De charla con el Ángel caído
Expulsado del cielo por ser guapo, aterrizó en Madrid con la boca abierta, la pluma en las alas y una serpiente enroscada en sus piernas. Hoy me acerco hasta él armado con mi peor lenguaje, pues vengo a saldar viejas cuentas. Lo llevaba retrasando desde hacía tiempo y esta noche me ha dado por ahí. Así que me adentro en el parque del Retiro sin miedo y sin vergöenza. Y es llegando a la plaza, cuando le veo que sigue en el punto de siempre. Y que no ha perdido una pizca de la condición divina, esa suerte de haber sido chapero de Dios, cuando hay tantos que no pasan de la calle Almirante.
-Mi nombre es Lucifer. -Me dice el muy cabrón, como si no le conociera.
-Mi nombre es legión. -Me presento yo con la autoridad del que ha sido desahuciado al hondón de la fosa.
Los diablillos que hay bajo sus pies dejan de escupir, como si se quedasen sin saliva ante la eminencia del duelo cósmico. Saben que en más de una ocasión Lucifer me dejó vendido. Que nunca cumplió su parte del trato. Y saben también que soy superior a él por la sencilla o compleja razón de que soy humano, y por lo mismo llevo todos los demonios dentro. Y que no se me seca la boca y que puedo escupir un montón de blasfemias por ella. Una boca que chupa y besa mejor que la suya, todo sea dicho.
Presiento que la primera guerra del cielo no va ser nada si la comparamos con la que se va a liar de un momento a otro. Lucifer, que presagia lo mismo, clama a las alturas con voz dramática. Cuando se pone así, es lo más parecido a una guarra en celo. Solicita su amistad con Dios pues en el fondo sabe que Dios no amó a nadie más que a él. Pero aquí y ahora, ni Dios viene en su ayuda. Ya se sabe, aunque Dios sea el fulano más prestigioso de la creación, se prodiga poco cuando se trata de hacer favores. Es más, hasta creo que disfruta, ahí sentado sobre una nube, como un mirón lascivo ante la guerra que mantenemos entre dos ángeles que se mordisquean la pluma de las alas. Bien mirado, de ser Dios, yo haría lo mismo.
-¿Y tú? -Le pregunto a Lucifer.
-De ser Dios yo hubiese bajado a echar un parchís. -Me dice muy cerca, soplándome en la nuca. Se ha dado cuenta de que está perdido.
De un manotazo le corto, -No te me pongas meloso, -le digo amenazante- que vengo a saldar mi parte del trato, ya sabes, no quiero que me enredes otra vez con malas artes.
Le recuerdo que la última vez que nos vimos me cobró de más por lo poco que trabajó y ahora me toca a mí realizar el exorcismo. Y como a buen entendedor pocas palabras y como que sabe más el diablo por viejo que por diablo le hago una seña para que se deje dar la vuelta.