Juan Marsé: "Ha crecido mi escepticismo, mi soledad, mi desprecio por la prosa-sonajero"
Con Juan Marsé ya se sabe: no elude la faena, embiste con la mirada y entra a matar templadamente. No logran los años lamer las aristas de este escritor airado. Un ejemplo: “Algunas noches, España se me presenta como una pesadilla de la que intento despertar, y Catalunya como el somnífero que me sumerge todavía más en esa pesadilla. Una lata”. Lo importante, sin embargo, es que Marsé anda desde hace tiempo encerrado con el borrador, ya torturadísimo, de su inminente novela, Voces en el barranco. Lo último es que, por desavenencias ajenas a él, Víctor Erice no filmará El embrujo de Shanghai, y, lo más gratificante, es que la editorial Lumen anuncia la publicación de su Obra Completa.
-Decía Gil de Biedma que de todo había pasado ya mucho tiempo. Casi cuarenta años, por ejemplo, de su primera novela, que ahora se reedita en la Biblioteca Marsé: ¿Cambiaría algo de ella?
-Jaime decía exactamente: De casi todo hace ya veinte años. Y si viviera seguiría diciendo lo mismo, porque la nostalgia del poeta no tiene edad. Respecto a mi primera novela, Encerrados con un solo juguete, he corregido muy poco porque ya lo hice en la edición de 1978. Nada fundamental ha sido añadido o quitado, decía una nota para aquella edición. Es más, frente a los pasajes más densos, aquellos donde se cruzan y traban los nervios secretos de la novela, al ponerme a revisar me ha invadido una prevención inesperada (iba yo dispuesto a entrar a saco) como si el trabajo de poda amenazara con llevarse algo más, esfumar un clima o una entraña impura y a menudo torpemente descrita, pero vital para el relato en no sé qué sentido.
-Hablando de trabajo de poda. ¿en qué sospecha que ha crecido usted y qué ha ido perdiendo en todos estos años, como creador, como persona?
-He crecido en escepticismo, en soledad, en la maldición de los acúfenos, en mi amor a Stevenson, en romanticismo (¡Vaya, hombre -me digo-, a tu edad!), en el conocimiento de mis limitaciones como narrador, en el desprecio por la prosa-sonajero, en cuatro by-pass, en el aprendizaje de mi oficio y en toda clase de dudas (parece una contradicción) sobre el valor de lo que escribo.
Lenta, abruptamente, con ese constante afán por fustigarse y esa palabra a la vez altiva-humilde-desdeñosa-franca, cuenta Juan Marsé que estos días, ahora mismo, “sentado en mi mesa de trabajo frente al borrador torturadísimo de mi última novela, después de meses y meses de luchar a brazo partido con la lengua y de superar infinitas dudas, la gran pregunta sigue siendo: ¿transmite vida esto? Las buenas ideas, la prosa distinguida, las rigurosas estructuras, la música y el ritmo de las oraciones o los fulgores de la imaginación no garantizan en absoluto ese primordial trasvase de la verdad y la vida que toda obra de arte duradera establece entre ella y el mundo.
»En cuanto a lo que he perdido por el camino en esos cuarenta años como escritor... Entre otras cosas, he perdido la inocencia feliz conque de joven leía novelas; y he perdido también buena parte de las ganas que tenía de comerme el mundo cuando era un muchacho”.
Ya no se come el mundo
-Parece claro que este mundo de ahora no es efectivamente como para comérselo, pero ¿cómo describiría el paisaje ético de esta España en puertas del siglo XXI, cuál cree usted que es nuestra temperatura moral?
-¿La temperatura moral? ¡Menuda pregunta para alguien al que le aterra que le tomen por un intelectual! Además, ¿a qué España te refieres? ¿La España oficial, la de los políticos, la que se reparten un amplio espectro de figurones e insolventes que van desde Gil y Gil hasta Anguita pasando por presidencia-va-bien de Gobierno? ¿La España hortera y borrega de la TV? ¿La España digamos real, esa que vemos en la calle todos los días? Tengo un trato demasiado emocional con ella, no sería imparcial. Lo único que puedo decir es que creo que no somos ni mejores ni peores, la gente de este país, que los ciudadanos de otros países. Ahora bien, España en tanto que nación, en tanto que patria, es algo que me tiene sin cuidado y su fibra moral más bien me inspira toda clase de recelos. Cierta España que los políticos no se quitan nunca de la boca y a la que dicen servir, para mí no es más que carroña sentimental que ni los cuervos más famélicos se comerían, ¡pero hay que ver lo apreciada que es esta bazofia en los pesebres televisivos y radiofónicos! La Moreneta ya está esperando la Copa de Europa de la Champions ganada por el Barça. Yo tendré el gusto de servirme otra.
Vísperas de elecciones en Cataluña. La propaganda electoral está claro que a Marsé le deja frío, pero no indiferente. Le deja libre. ¿Cómo está reaccionando la calle catalana ante esta avalancha de palabrería política?
-A modo de aproximación, diría que la sociedad catalana celebra más los éxitos del Barça que los de Pujol. Se trata seguramente de un trasvase emocional que tiene mucho que ver con la política. De modo que cuidado. Siempre tengo presente lo que dice Stephan Dedalus en Retrato del artista adolescente: “Me estás hablando de nacionalidad, de lengua, de religión. Estas son las redes de las que yo he de procurar escaparme”.
-La debatida inmersión lingöística ha sido motivo frecuente de que Juan Marsé apareciese enrededado en polémicas. Sin rehuir el enfrentamiento, pero con sentido del humor. ¿Qué salida ve al conflicto, si es que hay conflicto?
-Es un debate permanente, interminable, que ahora se agudizará por interés estrictamente electoralista. No hay un conflicto relevante en la calle, salvo alguna burrada ocasional a cargo de Convergència i Unió; por ejemplo, en la población costera de Roses, a un albañil le exigían, para conseguir trabajo, que supiera hablar y escribir el idioma autóctono.
La lengua como arma
»La lengua catalana -matiza severamente Marsé- tiene todo el derecho a recuperar un terreno que la sitúe en igualdad de condiciones con respecto a la lengua castellana, pero me parece un error que se levante la lengua como si fuese una bandera. Porque eso es para los nacionalistas la Ley de Política Lingöística, una bandera, cuando no un arma. Yo estoy a favor de cualquier actividad encaminada a defender y potenciar la lengua y la cultura catalanas, que considero tan mía como la lengua y la cultura españolas, y entiendo los objetivos de la llamada Normalización Lingöística, pero debo decir que debajo de tan nobles intenciones que los políticos pregonan se esconden a menudo zafios intereses y patrioteros afanes de aprovechados y arribistas y chorizos de diverso pelaje, abanderados de lo catalán que sólo buscan medrar. Y añadiré a todo esto una declaración de principios: y es que a mí, en realidad, más que la defensa de las lenguas, minoritarias o no, me interesa la defensa de los derechos de la persona, la libre opción lingöística de los ciudadanos.
-Para muchos ahí precisamente es donde está el conflicto: que no hay libre opción.
-Si he de serte sincero, todo este asunto me tiene ya bastante harto. A ver cuándo dejan de rebuznar algunos políticos de este país. Algunas noches España se me presenta como una pesadilla de la que intento despertar, y Catalunya como el somnífero que todavía me sumerge más en esa pesadilla. Una lata.
Juan Marsé, todo el mundo lo sabe, pertenece a una de las, si no generaciones, sí grupos literarios más fértiles del siglo, la del 50. Un grupo de amigos como Gil de Biedma, Barral, Goytisolo...no es frecuente que se dé en otras épocas. Dígame, ¿cuáles son sus recuerdos más nítidos de aquellos años?, ¿qué relaciones mantiene con los supervivientes?
-Entré en contacto con Carlos Barral, Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo y otros (Gabriel Ferrater, Rosa Regás, Juan García Hortelano, Castellet, Valverde, etc.) porque se me ocurrió llevar mi primera novela a la editorial Seix-Barral. Establecí lazos de amistad fuertes y duraderos con Carlos y con Jaime, también con Rosa. Siempre he pensado que aquel chico de barrio que trabajaba de día en un taller de joyería de La Salud y de noche escribía tumbado en un camastro, soñando con publicar una novela, fue muy afortunado cayendo en la editorial Seix-Barral, en la época en que Víctor Seix y Carlos estaban al frente de la empresa. Tengo también un recuerdo muy entrañable de Joan Petit y de Jaime Salinas, muy próximos a Barral.
Malas películas
-Ha sido usted crítico de cine y guionista y, sin embargo, no ha tenido usted suerte, en general, con las películas que se han hecho de sus novelas. ¿Qué pasa, es que la imagen y la palabra han de mantenerse siempre en conflicto?
-No veo por qué la imagen y la palabra han de entrar en conflicto. Mi experiencia como guionista, aunque escasa e irrelevante, me ha enseñado algo que no me canso de repetir en lo referente a las adaptaciones cinematográficas de novelas: cuando una película basada en un texto literario es buena, lo es por razones estrictamente cinematográficas, es decir, por la bondad de su propia dinámica narrativa y el poder de la imagen, independientemente de que sea fiel o infiel al original literario. Vicente Aranda, que ha adaptado tres de mis novelas, dice que ya está harto de que los escritores digan que se sienten traicionados en sus adaptaciones (no me nombra, pero es evidente que se refiere a mí).
-¿Y usted qué dice?
-Yo jamás he dicho que Aranda traicionara mis libros; he dicho lisa y llanamente que sus películas son malas, y son malas no porque se parezcan poco o nada al original literario -eso me tiene sin cuidado-, sino porque, sencillamente, están mal hechas, son películas mal resueltas, tanto de guión como de factura, digan lo que digan los halagadores y botafumeiros diversos que rodean a este director, que pasa por ser un experto en erotismo cinematográfico. ¡Cielo santo! Un solo plano de Hitchcock contiene más temperatura erótica que todas sus películas juntas. Pero volviendo al tema de las adaptaciones, lo que me importa, cuando voy a ver una película es que sea buena por sí misma, se parezca o no a la novela. En fin.
-¿Qué pasa con El embrujo de Shanghai? ¿Es cierto que el productor no ha sabido manejar el talento de Victor Erice y se ha roto el proyecto?
-El proyecto de adaptación de El embrujo de Shanghai ha sido y es, ciertamente, el cuento de nunca acabar. La falta de entendimiento entre el director-adaptador Víctor Erice y el productor Andrés Vicente Gómez ha terminado por aplazar la película. Yo no tengo suerte en el cine, me ocurre hace ya bastantes años; recuerdo una lejana y primera adaptación de La oscura historia de la prima Montse, que era para echarse a llorar, con una Ana Belén que nunca fue tan patéticamente manipulada en su trabajo (hasta que vi La pasión turca). Pero esta vez, con El embrujo..., en una adaptación escrita por Víctor Erice y dirigida por él, me las prometía más felices. Sin embargo, al final, Erice no hará la película.
-¿Quién la hará entonces?
-La hará otro director español. No deseo exponer aquí y ahora los pormenores de este lamentable desencuentro entre productor y director. Algún día se ventilará, seguro. Sólo te diré que el asunto me ha disgustado profundamente. Sea cual sea la solución final, espero que Víctor Erice -que ha obrado según su criterio- me siga dispensando su amistad, y por otra parte confío en que el productor saque adelante el proyecto y la película se haga. En todo caso, no puedo por menos de lamentar que se haya perdido la ocasión -¡se dan tan pocas!- de que Erice realizara una película. Me parece una mala noticia para el cine español, últimamente tan propenso a echarse flores a sí mismo.
Rabos de lagartija
-Llevamos meses esperando la aparición de su novela, Voces en el barranco. ¿Qué es y en qué momento del proceso creativo se halla?
- Voces en el barranco es un título provisional. ¿Qué te parece Rabos de lagartija? Estoy pasando en limpio y ajustando el capítulo final, espero tener lista la novela en enero. ¿De qué trata el asunto? Te va a sonar. En la Barcelona de postguerra, alguien que va a nacer nos habla de su madre y de su hermano de catorce años, de su padre convertido en un fantasma, de un poli de la Brigada Social enamorado de su madre, de una perrita muerta en un barranco del Guinardó... Se trata de la historia de dos muchachos que se debaten entre el mundo de los sueños y el mundo real. No me digas que no te suena.
Me suena, sí. Me suena a Encerrados con un solo juguete o Si te dicen que caí, me suena a esa recurrente ausencia del padre, al barrio urbano y canalla de casi siempre, a El amante bilingüe, a ese juego de apariencia y realidad, a Últimas tardes con Teresa, a la fascinación juvenil por la violencia, a todos esos mundos por los que desde hace cuarenta años transitan sus novelas.
-No me fío de las apariencias. ¿Por eso cuento siempre la misma historia? Tal vez.