Image: Mark Rothko

Image: Mark Rothko

El Cultural

Mark Rothko

Experiencia religiosa

29 noviembre, 2000 01:00

Sin título, 1946. Óleo y carboncillo sobre lienzo, 228 x 268,6

Fundación Joan Miró. Parque de Montjöic. Barcelona. Hasta el 28 de enero

Rothko trabaja el color como podrían hacerlo Veronés o Tiziano; las ricas veladuras hacen palpitar el color y uno cree poder perderse en su interior

Mark Rothko (Dvinsk, Rusia, 1903 - Nueva York, 1970) articuló un lenguaje abstracto elemental que consiste en amplios planos de color sobrepuestos a un fondo; se trata de un color etéreo y ligero, que con los límites indefinidos, suscita atmósferas inmateriales y una cierta noción de profundidad. Pues bien, para definir esta pintura tan simple, difícilmente podría añadir algo más a esta explicación... a menos que sea escribir un poema. Porque Rothko es como una ventana abierta, un folio en blanco o un horizonte inalcanzable: un espacio difuminado y borroso que inspira la imaginación y la sensibilidad; Rothko es un artista de la sugestión y de la evocación.

No pondremos aquí límites a la libertad de interpretación, pero una de las aproximaciones más frecuentes lo asocia a una suerte de misticismo. En este sentido Robert Rosenblum nos ofreció una de las interpretaciones más penetrantes sobre el artista en su famoso libro, La pintura moderna y la tradición del romanticismo nórdico.

Rosenblum sitúa a Rothko en el marco de una tradición que busca un nuevo lenguaje espiritual cuando los lenguajes religiosos tradicionales comienzan a entrar en crisis. Una tradición cuyos inicios sitúa Rosenblum en los pintores románticos Friedrich y Turner y que culmina con nuestro artista; este es un arte de lo profundo y lo absoluto: la pintura como aproximación al misterio de las cosas. Para Rosenblum, las obras de Friedrich, Turner o Rothko no son simple pintura, son mucho más. En efecto, Rothko hablaba de su propia obra como "experiencia religiosa" y, como es sabido, unos mecenas construyeron una capilla interconfesional -esto es, abierta a todas las creencias religiosas- con obras del pintor. Sus pinturas sustituían a las imágenes religiosas tradicionales y se expresaban como algo sagrado.

Pero ¿cómo es posible identificar pintura abstracta y experiencia religiosa? ¿De dónde viene su capacidad de evocar el misterio? ¿Acaso es suficiente la intención del artista? Tanto en la mística oriental como en la occidental existe una fascinación por el infinito. El infinito es el espacio de la revelación y la fuente de conocimiento; no un conocimiento científico sino una especie de intuición o energía mental con la que se trata de aproximarse al misterio del universo. La simplicidad y el vacío de las obras de Rothko son una expresión de este infinito. Y como en el caso de la noche para los románticos, el infinito de Rothko es un estímulo para la imaginación, un puente emocional a lo misterioso y a las preguntas que racionalmente no tienen respuesta.
Rothko utiliza el gran formato y él mismo era consciente de sus consecuencias para articular este espacio espiritual. En los formatos habituales, el espacio domina la pintura, aquí es al revés, es la pintura quien crea el ambiente. Más aún, el gran formato domina al espectador e implica unas connotaciones de ilimitación y por extensión de miedo y de misterio; de ahí esa expresión trascendente en la obra de Rothko. Es un principio elemental pero muy eficaz: las grandes dimensiones del cuadro, por sí solas, atribuyen una fuerza brutal a la pintura y la simplicidad de la obra queda compensada por sus grandes dimensiones. Otro aspecto: la pintura de Rothko es de una particular sensualidad; trabaja el color como podrían hacerlo Veronés o Tiziano; las ricas veladuras hacen palpitar el color y uno tiene la sensación de poder perderse en su interior; Rothko posee una dimensión hedonista y es que para él el cuadro tenía que ser accesible emocionalmente; la pintura de Rothko evoca el misterio con la sensibilidad y el lirismo. Hay otras lecturas posibles. Pero en todo caso existe un mensaje implícito en Rothko: la pintura como un espacio de reflexión íntimo, un espacio de silencio para escuchar y escucharse.

Falta preguntarse que aporta la exposición. La muestra, patrocinada por la Fundación BBVA, viene a ser una visión panorámica sobre la trayectoria del artista. ésta se inicia con lo que podríamos denominar el origen o formación del lenguaje Rothko: sus primeras obras de carácter figurativo (años 30), una etapa posterior abstracta en sintonía con el surrealismo y el automatismo (hasta mediados de los 40) y un tercer grupo de obras posteriores que, con manchas de color vaporoso, ya prefiguran lo que después será Rothko (hasta finales de los 40). Sin embargo, como dice Sean Scully en un brillante artículo sobre el artista, para funcionar hacía falta que sus pinturas se organizaran en amplios campos de color, que se articularan en grandes planos superpuestos. Sólo así conseguirá comunicar una emoción que no tiene igual en la pintura contemporánea. Cuando Rothko logre esta composición se transformará propiamente en Rothko, uno de los grandes creadores del arte del siglo XX y el gran pintor del expresionismo abstracto. Después, ira experimentando gamas cromáticas y nuevas estructuras compositivas. Pero lo esencial ya estaba dicho.

En relación a la exposición, hay que reconocer el esfuerzo de traer Rothko a Barcelona y el intento de realizar una exposición de este artista... Pero no sé si la selección de rothkos, aun habiendo piezas importantes, es la más oportuna; ni tampoco si Rothko se puede presentar tan apretado, si las más de ochenta obras caben en el espacio de exposiciones temporales de la Fundación Joan Miró. Rosenblum explica muy bien el problema, la espiritualidad y el mensaje de Rothko desborda los espacios expositivos de nuestras instituciones.