Aporreándose el pecho salvajemente, Rafael Nadal celebra que por primera vez le ha roto el saque a Leonardo Mayer en su partido de tercera ronda del Abierto de los Estados Unidos. La forma de festejarlo, en cualquier caso, se queda muy corta porque el mallorquín ha necesitado 14 bolas de break (¡14!) y casi dos horas para arrebatarle el servicio al argentino, que gana la primera manga, amaga con adelantarse en el comienzo de la segunda y luego se deshace cuando el campeón de 15 grandes derriba la barrera que su oponente ha construido desde el saque. La victoria del número uno (6-7, 6-3, 6-1 y 6-4) le lleva a octavos de final (le espera el lunes Alexandr Dolgopolov, vencedor 6-1, 6-0 y 6-4 del serbio Troicki), y poco a poco despeja las dudas que van de su mano en el torneo: metido en la segunda semana de competición, Nadal está más cerca de encontrar la calma que necesita. [Narración y estadísticas]
“La diferencia entre hoy y el otro día es sustancial porque he jugado mucho mejor”, resume luego Nadal, que no llegaba a la segunda semana en los cuatro grandes desde 2011. “Estoy feliz por dos cosas: por no haberme desesperado cuando había motivos de sobra para hacerlo y porque al hacer el break me he soltado y he jugado a un nivel alto”, sigue el balear. “No estoy del todo satisfecho, podría haber jugado mejor, pero también es cierto que he ido a más en estos tres partidos. ¿Puedo hacerlo mejor? Sí. ¿Creo que voy a hacerlo mejor? También. Confío que la victoria de hoy sea un punto de inflexión”, sigue. “Ha sido un paso adelante”.
“Hoy ha sido el mejor día, pese ir abajo en el marcador”, analiza luego Carlos Moyà, uno de los entrenadores del español. “Ha sido un partido muy bueno de Rafa, yendo de menos a más como en las dos primeras rondas. Está claro que desaprovechar 13 oportunidades de rotura seguidas pesa, pero hemos visto una gran versión de Nadal”, insiste el ex número uno mundial. “Como pensábamos, la tres primeras rondas eran fundamentales. A partir de ahora empieza otro torneo distinto para él”, cierra el campeón de un grande.
“Sí, ha jugado mejor”, coincide Toni Nadal, tío y técnico del tenista. “En el primer set ha tenido muchas opciones para hacer romperle el saque a su rival y es cierto que no las ha jugado bien. Esto le ha tensado un poco en el tie-break. Luego, cuando lo ha conseguido, ha tenido un nivel muy bueno”, añade el preparador balear. “Tras hacer el break, se ha relajado un poco y ha jugado normal, haciendo buenos golpes. Ha sido un partido distinto y el nivel ha sido bueno, mejor que el de los otros dos días”.
El partido es un regalo para Mayer. El argentino, que hace unos meses estaba fuera de los 150 mejores del mundo, es hoy el número 59 porque ganar el título en Hamburgo (desde la fase previa) le ha dado un impulso tremendo para recuperar toda la confianza arrebatada en la segunda mitad de 2016. La llegada a la tercera ronda del último grande de la temporada es un golpe de suerte, porque Mayer perdió en la última ronda de la previa y luego accedió al cuadro final como lucky loser, aunque el resto por supuesto es mérito suyo, dos triunfos de mucho peso en las primeras rondas del torneo.
Bajo el techo de la central, que protege a los jugadores de la lluvia, las primeras seis bolas de rotura son para Nadal, que sin embargo no consigue aprovechar ninguna. El mallorquín va dejando escapar las oportunidades sin hacer nada, como el que ve pasar trenes por delante de su cara y no se sube a ninguno. Mayer, que juega muy valiente, negocia con mano dura esos momentos cruciales de la primera manga y consigue exactamente lo que se propone: llevar a Nadal al desempate y jugárselo todo allí a cara de perro, a ver si hay suerte y le arranca un trocito del encuentro a su oponente.
Es ese tie-break el que desnuda los nervios que Nadal todavía no ha logrado templar, unas sensaciones desconocidas en toda la temporada. Hasta entonces, el balear juega bien, nada que ver con los dos primeros días, pero el argentino le sigue el ritmo, tirando profundísimo y con la capacidad de abrir con mucha facilidad los ángulos de la pista. En el desempate suceden dos cosas: que Mayer no baja ni un poquito su nivel y que Nadal se desploma porque compite agarrotado, otra vez muy errático por todas las opciones que no ha convertido durante el parcial.
“¡Cojones!”, se grita el número uno después de salvar las dos bolas de break que Mayer se procura en el arranque de la segunda manga (7-6, 2-1 y 15-40), y que amenazan con dejarle en una situación límite. El balear, que las anula con determinación, se cansa de hacerse las mismas preguntas según pasan los minutos, que terminan convirtiéndose en horas. ¿Cuánto tiempo va pasar hasta que consiga jugar una pelota de rotura en condiciones? ¿Cuánto voy a tener que esperar para romperle el saque? ¿Por qué no soy capaz de poner en juego muchos de sus segundos servicios? ¿Qué más tengo qué inventarme después de producir mil opciones de break sin éxito?
Tras tirar a la basura las 13 primeras oportunidades de quebrar el servicio del argentino, Nadal logra el primer break (4-3 en el segundo set) y el partido cambia y se termina (16 de los últimos 21 juegos son suyos) de una vez por todas: en algo más de una hora de juego, el balear tiene tiempo de darse un festín empatando el encuentro, ganando el tercer parcial y cerrando el cruce de la mejor forma posible, porque encuentra el filo en su derecha y también los paralelos de la pista, el termómetro de la confianza para un tenista.
Para Nadal, las cosas empiezan a estar en su sitio tras sufrir de lo lindo. Cuidado, antes de los octavos, el número uno ha elevado el nivel.
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