Rafael Nadal está a un set de quedar eliminado de Wimbledon ante Novak Djokovic (4-6, 6-3 y 6-7), pero todavía tiene la oportunidad de firmar una remontada que le abra las puertas de la final del próximo domingo. Esta es la historia de un torneo roto en dos. El viernes por la tarde, español y serbio pagan las consecuencias del terremoto que provoca la victoria de Kevin Anderson sobre John Isner (7-6, 6-7, 6-7, 7-5 y 26-24) en el tercer partido más largo de siempre (6h36m), que lleva al sudafricano a la lucha por el título y aplaza el desenlace de la segunda semifinal como consecuencia de la estricta normativa del templo de la hierba. Así, y antes del duelo por el trofeo femenino que enfrenta este sábado a Serena Williams contra Angelique Kerber, Nadal y Djokovic vuelven a la central para seguir disputando un duelo interrumpido en su punto más álgido. [Narración y estadísticas]
La semifinal arranca bajo techo y con luz artificial. Es la medida que toma la organización del torneo con la intención de evitar jugar solo un rato (quizás algo más de una hora, lo que queda antes de que se ponga el sol) y mandar a los tenistas al vestuario para techar la pista y encender los focos. Por eso, cuando Nadal y Djokovic salen a la central saben que el reloj está en marcha, y que va en contra de ambos: desde que la primera bola se pone en juego, con el español al saque, tienen 172 minutos para intentar ganar porque sobrepasar las 11 de la noche significa automáticamente el aplazamiento hasta el sábado por la mañana.
Ese es el acuerdo que los organizadores mantienen con los vecinos de Wimbledon desde el estreno de la cubierta en 2009 y la novedosa opción de alargar las jornadas empleando la iluminación. Por razones de logística, seguridad y respeto, ningún partido puede terminar más tarde de esa hora para evitar problemas en el desalojo de los espectadores, casi 16.000 personas buscando cómo volver por las callejuelas del pueblo y alterando el descanso de sus habitantes al provocar un ruido más que lógico.
Bajo una luz fantasmagórica, que ilumina con los tonos de una película de miedo cada rincón del recinto, Nadal se enfrenta a una trampa. El techo de Wimbledon incrementa considerablemente la humedad (62% al aire libre, mucho más dentro), hace que la pelota se ponga más pesada y obliga a los tenistas a jugar más plano y con menos efectos porque cuesta bastante mover la bola. No es casualidad que en esas condiciones el español gane el 68,1% de sus partidos por el 78,5% de Djokovic. Tampoco que Nadal no haya conquistado nunca la Copa de Maestros, el gran título que falta en su currículo y que se discute a final de temporada entre los ocho mejores del año en una pista indoor, y que el serbio tenga cinco de esos trofeos.
Si antes de empezar el encuentro Nadal es ligeramente favorito, y así lo piensa su propio equipo, la cubierta invierte las posiciones y coloca a Djokovic por delante del mallorquín. Queda claro desde el comienzo que el serbio está más cómodo jugando bajo techo, haciendo fáciles todos los golpes y consiguiendo que su pelota vaya como un cohete. El ritmo del partido lo marca la raqueta de Nole, que devora el espacio con un juego de pies supersónico y cubre cada hueco con holgura, como si le sobrase el tiempo. Con Nadal sobrepasado, el número 21 se procura pronto la primera bola de break (2-2, 30-40), rompe el saque su contrario después (con 3-3) y gana el primer parcial demostrando una adaptación total al hermético escenario, sin factores externos (como el aire) que intervengan al golpear la bola.
Maribel Nadal, la hermana del tenista con ese mismo apellido, masajea los hombros de Carlos Costa, el agente del jugador, cuando el mallorquín escapa de una bola de rotura en el primer juego del segundo parcial y de otras dos en el tercero (con 1-1). Son los primeros momentos críticos de la semifinal y en el palco del número uno se viven con tensión. Francis Roig, uno de sus entrenadores, no para de repetirle palabras positivas en catalán que repican en la imponente estructura metálica, y que el balear recibe con los oídos abiertos.
Nadal tarda una hora en aclimatarse por completo a la cubierta, pero cuando lo hace el encuentro se equilibra bastante y gana en calidad e intensidad. El segundo set del balear es toda una exhibición de garra, decisión y puntería. Primero, el campeón de 17 grandes esquiva esas tres bolas de break de Djokovic y evita un abismo seguro. Luego, le rompe el saque al serbio (3-1), pierde el suyo (3-2) y vuelve a arrebatárselo a su oponente (4-2), celebrando con el puño en alto su paso al frente. Finalmente, se lleva el parcial y empata la semifinal.
Llegados a ese instante, Nadal es mejor que Djokovic. El partido está en un suspiro y el margen es minúsculo, pero el español ha encontrado la manera enfrentarse al revés de su rival, que le hace mucha pupa al inicio en todas las direcciones, con su derecha paralela. Es un tiro que desarma al campeón de 12 grandes, que lentamente empieza a torcer el gesto, a dejarse llevar por la ira, y sufre de lo lindo las enérgicas y agresivas embestidas del mallorquín.
Así aterrizan los dos oponente en el tie-break del tercer set, mientras el reloj se acerca a la hora de cierre. Siendo conscientes de que ese desempate vale medio partido, Nadal y Djokovic lo juegan conquistando con sangre cada metro de la pista. El serbio, que arranca con una doble falta, se coloca 5-3. Ya está, lo tiene hecho, debe pensar su banquillo al ver a Nole gritar como una bestia. Ante eso, Nadal reacciona apretando los dientes. Todo corazón, el español logra deshacer esa ventaja (5-5) y compitiendo con el alma se fabrica tres bolas de set (con 6-5, 7-6 y 8-7) que no convierte, la segunda de ellas con su saque. Es Djokovic el que gana el set, el que toma ventaja en la semifinal y el que se marcha dormir acariciando la final de Wimbledon.
El sábado, y tras no ponerse de acuerdo en jugar con el techo descubierto (el sí de Nadal choca con la negativa del serbio, y ambos deben estar de acuerdo), los rivales regresan para terminar de jugar en las mismas condiciones que despiden el viernes cuando pasan tres minutos de las 11 de la noche.
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