Image: Palazuelo

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El Cultural

Palazuelo, formas germinales

14 octubre, 2004 02:00

Dream V, 2004. Óleo sobre tela, 248 x 189

Soledad Lorenzo. Orfila, 5. Madrid. Hasta el 13 de noviembre. De 50.000 a 120.000 €

Tras sobrevivir a un siglo difícil, atravesar un par de guerras y ver pasar y desaparecer varias generaciones y otros tantos movimientos artísticos, Pablo Palazuelo ha llegado a ser uno nuestros pocos indiscutibles, uno de nuestros clásicos vivos. Su obra no ha dejado de crecer en solidez y en coherencia con el tiempo, especialmente en los últimos veinte años y, lo que es mas raro, se ha ganado el respeto de muchos artistas jovenes que no tienen nada que ver con ella. Pero aún sabiendo como sabemos todo esto, resulta sorprendente descubrir en sus pinturas mas recientes este despliegue de energía, esta intensidad difícil de creer en un artista cercano ya a los noventa años. El mejor término de comparación que se me ocurre es el del viejo maestro Frank L. Wright, que al final de su carrera sorprendió a todos con un supremo tour de force, la espiral invertida del museo Guggenheim, esa gran caracola arrojada a la orilla de Central Park. Como el Guggenheim de Wright, también la obra última de Palazuelo se encuentra más allá de la dicotomía entre lo geométrico y lo orgánico: es precisamente una geometría de la vida. Porque para Palazuelo, como para Wright, la forma es siempre algo en crecimiento.

La idea de la misma creación como crecimiento orgánico siempre ha estado en la raíz de la obra de Palazuelo, y se ha manifestado bajo formas muy diversas; pero quizá el lenguaje mas apropiado para expresarla sea el de las líneas curvas a las que el artista vuelve ahora después de una larga temporada de formas angulosas y quebradas. Las curvas de ahora sugieren un acento en la evocación de la naturaleza. Las piezas de la serie Circino (en latín, “recorrer en círculo”) o las de la serie Marmara tienen perfiles cóncavos, como si se tratara de valles, cuencos, tallos y troncos. Ramo evoca hojas de árbol, afiladas como cuchillos, ojivas que se repiten rítmicamente. En la serie Umbra el juego de curvas se vuelve mas complejo hasta desarrollar unos paisajes extraños, indescifrables. En varias de estas pinturas reconocemos, como siempre en Palazuelo, insinuaciones cósmicas: cuerpos celestes y constelaciones, órbitas y planetas anillados como Saturno.

Quizá el corazón de todo este mundo de formas se encuentre en el óvalo. La figura oval había aparecido muchas veces en la obra de Palazuelo desde los años sesenta, pero nunca con esta transparencia y esta fuerza. Es sobre todo en la serie Dream, la mas deslumbrante de la exposicion, donde se desarrollan las posibilidades del óvalo, que se abre como una flor o una fruta cortada, revelando sus pliegues íntimos. En el interior de la forma oval aparecen otras formas incluídas que evocan la fuerza germinativa: el embrión en el útero, la crisálida de insecto dentro de su capullo, la semilla enterrada, confinada como Perséfone y esperando la resurrección. En cada pieza de la serie Dream encontramos un óculo, a veces dos, alojados dentro de las curvas mayores: ¿es el hu eso de una fruta, el pistilo de una flor, la yema de un huevo? En casi todas las pinturas se cuenta la misma novela: la historia de la vida como metamorfosis, el surgimiento encadenado de unas formas a partir de otras. Formas que abrazan a otras formas, formas que se tragan a otras, formas que se engullen a sí mismas. Una familia de criaturas que muchas veces recuerdan las creaciones escultóricas de Brancusi y Arp. Y siempre una asimetría dominante, un descentramiento que produce una irresistible sensación de movimiento. Ese núcleo metido dentro de la forma, esa almendra encerrada dentro de un círculo mayor no solo evoca las fuerzas de la naturaleza, sino que evoca tambien los espacios simbólicos de protección espiritual: las mandorlas del arte bizantino o románico envuelven a Cristo, los mandalas que encierran muchos espacios encajados unos dentro de otros, conduciéndonos siempre más adentro.

Es importante destacar que en esta exposición Palazuelo no demuestra ser solo, como se suele decir, un espléndido dibujante, sino tambien un gran colorista que despliega dos clases de maestría. Por una parte, el impacto de las grandes extensiones de rojo y azul ultramar con que nos alcanza desde lejos una pintura como Dream V y nos conmueve. Pero hay un poder más sutil del color, el de los matices imprevistos. Que hace que en cada pintura de la serie Ramos, por ejemplo, el fondo adquiera un tono ligeramente distinto: rosado, verdoso, amarillento y ese fondo se convierte en blanco puro alrededor de las formas negras, creando en torno de ellas una especie de aura.