De charla con John Lennon
Imagínate que no hay países, ni tampoco religión. Nada por lo que matar o morir. Imagínate que John Lennon reviva en Cuba, esculpido en bronce, a tamaño natural, sentado en un banco de fierro como dicen allá, con ese castellano de ida y vuelta, enriquecido por la sangre mestiza que lo hace tan gustoso. Imagínate. Nada que ver con nuestros latinajos, poco apetecibles y de esa fetidez a cera Pascual que convierte nuestro idioma en lenguaje burocrático, la verdad sea dicha.
Sin embargo, en Cuba nuestros latinajos se hacen almíbar cuando son dichos por bocas bembonas. Pero no vine aquí a hablar de nuestro perfumado idioma, ni de las bocas bembonas, sino de todo lo contrario. Vine a hablar con John Lennon que me recibe apacible, entre fauna y flora tropical. El "beatle" rebelde, el que estuvo prohibido tanto tiempo, ahora es celebrado en la Habana.
-Nadie puede prohibir algo para siempre. -Le entro.
-Lo prohibido vende más. -Me aclara John Lennon para, acto seguido, contarme como en los tiempos de los Beatles se acosaba a los seguidores del grupo en la isla-. Una forma de encarecer el precio de los discos en el mercado negro, no te voy a engañar -me sigue diciendo Lennon.
-Ya entiendo. -Le suelto.- Entonces lo de ponerte estatua quiere decir que los discos de los Beatles ya no se venden como antes.
-Claro, ya no se venden tanto. Nuestro mensaje revolucionario dejó de hacer daño y el de las barbas lo neutralizó para siempre con el bronce con el que fui amasado. Algo parecido hizo cuando llegó al poder, que repartió fusiles entre los vecinos de la isla, para defender la revolución, dijo el muy perro.
Le apunto que hable más bajo pues me ha parecido ver a un tipo que a mí me da que es policía. Está sentado sobre un cartón y fuma un habano. Desde que he llegado no me saca ojo de encima. John Lennon me aclara que se trata del vigilante que le han puesto.
-Es para protegerme. Bueno, a decir verdad, más que a mí, a mis gafas pues ya son muchos los pares que me han robado.
-Es algo asombroso. -Le comento, incrédulo por el dato.
-Pero lo más asombroso es que el policía, aunque de carne y hueso, actúa como si fuera de pega. -Me aclara Lennon.
No sé hasta donde quiere llegar con esto último, pero yo le dejo. Así me cuenta que los que las roban son enviados del gobierno para que a nadie tienten las gafas y que a nadie se le ocurra ponérselas y vea más allá de lo que los ojos de un cubano pueden ver.
-Entonces, tu visión del mundo sigue prohibida en la isla. -Le subrayo.
-Imagínate.