De charla con el Halcón maltés
Siempre quise ser como Sam Spade, un Satán rubio y sin boquilla. Hombre de pocas palabras y mucha acción. Un detective que miente no por vicio, sino por oficio y que sabe que mentir resulta tan eficaz como tender una trampa para cazar la mentira ajena.
Siempre quise ser como él, ya digo, conquistar a mi secretaria con algo más que con un buen sueldo. Abrirme paso a través de la niebla de San Francisco con el cuello de la gabardina subido hasta las orejas. Los bramidos de la sirena de Alcatraz sonando cercanos y yo como si nada, por mi camino, tras la pista del halcón maltés.
No voy a parar hasta tenerlo entre las manos y conquistar así un privilegio que no gozó Carlos V pues nunca llegó a ver la estatua del halcón. Como todo el mundo sabe, la galera en la que iba la estatua fue atacada por unos piratas.
A primera vista viene a ser una estatua en oro macizo y con encaje de piedras talladas. Pero ese no es un valor para mí, aunque lo sea para Sam Spade. Yo soy más fetichista con la mercancía de la que están hechos los sueños mientras que a Sam Spade le gusta la realidad y, al poder ser, desnuda.
A mí lo que me pone de la estatua del Halcón es que inspiró a Dashiell Hammett su Quijote particular. Fue la musa que se le apareció a darle el día, una musa travestida de Halcón pero una musa al fin y al cabo.
Ahora que la tengo en mi poder, me inspira preguntas. Quiero que me cuente chismes, detalles de la vida del escritor. De cuando estuvo acusado y le colgaron el Sambenito de hereje pero a la americana, cruzándole el traje de señales, llenando de manchas su corbata. Qué poca vergüenza. Quiero que me diga el nombre del chivato. Bien alto.
-Elia Kazan. Un chota, un chaquetero y mala gente -suelta de carrerilla el Halcón maltés.
-Estoy de acuerdo contigo -señalo yo-. Pero no me negarás que el chota fue un gran director de cine que espulgó sus pecados en La ley del silencio, buena peli, -le corto el vuelo al Halcón maltés, por llevarle la contraria más que por otra cosa.
No se hace esperar la reacción. El Halcón maltes se me rebela, echa a volar, alza su pico y tira a mis ojos. Pero es sólo una ilusión que apenas dura, en lo que tarda en desaparecer un puño cuando se abre la mano lo vuelvo a tener conmigo, recitándome la lista negra. Una memoria de agravios por orden alfabético que son lo más parecido a las cuentas pendientes de un rosario que aún se sigue recitando.
Pero ahora no es momento para revelar misterios y digo que se calle, que cierre el pico, que nos van a descubrir. Los bramidos de la sirena de Alcatraz se confunden con los gritos de las otras sirenas, las de la policía. Es hora de agarrar la estatua y salir corriendo.