El Cultural

Un maestro de ida y vuelta

Especial Jardiel Poncela

10 octubre, 2001 02:00

En la calle Infantas, frente a la de las Torres, estaba el viejo "Café Castilla", muy cerca de "Casablanca", aquel cabaret con ritmo de bolero, cadencia de mujeres malas (es decir, estupendas) y orquestas con perfume de Hispanoamérica, como las de Tomás Ríos, Antonio Machín, y su sonido (para seres humanos) que permitía bailar, hablar e incluso tratar de ser malo contra el sexto mandamiento, algo que casi nunca se lograba. Enfrente, el Circo Price, con la emoción de los trapecistas, las maravillas cómicas de Pompoff y Teddy y los terribles leones de Dola. Junto al Price, el bar "Hespérides", donde lo más granado del boxeo de aquellos años (Librero, Mengibar, Llovera, Gascón...) tenía su tertulia con aroma a resina y linimento. El "Café Castilla" es hoy el "Banco de no sé qué", "Casablanca" languideció y se fue para siempre y el Price fue enterrado por el Ministerio de Cultura. En el "Castilla" conocí a mi autor más admirado y querido, Jardiel Poncela; fui allí a hacerle una entrevista para "Bengala", una revista del SEU en la que colaborábamos estudiantes de todos los colores, aunque me he enterado de que casi todos eran rojos y estaban allí en la clandestinidad luchando por la libertad; entonces, en 1951, no se les notaba nada... Al acabar el maestro me dijo: "Estoy muy solo. ¿Por qué no vienes alguna vez para charlar conmigo?"

Y a partir del día siguiente todas las tardes iba a ver a Jardiel y a escucharle hasta las cinco de la mañana (más de diez horas) su monólogo fluido, inteligente, ingenioso, lleno de talento y de una cultura enciclopédica. él orientó mi vocación y, sin saberlo, quizás marcó mi camino. Hoy, cuando paso por la calle Infantas me parece escuchar algún "foxtrot" de Tomás Ríos mezclado con la sintonía de "Charivari en la pista" y el olor inconfundible de las fieras del Price, con la íntima esperanza de que en lugar del banco otra vez esté el "Café Castilla" y sentado en su velador, con su vaso de café con leche, don Enrique me diga al llegar: "Hola, chato, ¿qué tal desde ayer?"
En torno a la figura de Jardiel Poncela hay dos hechos incuestionables: de una parte el desconocimiento absoluto de su obra por la inmensa mayoría de la "crema de la intelectualidá" y por otra del desprecio que en general en este país, partidario de la seriedad del burro, se siente hacia este inmenso humorista que rompió moldes y trató de cambiar el teatro que en su época se hacía, añadiendo al suyo finura, talento, imaginación y poesía.

Su rompimiento fue tan brusco que obtuvo como ocurre siempre con los innovadores el rechazo de los pedestres habituados al teatro vulgar y agarbanzado que en aquellos años inundaba los escenarios y por otra parte el entusiasmo de la gente joven y con talento que fue capaz de atisbar en aquel autor y en el teatro que él hacía a un auténtico fuera de serie que cincuenta años después de su muerte y 74 después de su primera comedia Una noche de primavera sin sueño sigue vigente, pimpante y deslumbrando con su dominio de la carpintería teatral,su inventiva, su diálogo brillante y sus argumentos y finales sorprendentes.Y de otra se ha difundido, con enorme entusiasmo, que los estrenos de Jardiel siempre fueron un escándalo, aplicando el matiz peyorativo que encierra en sí la palabra y sin aclarar que un escándalo puede ser un fracaso o un éxito lleno de ovaciones, aplausos y bravos y que esos fueron los que acompañaron prácticamente a todos los estrenos de Jardiel.

De veintiocho obras estrenadas hay veinticuatro éxitos, un fracaso en sus primeros años (El cadáver del señor García) y tres en el final de su vida en que lleno de amargura por la ingratitud de tantos, agobiado económicamente y con su salud deteriorada, era lógico que su entusiasmo y afán de trabajar disminuyera. De 28 comedias, 24 éxitos es un porcentaje realmente de una brillantez inmensa. A esos 24 éxitos tenemos que añadir en su mochila (él sí llevaba en ella "el bastón de mariscal") sus cuatro novelas: Espérame en Siberia vida mía, Amor se escribe sin hache, ¿Pero hubo alguna vez 11.000 vírgenes? y La Tournée de Dios a cual más divertida y cuyo éxito fue arrollador; sus guiones cinematográficos en sus años de Hollywood, sus artículos periodísticos, sus conferencias, sus espacios radiofónicos... En sus escasos 50 años de vida cultivó todos los géneros y a pesar de sus detractores siempre con el respaldo de sus lectores, oyentes o espectadores que le siguieron y le siguen llenos de entusiasmo y admiración y naturalmente flanqueado por los mediocres, los ignorantes, y los envidiosos que jamás le perdonaron sus triunfos ni su sinceridad. Jardiel era en su conversación un espectáculo pues a su ingenio natural y a su cultura unía unos reflejos eléctricos para destrozar sin piedad a los tontos y a los pedantes. Luchó contra la mediocridad de muchos de su tiempo y les ganó de calle y tuvo la admiración de los grandes como Lorca, D´Ors, Ortega y Gasset, Martínez Sierra, Benavente, Gómez de la Serna y tantos y tantos más; y de los críticos más sagaces como Marquerie y Víctor Ruiz Albéniz. En el 2001 en el que celebramos el centenario de su nacimiento y en el que cuatro de sus comedias han vuelto a los escenarios y el público actual ha podido conocer mejor el talento y la maestría teatral de este genial escritor que se llamó y se llama Enrique Jardiel Poncela.