Rafael Nadal escribe la historia del deporte con la raqueta, pero también con el corazón. Se juega la final de Roland Garros y el español afronta la última parte del partido sabiendo que va a ganar por undécima vez la Copa de los Mosqueteros, que Dominic Thiem no va a interrumpir su reinado en París, que el austríaco debe esperar para levantar algún día el título con el que lleva soñando desde pequeño. A Nadal, que durante la tarde tiene que sobrevivir a los momentos más duros del partido jugando con el alma, cuando la primera manga está en un suspira, le entra el miedo de sopetón en esa última recta: con 2-1 en el tercer set, al mallorquín se le acalambra un dedo de la mano izquierda y teme por lo que pueda ocurrir. Lo que ocurre, sin embargo, es de otra dimensión: Nadal se agarra al trofeo con todo lo que tiene dentroiem, vence a Thiem (6-4, 6-3 y 6-2) y celebra su Grand Slam número 17 (a tres de los 20 de Roger Federer), riéndose de todos las gestas que ha hecho antes y reteniendo la cima del ranking al menos una semana más. [Narración y estadísticas]
“Es increíble lo que me pasa aquí”, acierta a decir el vencedor minutos después de conquistar de nuevo Roland Garros, justo antes de la entrega de trofeos. “Ganar una vez aquí es un sueño y no sé explicar lo que siento al hacerlo once veces”, prosigue el tenista. “Quiero felicitar a todo mi equipo y a mi familia. Sin ellos todo esto no sería posible. Gracias por estar en los buenos momentos, y gracias por estar también en los malos”.
Thiem es duro, muy duro, durísimo. El austríaco es el único jugador del mundo con un peso de bola similar al de Nadal, el único que puede alcanzarlo en revoluciones por minuto cuando la pelota sale disparada de las cuerdas de la raqueta, el único de sus rivales con un juego tan marcado sobre tierra batida, una superficie para cabezas duras y cuerpos incansables, sin dudarlo la más exigente del circuito, y el único que le ha ganado al número uno en los dos últimos años sobre arcilla (Roma 2017 y Madrid 2018), proclamándose como la amenaza más peligrosa para el mallorquín en tierra.
Por eso, el domingo Nadal disputa cuatro partidos en uno: la final de Roland Garros, y las tres derrotas ante su oponente en arcilla, todo un aviso. Thiem, que llega al encuentro más descansado (13h36m por las 15h24m del balear), juega con la ventaja de tener a su favor ese pasado, sobre todo porque su triunfo de hace unas semanas en la Caja Mágica es energía valiosísima, un motivo para creer, el impulso que necesita en el asalto al reino de Nadal en la Philippe Chatrier, la pista que ha visto al mallorquín levantar su leyenda.
El plan de Thiem queda pronto al descubierto. El aspirante sale a morder, quiere embestir a Nadal con tiros descomunales, potentes y vertiginosos. Su idea es simple, no hay trucos escondidos en la propuesta del número ocho. Para ganar al español en Roland Garros, para superar uno de los mayores desafíos en la historia del deporte moderno, Thiem necesita mantener a su rival alejado de la línea de fondo, sacarlo de sus posiciones naturales, que son muchas porque Nadal cubre casi todos los rincones con garantías de producir un buen golpe, y no bajar ni un segundo el ritmo infernal que impone de salida, de estacazo en estacazo.
Ante ese ímpetu, Nadal controla los tiempos de la final con la experiencia del que lleva toda la vida compitiendo partidos importantes. Los nervios del español son una broma comparados con la manada de mariposas que el austríaco tiene desfilando por las tripas, y no es para menos porque la primera final de Grand Slam es un día intenso, de pulsaciones altas, emociones inolvidables y sentimientos encontrados (la satisfacción de estar peleando por el título contra el miedo a dejar escapar la ocasión). A los 24 años, Thiem se enfrenta a todo eso, que le viene de nuevas, y va gestionando la situación como puede.
El número uno no padece esa presión, y se nota en sus movimientos (sueltos), en sus golpes (fluidos) y en su decisión de ir a por el partido desde el inicio con una idea muy clara de juego. Nadal carga pelotazos contundentes, altos y largos, contra el revés a una mano de Thiem, lo que debe ser la tumba de su contrario en la final. Nadal abre la pista hacia la derecha de su oponente para rematar el punto al otro lado de la pista con su propio drive. Nadal utiliza la dejada, un recurso cultivado durante todo el torneo que en la final le ayuda a sorprender al austríaco. Nadal hace muchas cosas bien, pero Thiem tiene armas para contrarrestar todo lo que le propone el favorito al título.
Los primeros 50 minutos de la final son brutales, de un tenis bestial. A la rotura de Nadal en el comienzo (2-0) le sigue la reacción de Thiem (2-2) y entonces el encuentro se vuelve una pelea de voluntades encarnizadas, de poder a poder, de tú a tú. Hasta el 4-4, es un buen Nadal contra un extraordinario Thiem. A partir de ese juego, el partido da un vuelco radical cuando el número uno gana su saque y se marcha a restar para llevarse el set. Ahí, y quizás sin saberlo, Nadal gana la final porque a Thiem se le apagan las luces, hace un fundido a negro, pese a todo lo que pasa luego.
Los oponentes han consumido una hora y parece que son tres, porque la tremenda humedad de París (por encima del 80%) hace que la Chatrier sea una caldera, y lleva a los tenistas a colgarse enormes bolsas de hielos en los hombros durante los descansos para combatir el sofoco y a boquear tras los puntos más largos del encuentro, llevando al límite a los pulmones y las piernas, probando cómo de grande es la tolerancia de ambos al bochorno.
Perder la primera manga provoca que el austríaco se suelte un poco, que decida disfrutar de la final. Aunque mezcla aciertos buenísimos con errores de bulto (un saque directo y a continuación una doble falta, por ejemplo), Thiem lucha con bravura los peloteos del cruce, que van cayendo poco a poco del lado de Nadal, incluso los más apretados, porque el español combina inteligencia con fiereza para amarrar el segundo parcial y adelantarse bien pronto en el tercero (2-1 y saque), olfateando la copa antes de que suceda lo inesperado.
“¡Se me ha quedado bloqueado!”, le dice asustado Nadal al juez de silla en el comienzo de la tercera manga, con el dedo corazón de la mano izquierda tieso como un palo. El español, que acaba la final sobreponiéndose a los calambres tras tres visitas del fisioterapeuta y varias miradas de preocupación a su banquillo, gana a Thiem con un marcador más holgado de lo que pasa en la pista, con poco tino para convertir sus opciones de break (acaba con cinco de 17 en pelotas de rotura), pero con la cualidad de jugar su mejor partido el día más importante de todo el torneo y cantar victoria.
La leyenda de Nadal, infinita, sigue hacia un lugar desconocido.
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