La conversación hace saltar los flashes de los fotógrafos, que actúan guiados por el instinto del cazador que está acostumbrado a vivir en la jungla: la imagen que pasa por delante de sus ojos es una presa de las más preciadas. Sobre la imponente pista negra del O2 Arena de Praga, Roger Federer y Rafael Nadal beben agua mientras hablan y lanzan gestos que se pierden en la oscuridad del estadio. Los contrarios, que en 2017 se han repartido los cuatro títulos grandes (Abierto de Australia y Wimbledon para el suizo, Roland Garros y el Abierto de los Estados Unidos para el español) y han asaltado las dos primeras posiciones de la clasificación (se juegan acabar el año en la cima durante los dos próximos meses), han aparcado su rivalidad para formar parte de algo inédito. Desde este viernes, y hasta el domingo, ambos juegan en el mismo equipo en la Laver Cup, una novedosa competición que recibe el nombre del legendario jugador australiano y que nace bebiendo de las raíces de la Ryder Cup de golf. Dos equipos, dos capitanes y un puñado de estrellas. Europa contra el resto del mundo. Federer y Nadal jugando juntos. Eso, claro, hay que inmortalizarlo.
“Con 36 y 31 años, lo que han hecho ambos no era imaginable”, reconoce Toni Nadal, tío y entrenador del número uno. “Tenía confianza en que Rafael consiguiese algún Grand Slam más, lo digo de corazón. Cuando el año pasado salí hacia Roland Garros me fui convencido de que ganaríamos porque había jugado muy bien, derrotando a Murray, Wawrinka y Monfils en Montecarlo y ganándole después a Nishikori la final de Barcelona. Llegó a Madrid y se lesionó en el partido de cuartos. Y pese a eso estuvo muy cerca de ganarle a Djokovic en Roma”, recuerda el técnico balear. “Estando en el museo de la academia, antes de irme a París, le dije a mis hijos: ‘Aquí, dentro de un rato, va a haber un trofeo más. Va a ganar el torneo Rafael’. A partir de ahí se lesionó y no pudo jugar bien durante el año, pero esta temporada seguía pensando lo mismo”.
El convencimiento del entrenador del español se basa en la realidad que sostienen los resultados: en 2016, antes de lesionarse en la vaina del cubital posterior de la muñeca izquierda en el partido de cuartos de Madrid con Joao Sousa, Nadal se había quitado de encima la ansiedad de 2015 y estaba en posición de pelear por grandes cosas tras volver a celebrar dos títulos (Montecarlo y Barcelona) que subrayaban su candidatura a reconquistar Roland Garros, aunque luego todo se torció como consecuencia de los problemas físicos que condicionaron el resto de su curso hasta que decidió parar de jugar en octubre.
“En el caso de Federer creía que no ganaría ninguno más”, confiesa el entrenador del balear sobre el suizo, que también cerró su temporada en julio para recuperarse durante seis meses de todos los reveses del paso del tiempo (espalda y rodilla izquierda) que llevaba encima. “Y sí, estaba totalmente equivocado. Con 35 años, y después de todo lo que había ganado, pensaba que no se podría reinventar. Ya estuvo cerca de volver a coronarse en Wimbledon en 2014 y en ese momento pensé que se había dado por satisfecho con todo lo que había ganado”, prosigue. “Este año ha tenido muchas opciones y hay varias razones, pero la más importante es que Federer dio un salto de calidad estratégica. Hizo algo diferente. Empezó a jugar mucho más rápido y a restar mucho más agresivo y siguió sacando igual de bien. Eso le ha permitido jugar los puntos mucho más cortos. Muy rápido. Y se ha encontrado con un buen nivel todo el año”.
La final del Abierto de Australia es el partido que radiografía esa diferencia en el juego del suizo. Federer pierde 1-3 en el quinto set. La victoria debería quedarse en manos de Nadal, que en esas situaciones se ha manejado históricamente como nadie. Lo que ocurre, sin embargo, es un golpe a la lógica que pone patas arriba la tendencia en los partidos entre los dos: con un tenis más afilado que la hoja de un cuchillo de sierra, el suizo le remonta al español el parcial decisivo y gana su grande número 18. A partir de ahí se desata la carrera por la eternidad, que es un mano a mano entre ambos: el suizo llega hasta 19 torneos del Grand Slam al ganar en Wimbledon y Nadal eleva su marca hasta 16, después de conquistar Roland Garros y el Abierto de los Estados Unidos.
“Cuando uno habla de historia uno tiene que conocerla”, reflexiona Toni Nadal, siempre abierto a los debates de cualquier tipo. “Muchas veces escucho conversaciones en el vestuario y hablan de la historia y no la conocen. A Rafael, la victoria en Nueva York le ha situado arriba del todo, aunque no en el número uno porque está Federer. Después tendríamos que mirar si está Rod Laver o gente que ha estado en el número uno más tiempo que él, pero creo que por sus números, por lo que ha ganado tanto en torneos del Grand Slam como Masters 1000, por las cuatro Copas Davis, por las medallas de oro en los Juegos Olímpicos… todo eso creo que le sitúa en los niveles de arriba del todo”, sigue el preparador. “¿En qué número? No lo sé. Lo pondría arriba y no por ser su tío”.
De momento, y aunque solo sea una tregua de tres días, Federer y Nadal están a otra cosa: Praga acoge la primera edición de la Laver Cup (no es un torneo oficial, aunque sea un objetivo futuro), que tiene un formato de cuatro partidos por jornada (tres individuales y un dobles) al mejor de tres mangas (supertiebreak a 10 puntos en el tercer set). Con un sistema de puntuación ideado para mantener la emoción hasta el final (los encuentros del viernes valen un punto, dos los del sábado y tres los del domingo; la victoria es para el primer equipo que llegue a 13), suizo y español luchan de la mano por Europa mientras el mundo entero sueña con ver algo que no ha pasado nunca: a la histórica pareja de rivales compartiendo pista para jugar el dobles en un año en el que se rieron a carcajadas de la vejez.
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