Por primera vez en 2017, Rafael Nadal, el mejor jugador del mundo, juega con nervios. El español, que busca este sábado los octavos de final del Abierto de los Estados Unidos ante el argentino Mayer, ha superado sus dos primeros encuentros en el torneo agarrotado, con una inquietud que le impide hacer lo mismo entrenando que compitiendo. Así, el campeón de 15 grandes consigue una velocidad de crucero altísima cuando se mete en la pista a prepararse y la pierde luego durante la competición, que es exactamente lo que le sucedió en el estreno ante Dusan Lajovic y el jueves con el japonés Daniel. Después de seis meses en los que había recuperado por completo el control de las emociones, ¿qué ha pasado para que Nadal juegue con nervios?
“Son épocas y estaba claro que le iba a pasar”, explica en la terraza de jugadores del torneo Carlos Moyà, uno de los entrenadores del español. “Es normal que se desgaste durante un año tan duro. Ha llegado a metas que veía lejanas, las tiene cerca y eso le mete más presión”, prosigue el mallorquín, poniendo la diana en la lucha por los torneos importantes o en el trono del circuito. “La condición de número uno y estar peleando por esa posición… tiene que asimilarlo. Lo tenía muy asimilado en el pasado, pero es totalmente normal que ahora le cueste un poco más. Hay que saber lidiar con eso y seguir trabajando con confianza”, añade. “Los dos partidos que ha ganado demuestran que pese a los nervios está listo para la guerra”.
En Nueva York, Nadal tiene tres motivos importantes en los que buscar una explicación a esos nervios inesperados. Para empezar, el Abierto de los Estados Unidos es su primer torneo como número uno, una posición reconquistada (no la ocupaba desde julio de 2014) que se juega mantener estos días en función de sus resultados y de los de Roger Federer, que también ha ido avanzando a trompicones. Para seguir, y como consecuencia de las bajas por lesión (Andy Murray, Novak Djokovic, Stan Wawrinka, Kei Nishikori o Milos Raonic) y de las derrotas inesperadas de otros candidatos (Alexander Zverev, Marin Cilic, Grigor Dimitrov o Tomas Berdych), al balear se le ha quedado una autopista hacia el título, porque podría llegar hasta semifinales sin cruzarse con ningún cabeza de serie, y una vez en esa ronda la historia dice que se vuelve casi invencible (22 victorias por tres derrotas). Y para terminar, porque la gira previa por Montreal y Cincinnati (perdió en octavos contra Denis Shapovalov y en cuartos ante Nick Kyrgios) le ha quitado la confianza que traía después de ganar su décimo título en Roland Garros el pasado mes de junio.
“Es lógico que tenga dudas después de perder en Montreal y Cincinnati”, asegura Moyà sobre los dos torneos previos al último grande del curso. “Otra cosa es que no hubiese rendido en los entrenamientos, pero lo ha hecho. No es un tema de nivel, ni mucho menos, es algo más mental, pero nada especial”, insiste el balear, que el viernes cogió la raqueta para preparar junto a Nadal los octavos de final durante hora y media. “Simplemente, hay que prestarle más atención a cosas que antes eran automáticas”.
Antes de debutar el martes, Nadal cerró una semana de entrenamientos imposible de mejorar. El mallorquín se exprimió con rivales de peso en largas sesiones (Dimitrov, Berdych, David Goffin, Pablo Carreño, Lucas Pouille o Fernando Verdasco) y ganó a todos con solvencia, dejando a su paso marcadores abultados. Con esas sensaciones, tocando la bola como los ángeles, el número uno abrió el torneo y se encontró con una realidad completamente diferente al arrancar la competición.
Amenazado por los nervios, Nadal se encogió y no tuvo la capacidad de jugar con libertad, le perdió metros a la línea de fondo y a su pelota le faltó agresividad. Tras sobrevivir sin brillantez ni mordiente a las dos primeras rondas, el balear está todavía a tiempo de arreglarlo. Este sábado, con el pase a octavos en juego, Mayer mide si la presión del máximo favorito al título sigue siendo la misma.
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