De charla con la Venus de Milo
Aunque viva en París, ella es griega. De ahí sus posaderas firmes y rotundas; también sus medidas. Lleva altas las caderas y senos discretos pero salientes, lo más parecido a dos frutas al punto. A veces, cuando la contemplo por mucho tiempo, presiento que me estoy haciendo más verde que el garrote de un viejo. Pero no he venido aquí a hablar de mí, sino con ella, con la Venus de Milo, con la Diosa del amor que sigue manteniendo al hombre en pie de guerra.
-¿Qué tal chulona?
Hace como que no me ha visto. A mí me gusta esa distracción que a veces me ofrecen las mujeres como ella. Es cuando sé que las tengo en el bote. Entonces saco un cigarrillo y pido lumbre, como si nos conociéramos de toda la vida.
-Aquí no se puede fumar.
Cuando una mujer empieza así, con la prohibición como escudo es que quiere decir que le ha encantado tu gesto. Y también, que una insatisfacción muerde su vientre. O por lo menos eso es lo que a mí me parece. Así que alzo la vista y la voy bajando de a poco, acariciando con los ojos el cuello de gacela, el canalillo de sus senos, la raza de su vientre, donde me detengo a clavarla, un poco más abajo de ese lugar topográfico que llaman Monte de Venus.
-¿Desde cuándo no se puede fumar? -Pregunto yo, sin dejar de mirar el campo.
Y aprovechando que no me contesta, ataco, por donde más le duele y con un embuste.
-Sabes que ayer mismo estuve en Florencia con una que llaman la Venus de Médici y me fumé un cigarrillo después de amarla. Ella puso la lumbre. Cuando le comenté a la de Florencia que hoy venía a verte, quiso retenerme. Me dijo que tú eras menos Venus que ella pues en realidad tú eras Afrodita. Y que fue propaganda de los franchute, pues cuando ella salió de Francia te pusieron a ti en su lugar como lo que siempre has sido, una segundona.
Entonces se despecha. Escucho el crujido de un corazón que anida en su pecho de mármol.
-Eso es mentira- me suelta airada. -Es mentira pues ella está envidiosa de mí. A ella le sobra todo y a mí no me falta nada.
Es verdad, pero me callo la razón. Entonces le pregunto que si esta noche tiene plan. Y aunque me contesta que sí, yo sé que me está mintiendo. Por eso ahora ando aquí, a las puertas del Louvre, esperando a que salga.