El Cultural

Antonio Soler: "Mi madre se llamaba libertad. Soy hijo de esa palabra"

4 julio, 1999 02:00

Pregunta: ¿Cuál es el nombre que ahora dice Antonio Soler?
Respuesta: El que aparece al frente de mi novela. María Eugenia.
P: Ha obtenido el premio Primavera: después de tanta presentación, viaje y entrevista, ¿cómo ha logrado conservar la cordura, en qué o en quiénes se ha refugiado?
R: No sé si alguna vez he estado cuerdo. Pero desde luego la promoción de un libro ayuda a perder los restos de cordura que a uno le queden. He ido de un lado a otro con la Odisea.
P: Obtuvo el premio Andalucía, el Herralde, el de la Crítica: ¿son los premios la única vía para hacerse conocer?
R: No, no son la única vía. Es una vía, ni mejor ni peor que otras. Al final lo que importa es la novela, la calidad, no las alharacas con que de momento sea recibida.
P: ¿Siente que ha vendido su libertad? ¿Y su estilo? ¿qué estaría dispuesto a hacer para convertirse en un best-seller?
R: Mi madre se llamaba Libertad. Soy hijo de esa palabra. Creo que el estilo es la huella digital de un autor. No vendería ni mi libertad ni mi piel a ningún postor, a ningún precio. En todo caso creo que con esta última novela he ganado libertad. Me gustaría ser un long-seller escribiendo como escribo. Nada más.
P: ¿Le obsesiona la crítica? ¿Cómo le ha tratado a usted?
R: No me obsesiona, nada de mi trabajo me obsesiona, menos todavía el trabajo de los demás. Me ha tratado muy bien, yo diría que extraordinariamente bien, a excepción de algo así como el uno o el dos por ciento de las críticas.
P: ¿Son tan malos los críticos españoles? ¿y los narradores tan buenos?
R: Hay críticos buenos, malos y regulares, algo así como los narradores o los poetas. De todos modos quiero decir que una buena crítica no es siempre aquella que pone bien a un libro ni una mala aquella que lo pone mal, lo mismo que una buena novela no es la que acaba bien.
P: ¿En qué autor de otra generación se reconoce? ¿por qué?
R: No reconozco mi rostro en nadie. Hay rasgos, facciones, de Marsé, de Caballero Bonald, de Aldecoa, de Juan Goytisolo o García Hortelano que ojalá llevase en mi cara de escritor.
P: ¿La literatura puede estar al margen de su tiempo? ¿y debe?
R: La literatura es hija de una visión del mundo, de un tiempo, de una cultura, y aunque lo quisiera ni ella ni su autor podrían vivir fuera de ese mundo, de esa cultura.
P: El protagonista de El nombre que ahora digo pierde su patria, que era una mujer: ¿cuál es la patria de Antonio Soler?
R: Una suma de personas y de valores que me transmitieron y me transmiten esas personas.
P: ¿Por qué la perdería? ¿qué estaría dispuesto a hacer por evitarlo?
R: Porque los dioses me la arrebataran. Luchar.
P: La acción transcurre en medio de la guerra civil, pero, a pesar de ser el telón que lo condiciona todo, siempre es algo distante. ¿Cuando una de ellas acaba, podemos volver sobre nuestros pasos impunemente?
R: Nunca podemos volver sobre nuestros pasos impunemente.
P: ¿Cómo un pueblo vuelve a recuperar la inocencia?
R: No sé si quienes han ejercido el crimen o han sido testigos del mismo pueden llegar a recuperar alguna vez la inocencia.
P: Cada vez estamos más informados, recibimos más datos, pero ¿somos más libres? ¿y mejores?
R: Somos más libres que en la era egipcia, que en la Edad Media, que en el siglo XIX y podemos y debemos ser aún más libres. La bondad no ha progresado tanto, no es un factor social, sino íntimo, más unido a la condición del hombre, y por tanto menos mutable.
P: Hay una bellísima historia de amor en su libro: ¿los amores mejores son siempre imposibles?
R: No siempre, aunque cuando se vencen dificultades, cuando todo se ve lejano y acaba por conseguirse, resulta más bello. Espero que posible.
P: También hay otra historia de amor excepcional, la del gitano Ansaura... ¿cuál es la ausencia más dolorosa que sufre usted?
R: La de gente que quise, que sigo queriendo, y ya no está sobre la faz de la tierra. La patria perdida.
P: Fuera de la ficción, la amistad, ¿es antídoto contra la angustia y el dolor?
R: No es un antídoto, pero sí un buen calmante.
P: ¿Qué fue de ese amigo suyo, convertido por varios narradores en protagonista de diversos relatos?
R: Luisito Sanjuán sigue en pie. Ha aparecido y seguirá apareciendo en novelas de no sé cuántos escritores. Es bastante probable que yo lo vuelva a utilizar sin atender a sus rebeliones ni a sus intentos de sindicarse como personaje literario. Lo explo-
taré.
P: Uno de los personajes, el capitán Villegas, muestra una integridad moral asombrosa: ¿cómo conservarla en tiempos de desconsuelo y violencia?
R: Siendo una especie de faquir, de tragasables, de combatiente moral.
P: Otro de los personajes es un mago; además, la compañía organiza espectáculos para los soldados que luchan en el frente. Su novela anterior, Las bailarinas muertas, se desarrollaba en el mundo del espectáculo. ¿Qué es la magia para usted? ¿de dónde le viene su fascinación por ese mundo?
R: El arte de convertir lo cotidiano en único, en algo importante, la imaginación. El personaje está basado en un escritor magnífico, en un mago de la palabra, Rafael Pérez Estrada. Me gusta la gente que quiere transformar su mundo, su vida. Los que se rebelan y sueñan.
P: ¿Cuál es su modelo de pasión?
R: Aquél en el que los corazones se ofrecen desnudos, con riesgos de quedar heridos para siempre.
P: Y ahora, ¿qué?
R: Ahora más.