El Cultural

De charla con Gandhi

14 octubre, 2009 02:00



Me bajo al moro. Y no con la intención de cargar mandanga sino para hacer tertulia con un hombre flaco y de marcadas costillas. Bien visto, si se hubiera puesto de perfil cuando le balearon, en estos días hubiese cumplido ciento cuarenta años que no es poco.

-Felicidades
-Gracias, hermano.
Como veo que se muestra receptivo, le disparo mi pregunta a cañón tocante.
-¿Usted cree que se consigue algo siguiendo el camino de la paz?
-Claro que sí, hermano- me responde-. Se consigue estar en paz con uno mismo que es el asunto más difícil del ser humano. Nadie puede hacer el bien en un espacio de su vida, mientras hace daño en otro. La vida es un todo indivisible.
-Entonces, cuando le atizan a uno, ¿lo mejor que uno puede hacer es no devolver el golpe? -Pregunto.
-Claro, hermano, ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego.
-Ya, pero que la única defensa ante la violencia sea la no violencia, a mí como que no me termina de convencer. Ni tan siquiera deja usted sitio a los que salen por piernas.
-Correr es de cobardes. -Me corta Gandhi con el filo de su sonrisa entre los labios. Pero yo le vuelvo a disparar:
-Eso me parece un tópico. Además creo que con esa respuesta descubre usted su pereza. Me da a mí que usted es un vago.

Es cuando Gandhi extiende el filo de su sonrisa con la que vuelve a cortarme:
-Bienaventurados seamos los vagos porque sólo somos egoístas de sol y de sombra, según nos venga el tiempo.

Después de esto me doy por vencido. Gandhi, el apóstol de la no violencia, continúa sonriéndome desde la peana, apoyado en una vara de pastor. Sus ojos son dos viejas heridas de guerra que brillan con la victoria del que ganó la paz cruzándose de brazos. Ahora que lo pienso, no le hubiera venido mal a la escultura plantarle un rebaño de ovejas blancas, sobre todo para contrastar con el bronce oscuro con el que la esculpieron. Y como si me leyera el pensamiento, va y me dice que hay veces que las ovejas y las cabras de la zona se despistan y se le suben a la chepa, pero que enseguida la autoridad viene a llamar la atención.

-Un país, -continua diciéndome- una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales. Y ustedes, los españoles tienen mucho que callar con sus corridas de toros y sus lanzamientos de cabras desde lo alto de los campanarios.
-No confunda usted,- le corto- que lo de los toros es expresión artística y lo de las cabras es otra cosa. Lo de las cabras es complejo de cornamenta. Es la manera que tienen los cornudos en España de purificar sus cuernos.

Sin despegar la sonrisa de los labios se da cuenta del error. Generalizar es injusto. Aunque todas las balas hieran, sólo una es la que mata. Por eso y por mucho que la ciudad de Ceuta jure bandera española, la ciudad de Ceuta sigue estando en el moro. Y Gandhi sigue en su sitio, en mitad de una plaza pública donde sobran las banderas.