La calma no abandona a Pablo Carreño (Gijón, España; 1991), pese a que este viernes juega el partido más importante de su vida. El gijonés, que buscará el pase a la final del Abierto de los Estados Unidos ante Kevin Anderson (0-2 en el cara a cara), llega a la cita sin ceder un solo set y con la confianza de haber firmado el torneo que le ha presentado al mundo entero, dejándole a las puertas del top-10 y metiéndole de lleno en la carrera hacia la Copa de Maestros de Londres, donde a finales de temporada se citarán las ocho mejores raquetas de 2017.
Antes del trascendental cruce, Carreño se sentó con EL ESPAÑOL en el restaurante de jugadores del torneo, estiró sus piernas en un sofá de cuero y se sinceró con este periódico durante una conversación larga y reposada.
Cuénteme algo que no se sepa de usted.
Mi color favorito es el verde, como su camisa [señala a su entrevistador]. Es difícil… A medida que van pasando los años y aparecen los buenos resultados hacemos más entrevistas, llevamos ya unas cuantas. ¡Ya casi se lo he contado todo!
Bueno, pues dígame tres palabras que le definan.
Tranquilo, ambicioso y luchador.
En los torneos le llaman Carreño Busta. ¿Por qué juega con sus dos apellidos?
Soy muy familiar. Llevo el apellido de mi padre, que es Carreño, pero también Busta, que es el de mi madre. Ella tiene el mismo mérito que él.
El otro día sonreía como un niño. ¿La última vez que lloró a solas?
Después de Roland Garros. Tener que retirarme con Nadal fue duro y cuando me dijeron que tenía una rotura todo empeoró. Luego volví en el torneo de Bastad y otra vez tuve que abandonar. Fue un momento muy difícil. De sales gracias a la gente que tienes cerca. Mi familia, mi equipo… Mi preparador físico, Walter Navarro, tuvo mucha importancia. Nunca está por aquí porque no suele viajar, pero es el que me acompaña día tras día en Barcelona. Es casi como un padre para mí. Estos meses que estuve allí parado, tuve un problema en la boca, él me llevó a urgencias un domingo y se quedó conmigo durante cuatro horas esperando a ver qué pasaba.
Hábleme de él.
Llevamos juntos desde que me fui a Barcelona. En Gijón también tenía preparador físico, pero hacíamos media hora uno o dos días a la semana. Ahora es todo más profesional. Desde los 15 a los 26 son 11 años juntos. Ha estado siempre conmigo, cuando he tenido que ir al médico, cuando me operé de la espalda… Para cualquier cosa ha estado ahí. Ha llegado un punto en el que tenemos muchos amigos en común, salimos algún fin de semana en bicicleta y hacemos excursiones largas y duras, sesiones muy físicas, pero en las que también nos tomamos nuestro bocadillo tranquilamente con un refresco o una cerveza. Y hablamos de cosas que no tienen nada que ver con el tenis. También me ha invitado a asados en su casa porque es argentino.
Tiene 26 años, una edad para comerse el mundo. ¿Hace mucho que no sale de fiesta y se emborracha?
Puedo contar con los dedos de la mano las veces que me he emborrachado. No suele pasar, aunque sí que salgo de fiesta, siempre sin sobrepasarme. Ahora mismo, por ejemplo, hace bastante que no salgo.
¿Cómo lleva su nueva vida en pareja?
Empecé a vivir con mi novia en junio, tampoco llevamos tanto tiempo. Coincidió con la lesión después de Roland Garros, estuve dos meses parado en Barcelona y la verdad es que muy bien. El problema ha empezado ahora, cuando he empezado a viajar de nuevo. Llevo ya un mes sin verla y lógicamente nos echamos de menos. Cocina un día cada uno, pero ella lo hace mucho mejor. Yo hago lo que puedo, ¡soy muy buen pinche!
Tras retirarse de esos cuartos de Roland Garros que antes mencionaba llegó a pensar que quizás la oportunidad no volvería. ¿Y ahora en semifinales?
No me da miedo que la oportunidad no pueda volver. Voy a intentar disfrutarla como si fuera la última, pero sabiendo que si lo he hecho una vez tengo capacidad para repetirlo. Cuando llegué a cuartos de Roland Garros no me lo acababa de creer. Ahora vengo al Abierto de los Estados Unidos, vuelvo a los cuartos y encima me supero. ¿Por qué no volver a un torneo grande y seguir superándome en caso de que pierda en semifinales?
¿Alguna vez se dijo que no valía para esto?
Es difícil. Le he dedicado muchas horas, mucho esfuerzo y mucho sacrifico para ser tenista. Tengo la suficiente tranquilidad para no tirarlo por la borda por un mal partido o porque alguien me escriba y me diga que no sirvo. Tenía muy claro que quería ser profesional y ahora que lo soy quiero disfrutarlo, aunque tenga tres meses en los que no gane un partido y me digan que soy muy malo. Siempre habrá gente que no esté contenta, que quiera más. Si pierdo en semifinales habrá algunos que digan: ‘hombre, con el cuadro que ha tenido normal que llegue a semifinales. Tenía que haber llegado a la final’. Yo he llegado a semifinales, con el cuadro bueno o malo. Valoro mucho lo que estoy consiguiendo por todo lo que he trabajado.
La sensación es que parece que ha estado siempre cuestionado, que había gente que no daba un duro por usted.
Lo sé. Muchos no daban un duro por mí. Cuando tenía 15 años, se cuestionaba que por qué la Federación Española apostaba por mí con una beca. Cuando tenía 16, y me llevaron a la Orange Bowl (un prestigioso torneo júnior), se cuestionó que por qué me llevaban a mí. Y así en muchas otras etapas. Seguramente eso me ha hecho ser tan fuerte de cabeza, que nadie diese un duro por mí. Es una motivación. He escuchado muchas veces que llegaría al top-100 de milagro. Cuando estaba 60 decían que máximo me podría meter entre los 50. Cuando me metí 40 que podía llegar al top-20 si se lesionaban unos cuantos. Pues mira, se han lesionado varios y voy a llegar más lejos de ese top-20.
¿Cuándo aceptó que no sería otro Nadal?
En ningún momento me he planteado ser como Nadal. Yo empecé a jugar al tenis profesional con 15 años en Barcelona. Hasta esa edad no era tenista. Rafa viene de una familia de deportistas y sabe muy bien lo que eso significa.
El otro día, él dijo que por encima de todo usted era muy buena persona.
Eso es gracias a mi familia, gracias a la educación que me han dado mis padres. Me han hecho valorar mucho las cosas que tenía, esforzarme para conseguir mis objetivos y me han convertido en la persona que soy. Además, he tenido la suerte de juntarme con muy buenas amistades siempre y de no meterme en ningún follón demasiado grande. Y también de tener unos entrenadores que me han ayudado mucho desde el principio de mi carrera. Ellos han cambiado mi carácter, ahora soy un poco más gracioso. Quizás era demasiado tímido cuando estaba en Gijón.
¿Ha roto muchas raquetas?
Habré roto cinco o seis como máximo. Mi primera raqueta la rompí estando en Asturias, sin querer obviamente. Y me cayó un rapapolvo… Aprendí que no iba a romper ni una raqueta más.
¿Por qué está concediendo entrevistas antes del partido más importante de su vida en lugar de meterse en un búnker como han hecho tantos otros?
Tengo que seguir como si fuera una segunda ronda. Es verdad que ahora voy a la sala de prensa principal, y no a la número cinco, pero es normal. Estoy contento de que la gente quiera hablar conmigo y me pidan entrevistas porque eso significa que estoy haciendo cosas importantes. Al margen, tengo a Albert Molina (su representante) que me recuerda que hay que hacerlo todo. Y yo le hago caso.
¿Dormirá bien la noche antes de las semifinales?
Cuando empiece el partido contra Anderson estaré nervioso, pero es normal porque es una semifinal de Grand Slam. Ya no me tiene que quitar nada el sueño. Estando en semifinales tengo que pensar en lo máximo. Sabiendo que todas las rondas son difíciles, las semifinales y la final lo son más todavía. Los rivales que quedan son muy buenos, pero si estoy aquí es porque yo también soy muy bueno.
Usted es hincha del Sporting de Gijón. ¿Impresiona más El Molinón o la pista Arthur Ashe?
Hombre… en El Molinón juegan 22 y hay como 30.000 asientos. Aquí hay 23.000, pero juegan dos solos. ¡Así que tocamos a más espectadores por cabeza! El fútbol es un deporte totalmente diferente al tenis, pero estar ahí abajo en la Arthur Ashe impresiona mucho. Se lo aseguro.
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