Image: Llorenç Barber

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El Cultural

Llorenç Barber

“La única defunción que firmaría es la del Ministerio de Cultura”

20 enero, 2005 01:00

Llorenç Barber, por Gusi Bejer

Existe una mirada en la música actual que sólo puede intepretarla el valenciano Llorenç Barber. Sus trabajos con campanas y su capacidad por hacer de la calle un gran escenario lo convierten en una rara avis de la composición contemporánea. A sus conciertos con Fátima Miranda añade, desde 1993, su Paralelo Madrid del Círculo de Bellas Artes. El 23 de enero inaugura Escena Contemporánea con Albricias, un concierto para bandas que será interpretado en la Plaza de Oriente -junto al Teatro Real- por 353 músicos.

Pregunta: ¿Qué le ha impulsado a recuperar la música de banda?
Respuesta: La vis libertaria y solidaria que todavía late en su sonar. Siempre que, eso sí, seamos capaces de quitarle la caspa que se empeñan en lucir tantas burocratizadas formaciones a sueldo del poder.
P: Porque las ciudades ya no suenan como antes...
R: Las ciudades suenan feo y ya raramente practicamos la caza sónica de lo singular que tantas calles, plazuelas, puentes y lontananzas nos ofrecen. Consecuentemente, la banda se refugió en la banalidad de los auditorios.
P: ¿Hemos perdido el sentido del oído?
R: Somos hijos del sonido tecnificado y amplificado, y candidatos al audífono. Ya las paredes y hasta los árboles oyen más que nosotros.
P: Pues pongamos que hablo de Madrid...
R: Se ha quedado sin música en espacios públicos: de hecho no va a sonar con nosotros ni una sola banda, ni un solo músico administrado. La calle les da miedo.
P: ¿Haría algo con las campanas de la Almudena?
R: No está el horno para bollos. Me conformo esta vez con entrar en el laberinto sin techo de los setos que bordean a nuestro Felipe III y a su caballo en corbeta. Si Galileo fue capaz de empinar tanto poder, no nos faltará entendimiento a nosotros para volar tanto sonido administrado como nos rodea en este Madrid.
P: ¿Es Valencia la última trinchera de su arte abierto?
R: Valencia es hija del sonido y del fuego. Es aire y combustión mal que les pese a cuantos se dan aire a sí mismos encaramándose a los ridículos sillones de pretendidos "palaus" de la música.
P: ¿Le dice algo el término New Age?
R: Me dice mucho age y nada de new, o si prefiere mucho "plástico" y poco "músculo". O para ser más claro mucho culo y pocas témporas.
P: ¿Cómo se consigue ser vanguardia?
R: La única manera de ser vanguardia es ser como mínimo raro. Lo demás son componendas y ganas de carguillo y academia: opulencias de hoy y hambre de mañana.
P: ¿A qué suena su música?
R: Mi música es aire, un quiebro de aire.
P: Vivo voco, mortuos plango, fulgura frango... ¿hay un lenguaje secreto en sus campanas?
R: La campana es un instrumento mágico. Una vez en Girona conocí a un viejo sabio que con sólo oír desde la cama la campana de los cuartos de la vecina catedral sabía qué tiempo hacía.
P: ¿Dónde habita su Homo Sonorus?
R: En el mundo, no en el auditorium como algunos creen. Sonar es crear el mundo. Así lo ha entendido desde el Neandertal el hombre. Hay un proverbio de los indios Navajo que dice que si no respiras no hay aire, si no caminas no hay tierra, si no hablas no hay mundo.
P: Entonces, ¿dónde nace la música?
R: En la oscuridad y el temor. Nietzsche nos lo recuerda constantemente, de ahí que abunden tanto los nocturnos, las melancolías, los impromptus, etc. La música se atiende a tientas, palpando lo que apenas entrevemos. Y ese cartografiar lo desconocido es lo más juicioso que un ser puede intentar.
P: ¿Por eso piensa que la música actual es un "veneno homeopático"?
R: El choque de los granos de arena en una duna sahariana suena como el vuelo raso de un avión y puede ser escuchado en diez kilómetros a la redonda.
P: ...Entiendo. ¿Firmaría el parte de defunción del algún estilo de música?
R: La única defunción que firmaría es la del Ministerio de Cultura y, por extensión, de la de la de cuantos se ceban a su sombra sombría.
P: ¿Escribe sus partituras para ser escuchado? ¿Hay ‘provocación’?
R: Las escribo tan sólo para facilitar los ensayos. Si hablamos de música eso es otra cosa, ésa sí la proVoco para entrar en metamorfosis y para que otros se lancen a ello.
P: ¿Qué hay, pues, de íntimo en su trabajo?
R: La escucha. Ese singular atender "las voces de diferentes sonidos" que, según el Quijote, pueblan los aires.
P: ¿Podría poner puertas al campo... sonoro?
R: Mis "de sol a sol" con su siembra sónica de peñascos, riscos y montes. Su conversar con ciervos en celo, y el hambre de eternidad que manifiesta el soltarse un ininterrumpido solo de casi diez horas hasta que el sol tiene a bien aparecer por el horizonte, bastan para ejemplificar que también el arte de lo sonoro no conoce marcos ni límites. No hay Ministerio, ni etiqueta, ni grupo de presión estética que pueda ponerle vallas, ni a la creación ni al tesón.
P: ¿Qué le queda de Actum?
R: La certeza de que otra manera de vivir, esto es, de oír, es posible. De que una ciudad es tanto más libre cuanto mejor suena. Una comunidad es más rica cuanto más excéntricos genera y acoge.
P: ¿Siente por ello algún cosquilleo al inaugurar Escena Contemporánea?
R: Tras una treintena de años de ejercer de madrileño es mi obligación convalidar aquí cuanto vengo aprendiendo y gozando por el ancho mundo.