El Cultural

De charla con Peter Pan

14 noviembre, 2009 01:00



Paseo por los jardines de Kensington, en Londres. La niebla emborrona el paisaje y viste los árboles igual que si fueran fantasmas. Está anocheciendo y tal y como me señalaron, tengo que seguir la segunda estrella a la derecha y luego tirar directo hacia el amanecer. Pero a mí eso no me convence y la impaciencia me lleva a interpretar otras señales en busca de la estatua de Peter Pan. Así persigo el chillido de los murciélagos, el canto de una lechuza y llegando al final de la noche, cuando avisan las claras del día, es el eco silbante de una corneta de caza el que me pone en el sitio. Peter Pan, el Niño maravilloso, camina hacia mí. Yo, que siempre tuve el deseo de ser como él, abro mis brazos.
-Qué tal, amigo.
-Bien, después de la muerte de Michael Jackson ando más tranquilo.
-Me imagino. -Apunto yo, no sin cierta guasa.
-Pero no te creas, me sigo sintiendo amenazado. Hay noches en que se acercan hasta aquí hombres bigotudos con incontinencia de varias semanas.
-Sé de lo que me hablas. -Le corto. -Sé de lo que me hablas, al final Michael Jackson no era el único que estaba enfermo por la carne infantil.
Y por seguir en el mismo tono le pregunto por Campanilla, quiero que me eche unos polvos mágicos, con perdón por la expresión.
-Para qué. -Pregunta Peter Pan, celoso ante mi amenaza.
-Pues para eso, para que me salgan las alas y pueda volar de una vez por todas. Y llevar la contraria al psiquiatra que me dictaminó el síndrome que lleva tu nombre.
-El complejo de Edipo, que llaman en los divanes, tuvo que renovarse y lo mezclaron con el narcisismo. -Me aclara, para luego seguir explicándome:- Y de ahí el síndrome con el que nombran a los que quieren ser como tú.
-Ya lo sé, Peter Pan, los psiquiatras son unos sacacuartos y yo de Edipo tengo poco, más bien soy "lolitero". Como el Michael Jackson ese, pero en el otro género. Y de Narciso tengo mucho, tanto es así que ahora, que nadie nos escucha, puedo decir que no hay día que no me ponga en pelota picada, a contemplarme delante del espejo y que no pare hasta conseguir una erección conmigo mismo.
No sé si Peter Pan ha entendido mi trauma.
-¿Y llevas reloj? -Me interroga, frunciendo mucho las cejas.
-Qué va. Nunca.-Le contesto-. No me hace que me cuenten las horas. Yo soy de Alfa, ya sabes. Nunca quise ser de Omega.
Es cuando Peter Pan se saca el cuerno de la boca y me suelta:
-Entonces eres de los nuestros, Monterito. Tú también crees en las hadas. Bienvenido al País de Nunca Jamás.