El Cultural

De charla con la estatua de la Libertad

18 enero, 2010 01:00

Estatua de la Libertad en Nueva York, Estados Unidos



. Tras pasar por un buen número de tocamientos, que en el lenguaje policial llaman controles, al final me concedieron una entrevista con Lady Libertad; la estatua. Duró poco, pero menos da una piedra.
Como me picaba la conciencia, por lo primero que pregunté fue por su orientación. Quise saber por qué siempre está mirando a la vieja Europa, cuando en realidad tendría que mirar a Latinoamérica que es de donde salen los esclavos que hoy se venden a occidente.
-Pero qué esclavos, si salen por gusto. Nadie los arranca de ningún sitio. Además, de refilón puedo ver la isla de Cuba. -Me comenta muy pagada de sí misma.
Pero yo sé que sus argumentos son evasivas. Porque Cuba es, desde hace algunos años, la balsa y el pretexto. Lo mismo que también lo fue España en sus tiempos. Le recuerdo a Lady Libertad que a los españoles nos echaron la culpa de montar la guerra Franco-Prusiana, una guerra en la que participaría Estados Unidos, aportando su ración de ayuda a los franceses.
-Y los franceses agradecidos por el detalle, -le sigo diciendo- correspondieron contigo. Una estatua de hechuras viriles, heredadas de tu padre, el Coloso de Rodas.
-¿Y de dónde dices que vienes? -Me corta.
-De España.
-¿Gallego, o moro?
-Gallego y moro, de Madrid, aunque toco la armónica mejor que un afilador de cimitarras.
-Eso habría que oírlo. -Escupe Lady Libertad con aire macho.
A mí me gusta el punto que está tomando nuestra conversación. Como la cosa está caliente y para que no enfríe, le digo que aquí lo único a oír son mis preguntas. Se lo planto en tono autoritario pues el estado policial determina mi carácter en estos momentos. Y empieza el interrogatorio:
-¿Por qué entonces esa excelencia de las siete púas sobre su cabeza hueca?
-Son puntas. Representan los siete mares.
Entonces me doy cuenta de que la han engañado pues mares hay más de siete. Además, la han engañado bien pues una estatua de la libertad no ha de llevar corona, en todo caso, gorro frigio. Alzo la vista y pregunto qué de quién es el concierto. Me mira sorprendida como si no entendiera la pregunta. Vuelvo a formulársela: -¿Quién es el grupo que canta?
Por su gesto, interpreto que me propone igualdad desde su inalcanzable altura. Le señalo la antorcha que bien parece un mechero, alumbrando consignas tan verídicas que nadie las cree pues están despojadas de alma. Vacías como ella. "Dadme a los cansados, a los pobres, a las multitudes que ansían respirar la libertad", pone escrito a sus pies. No me quiere contestar. Peor para ella. Ahí se queda, iluminando un mundo en crisis, envuelta en túnica y cardenillo, vacía por dentro, como el sentimiento que inspiró su construcción.