Dora García, sueños
Tres son, a mi entender, los elementos principales que sustentan las obras que Dora García (Valladolid, 1965) ha reunido en esta muestra. En primer lugar, las variantes técnicas, que le permiten conjuntar dibujo, fotografía, escultura, vídeo, instalación e incluir hasta un arbusto de jardín -una camelia a punto de florecer- levemente manipulado. Algunas de sus hojas tienen el haz cubierto por una capa de oro, un metal que reúne particulares referencias simbólicas y que ha intervenido en varias de las piezas últimas de la artista.
En segundo término, la diseminación iconográfica, que despliega distintas modalidades de visión de un mismo argumento o punto de partida. Según aduce ella misma, lo que aquí comparece son “estados que se alternan, separados por una delgadísima superficie que es traspasada en ambos sentidos”. El ejemplo más sencillo podría ser el que representa Párpado, pues es esa membrana la que, cerrada, nos veta la visión de los ojos a la vez que ciega a la mujer que vemos. También en Aliento, una fotografía de una calle de la ciudad belga en la que reside y trabaja la artista, tomada tras una ventana en la que sobre el cristal permanece, estratégicamente situada, la mancha dejada por la respiración de alguien ausente. Una atención a los cuerpos como portadores de fábulas subyace a la que es, de ésta, una de mis obras preferidas, Sueño (vestido)-crema blanco, dos pequeñas prendas de ropa interior femenina que llevan prendidos recortes fotográficos de su propietaria o de quien cuando menos las ha vestido para el momento de posar. “Imaginar la memoria guardada por ese material que ha estado en contacto con la piel, adecuándose a la geometría de mil posturas diferentes del cuerpo”.
El mismo tema antes citado abordan las dos performances -en formato video Coreografía del sueño, realizada en colaboración con la bailarina Marian del Valle; mediante instalación y fotografía Caída- que con mayor propiedad constituyen Coreografías propiamente dichas. Metafóricamente se corresponden con las nociones de vigilia/sueño y con el enunciado mismo del título de la segunda, pero lo que las hace singulares es su conjunción con la que es, en los últimos años, la principal preocupación de Dora García: “¿Podría coreografiarse el latido del corazón, el aliento, el sudor, los movimientos de las entrañas, la agonía, el amor, las huidas, una lucha, una caída? ¿Qué tipo de formalismo producirían tales coreografías? Un formalismo de la supervivencia, qué contradicción tan estupenda”.
Por último, y a ello se debe el que haya citado una y otra vez su propio texto introductorio, el uso que Dora García hace de la escritura, de ciertos modos de la narración, incluso de la composición de libros que sustituyen a las tripas de libros ya existentes, por textos propios en los que en no pocas ocasiones avanza o predice o rememora piezas. Así, “Identifiquemos oro con ficción, ficción con muerte, muerte con eternidad. Si una hoja de árbol es cubierta con oro, ¿la hoja muere o se transforma?”