De charla con William Shakespeare
Escultura de William Shakespeare en Leicester Square, Londres
Siempre sentí curiosidad por conocer de cerca a William Shakespeare, el escritor que trató a sus personajes como iguales. Un hombre que no perteneció sólo a una época, sino a todos los tiempos. Y todavía tuvo el mérito de hacerlo en una lengua pobre y plana, aunque valorada en exceso por ser el lenguaje de la diplomacia. Manejando el idioma inglés, Shakespeare profundizó en el corazón y en las pasiones, escribiendo grandes tragedias.
Me acerco hasta su estatua, en Londres, y como no quiero que se me note mucho el entusiasmo, entro picando, subrayándole que Joseph Conrad también consiguió lo mismo tiempo después. Pero tuvo más mérito pues él era polaco.
Shakespeare no me contesta. Sigue observándome, el codo apoyado sobre la tanda de libros y esa flema que aprendió de los cisnes del río Avon, sabiéndose pato sucio de nacimiento. Así forjó su personalidad, la de un héroe que sale a vivir peripecias para luego recordarlas, pues sabe que la memoria es el botín más preciado. Shakespeare es el hombre que no concibe el mundo sin contarlo a la manera de tragedia. De ahí su pose, la de un hombre seguro. Seguro de que la tragedia es lo más ridículo que existe, claro.
Y por seguir el hilo de los tiempos y hablando de futuro le pido que me acierte el futuro al estilo de una de las brujas del Macbeth.
Se encoge de hombros y me dice que el destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos. El presente es lo único que vale.
Entonces cambio de bruja y le pido que me recuerde el pasado.
-Es también por tu presente que puedo llegar a él. -Me especifica.
-Empieza, ya -le reto.
Y como buen fisonomista va y resalta mis ojeras, "Son las ojeras del que se alimenta de sueños", dice. -Sueños triple equis- Puntualizo.
Pero William Shakespeare pasa de mi puntualización y me sigue haciendo el cuadro de carácter. Me señala la cualidad nerviosa del hombre que siempre maquina:
-Hombre flaco, como del que hablaba Julio César; gente de dormir inquieto, peligrosa y viva. La que quita el sueño a los peces gordos.
-A eso aspiro- Subrayo. -Nunca me moló lo de estar gordo.
Luego le pregunto que si es verdad que cogía a sus personajes de la realidad. Y también le pregunto que si el Mercader de Venecia era un usurero amigo suyo y que un día le encargó un epitafio para poner en su tumba.
Y entonces Shakespeare escribió, de seguido, en un papel: "Aquí yace el señor diez por ciento. Apostamos ciento contra diez a que no le dejarán entrar en el paraíso".
-Si es verdad eso, aquí mis felicitaciones. -Le sigo diciendo.
Shakespeare sonríe. Y luego me aclara que no, que se inspiró en Rodrigo López, médico cortesano de la reina Elizabeth y judío que intentó envenenarla. Y que por lo cual fue ajusticiado.
-Se dicen tantas cosas -me termina de contar Shakespeare.- Es lo bueno que tiene la oscuridad de una biografía como la mía, que para rellenarla hay que inventar cosas. Y yo me dejo, a ver si no qué puedo hacer.