Verano
Derek Walcott
10 octubre, 1999 02:00Sabe lo difícil que es pronunciar "lengua, lenguaje y vida a la vez" y conoce "la taquigrafía del relámpago". El canto XII es una poética: "Traicionar a la filosofía es la traición gentil de los poetas" y el XIII, una verdad existencial: "confío en ser lo que vi, una ruina resistente", que vuelve a insistir en la infancia de su historia y en el silencio de su primogenitura, dos subtemas que, a lo largo del texto, se vuelven a encontrar, pero vistos desde "la luz corteza de limón de Vermeer", "el contorno oxidado" de van Ruysdael y la engañosa realidad de las naturalezas muertas de los flamencos, en las que hasta "la propia muerte es otra superficie". Un paso por Chardin le conduce al Somme y a Verdún, donde los muertos son "menos reales que una explosión fatal de crisantemos", aunque el carmín utilizado para la matanza sea el mismo que el usado para los bodegones. Y no es el color sino la cadena de su sangre lo que le hace seguir el rastro de Gauguin, como un "impulso hacia el crepúsculo" le lleva al excelente poema en que explica a Watteau. Walcott no huye a la pintura sino que regresa a sus imágenes: entre otras, a las de los micronacionalismos contemporáneos descritos en el canto XXII, y a una visión y revisión de Grecia en una clave multicultural ajena a la del idealismo alemán y a la de Hüderlin. Su escritura no renuncia ni al poema de índole moral -el XXVII lo es y mucho- ni a abordar el problema de la emigración y otras cuestiones de índole social que forman el vacío mental de nuestro oscuro tiempo. La segunda pa rte contiene un poema importante, "Zona Tropical". subdividido en ocho partes, en el que la mirada del turista deja paso a la del historiador y en el que el texto funciona como un collage recorrido por simultaneidades. Le siguen otros, más descriptivos ("un remo roto", "la escansión del mar"), alguno bastante irónico (como el LI en sus últimos versos) y tres que tienen forma de relato y en los que la alusión a Saroyan es más que casual, porque el primer verso del LIII parece la primera línea de uno de los cuentos del narrador americano-armenio.
Verano es un libro secuencial, regido por el curso de sus unidades, en el que los hallazgos expresivos son superiores a las intensidades de emoción. Walcott declina el modo usual de su hermetismo y abre su escritura hacia algo más que a la exótica permeabilidad de su paisaje. No es otro poeta, pero sí otro hombre el que aquí, entre sus sangrientas vocales, se escucha y el que, entre sus violentas imágenes, se ve. No: no es neutral el lenguaje. La traducción -mejorable en algún verso- es casi siempre correcta, con un sentido musical del encabalgamiento y una exacta percepción de los mecanismos del original.