De charla con el discóbolo de Mirón
Estatua de El Discóbolo de Mirón en el British Museum (copia romana)
Son muchos los lanzadores de discos repartidos por el mundo. De todos ellos me quedo con el que se alberga en el Museo de Londres por tener la cabeza repuesta de mala forma, pues así me resulta más fácil hablarle a la cara sin necesidad de mirar al disco. Con estas, pregunto lo primero que se me viene:
-¿Cómo va todo?
-Bien, al principio de la restauración un poco desorientado -me contesta el lanzador-. Date cuenta que fue la cabeza. Pero al final a todo se acostumbra uno.
Lleva años con la costumbre, manteniendo equilibrio ante todos aquellos que se le acercan e imitan su postura para hacerse junto a él la foto. Pero él sabe que lo que en realidad buscan es arrimar el escombro al mármol. No nos vamos a engañar. En verdad se llama Jacinto y es uno de tantos que encandiló a Apolo mientras con él practicaba lanzamiento de disco.
-Es que entonces era joven y no tenía tanto vicio, todavía me iban más las mujeres y Apolo se despechó e hizo desviar la trayectoria del disco. Me hirió de muerte -dice afectado- y cuando se quiso dar cuenta a Apolo le vino el arrepentimiento.
-Los Dioses imitan a los hombres -voy y le aseguro, en tono jocoso.
-Incluso en sus vicios más vulgares -dice Jacinto, que sabe bien de lo que habla.
Luego se me pone a contar cómo la sangre de su cabeza encharcó el suelo. Líquido nutriente del que se sirvió Apolo para plantar la semilla de una nueva flor a la que puso su nombre.
-El Jacinto -salto yo muy puesto en botánica-. El Jacinto, que empieza a florecer ahora en marzo y se puede encontrar en todos los colores del arco iris. Los balcones de mi barrio están llenos.
Pero él va y se me queja, reprocha a Apolo que en vez de flor, pudo haber plantado la semilla de un toro, de un león, incluso de un canguro o ya puestos en botánica la semilla de un árbol con presencia como pasó con Cipariso que acabó en Ciprés.
-Pero una flor- dice él algo dolido.
-Hombre, no querrás que el roble en vez de roble se llame Jacinto. Yo creo que con el Ciprés de Cipariso y contigo, Apolo anduvo acertado.
Pero a él no le hace gracia esto último. Lo noto en su forma de mirarme, con la ira contenida en la piedra de los ojos. Por quitarle pesadez al mármol intento llevar la conversación por otro lado y le digo:
-Hablando de otra cosa, sabes si te van a poner como emblema de los próximos juegos olímpicos.
-¿Es una pregunta personal o de interés general? -me responde de seguido. Entonces me cuenta que se aburre, que está cansado de servir de modelo a los estudiantes de dibujo y como musa a los stajanovistas de la masturbación, y que si no fuera porque la cabeza a veces no le responde, en cualquier momento lanza el disco y cambia de postura.
-Lo siento Jacinto, yo te puedo ayudar a todo menos a cambiar de postura -le advierto-. No quiero que la gente nos tome por lo que no somos.