¿El fin del cine español?
Son ya de sobra conocidos (y comentados en este blog) los avatares de la ley del cine y la posterior Orden de Guardans que la regula. Mientras Cineastas contra la Orden prepara el contraataque mediante una carta colectiva que está a punto de hacer su estelar aparición pública, hoy aparece una información en La Vanguardia (que tiende a lo apocalíptico) en la que los productores catalanes alertan contra el peligro real y cierto de que el audiovisual nacional simplemente desaparezca. No lo dice cualquiera. Ramon Colom, que fue presidente de TVE y hoy dirige la independiente Sagrera, advierte: "Estamos volviendo a las comisiones y a las producciones a dedo de la época de la ley Miró, cuando la Administración decidía lo que se rodaba y lo que no, y hay que recordar que se acabó rodando muy poco. Es un retroceso".
Todo ello está relacionado con la brillante idea del Ministerio de añadir una cláusula de idoneidad "cultural", título que adjudicará una comisión de "expertos" y que el Ministerio ha prometido que será transparente. Pedirle transparencia a un órgano encargado de valorar un un concepto tan peregrino es literalmente imposible porque el propio concepto en sí ya se presta a lo radicalmente subjetivo. Sin ir más lejos, en el último Festival de Cannes los "expertos" se han mostrado más divididos que nunca. Para El País, la película ganadora de la última Palma de Oro, la ya celebérrima Uncle Boonme Who Can Recall His Past Lives, (por cierto, a ver si los periodistas se coscan de que los títulos en inglés llevan todas las iniciales en mayúscula porque casi todos patinan) es un "esperpento". Luis Martínez, en El Mundo, la tachó de joya absoluta del cine contemporáneo.
Soy un firme partidario de las jerarquías en cuestiones culturales. Meter en el mismo saco la canción de Eurovision y una ópera de Wagner, como tantas veces han pretendido los falsos apóstoles de la igualdad a toda costa, es un error grave que sólo ha servido para confundir las cosas y servir como coartada para quienes pretenden dar un manto de legitimidad a manifestaciones menores de la creatividad y muestran la tradicional aversión española a lo intelectual (que tantas desgracias ha causado). Pero, salvo en casos puntuales en que la obra tenga de por sí sobrados argumentos para obtener una subvención anticipada, la fórmula impuesta por el PP de juzgar todas las películas por el mismo rasero ha demostrado ser mucho menos mala que la de Miró, en la que una elite de sabios decidía qué se debía rodar en España y que no. El resultado fue que durante años rodaron siempre los mismos con el resultado conocido, el desprestigio y desmantelación del cine español.
Existe, además, un elemento que desaconseja de forma brutal este apriorismo y es que muchas veces se decide qué debe ayudarse cuando la película no está hecha. Al contrario que en una obra literaria, que es un producto acabado desde la escritura, un guión es sólo una pista de lo que vendrá después, y esa pista muchas veces es falsa. Las ayudas deben ser un instrumento para el fomento de la industria, y ese fomento tiene dos vías: uno es la industrialización en sí misma (que dio a Hollywood su época de mayor esplendor artístico en los años 30 y 40) y el éxito comercial y el otro es el prestigio y el riesgo artístico, que sirve para mejorar la imagen internacional y elevar el listón de la producción media. Desde luego, es imposible encontrar una fórmula perfecta (aunque la francesa e incluso la británica, donde la lotería financia el fomento de las artes se acercan) pero el "certificado de homologación cultural" (nombre que ya suena a franquista) es un atropello en toda regla y una nueva desgracia para el sector (quizá mayor que el inevitable recorte del dinero).
Hay varias preguntas que el Ministerio de Cultural sí debería hacerse: ¿Es normal que algunos directores que llevan lustros sin conocer el éxito ni comercial ni artístico sigan rodando? ¿No beneficia el sistema actual a quienes manejan mejor la burocracia que el verdadero cine? ¿No es "culturalmente" terrible que los adolescentes de este país y la mayoría de la población (no especialmente inquieta, para qué engañarnos) SÓLO consuman Hollywood cuando quieren entretenimiento? ¿No se estará confundiendo cultura (que es una palabra sobredimensionada interesadamente por quienes prefieren verla como una ciencia esotérica) con arte?