoritos, lo único que cuenta es jugar bien para intentar ganar”.
Nadal ha llegado hasta la final sin medirse a uno de los 20 mejores jugadores del mundo y el partido decisivo no será una excepción porque Anderson es el número 32. Sobrado de experiencia en encuentros tan importantes (ha jugado 22 veces por el título de un Grand Slam), el español cuenta con la ventaja del currículo como trampolín para acabar con el novato, que se ha fabricado la oportunidad sacando impecablemente (114 aces, más que nadie, y un sorprendente 83% de puntos abrochados con su primer servicio) y mostrando frialdad ante las emociones que se le han ido presentando por el camino.
“Anderson lleva un tiempo jugando mejor”, dice Nadal sobre su contrario, que se perdió varios meses de 2016 como consecuencia de problemas en la rodilla, el tobillo y el hombro. “Después de las lesiones que tuvo le costó volver, como a todos, pero antes ya estaba entre los 10 mejores. Es un rival de máximo nivel, y más en este tipo de superficies”, sigue el mallorquín. “Está sacando muy bien, jugando con confianza y siendo agresivo. Tengo que intentar imprimir mi ritmo. Tengo que cambiar la dinámica de los puntos con golpes cortados y con bolas más altas”, insiste. “He visto el partido con Pablo y Anderson jugaba de memoria y se veía que estaba comiéndole pista en todo momento. Tengo que intentar evitar que me pase lo mismo: es difícil porque se apoya en un saque muy potente y al resto va a jugar muy agresivo”.
En la final del último grande del año, Nadal tiene mucho que ganar, pero también mucho que perder: nunca tuvo un título de Grand Slam tan al alcance de su mano, y eso es mucho decir porque lleva más de 20 finales grandes en las piernas.
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