Image: Martín Caparrós

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El Cultural

Martín Caparrós

"La preocupación por el cambio climático es un gran negocio"

8 octubre, 2010 02:00

Martín Caparrós

Hoy presenta en la Casa de América su último libro, 'Contra el cambio climático'

Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957), aparte del de escritor, tiene un trabajo bastante peculiar. Elabora informes para la ONU sobre los problemas de nuestro planeta: la inmigración, la salud reproductiva, la pobreza... Para hacerlos debe viajar constantemente, a destinos de lo más "inesperado". El último encargo ha sido testar la veracidad del cambio climático. Para ver sobre el terreno sus presuntos efectos tuvo que ir, por ejemplo, al lugar más parecido al infierno que ha encontrado en el mundo: la capital de las islas Marshall, un atolón de más de 30 kilómetros de largo pero sólo 100 metros de ancho, a casi 4.000 kilómetros de cualquier continente. "Tienes siempre el mar a los pies y la sensación de aislamiento es brutal", dice. Allí tenía que comprobar si el nivel del mar subía realmente y se encontró que subir, lo que se dice subir, el agua subía poco, más bien nada. Acumuló una prueba más de que lo del cambio climático es un cuento que sirve para tapar hechos como que más de 1.000 millones de personas pasan hambre cada día. El autor argentino denuncia en su último libro, Contra el cambio (Anagrama), esa paradoja hiriente. Desde entonces ya no puede compartir mesa con los ecologistas.

Pregunta.- ¿Ve la preocupación desmedida por el cambio climático como una cortina de humo para tapar otros problemas del mundo más graves?
Respuesta.- No como una cortina de humo, porque eso supondría una intencionalidad, pero sí de una muestra de cómo funcionan y cómo se definen los temas de interés en el mundo. Es muy curioso que se le conceda tanta importancia a este asunto, una amenaza tan vaga, que quizá tenga consecuencias o quizá no, cuando en el mundo pasan hambre 1.000 millones de personas. Es algo que te deja perplejo e intenté ver que había detrás de ello. Y llegué a dos conclusiones.

P.- ¿Cuáles?
R.- Primero que el cambio climático es una amenaza más democrática. Que pasen hambre varios millones de personas es la condición necesaria para que los que tienen la sartén por el mango mantengan su poder. Ellos se benefician de esta situación y por tanto nunca intentarán cambiarla. Pero el cambio climático sí les puede afectar, porque sus efectos son generales. Lo segundo es que el cambio climático abre dos vías de negocio muy lucrativas. Por un lado, la de la energía nuclear, que ahora la reivindican hasta algunos insignes ecologistas, ante la imposibilidad de que las renovables pueda reemplazar a corto plazo a las minerales. El problema de la energía nuclear es que concentra mucho el poder. Un señor delante de un botón puede controlar el suministro de varias ciudades. Y por otro, está el negocio de los créditos de carbono, surgido tras el protocolo de Kyoto, que compran las empresas que necesitan contaminar a otras que se crean como meras tapaderas.

P.- ¿En qué consiste exactamente el trabajo que desarrolla para la ONU?
R.- Llevo cinco años trabajando para esta organización, para el Fondo de Población. Cada año le tengo que pasar reportes de problemas diversos entre los jóvenes del mundo. Todos lo años de viajar a ocho o nueve países, a lugares de lo más inesperado, para luego informar de cuestiones como la inmigración, la salud reproductiva... El año pasado surgió lo del cambio climático.

P.- Entonces los conservacionistas son unos conservadores... ¿Lo dice por su apuesta ahora por la energía nuclear?
R.- No, lo digo desde un punto de vista estructural. Creen que debemos conservar lo poco que queda porque si no viene la Apocalipsis. No asumen que el mundo cambia constantemente. En el siglo XII en España un mono de Gibraltar podía llegar hasta los Pirineos sin bajarse de los árboles. La gente entonces dependía totalmente de la madera, para construir barcos, para hacerse su calzado, para calentarse... Si hubiera ecologistas en esa época pensarían que la desaparición de los árboles implicaría la desaparición de la humanidad. Pero ahora España tiene muy pocos árboles y la gente vive más y mejor que entonces.

P.- Trabajó a las órdenes de Rodofo Walsh. ¿Qué fue lo más importante que aprendió de él?
R.- Supongo que a no dar las cosas por sentadas, que se puede ver mucho más de lo que se está viendo.

P.- Le llaman explorador del infierno. ¿Qué le parece?
R.- No, no creo que lo sea, sobre todo porque si alguna vez hubiera encontrado el infierno me hubiera quedado en él. Seguro que es un sitio encantador.

P.- Bueno, pero si ha estado en lugares realmente ásperos y crueles. ¿Cuál se acercaría más a la idea del infierno?
R.- Creo que el lugar más imposible en el que he estado es la capital de las islas Marshall. Es un atolón de 30 kilómetros de largo y 100 metros de ancho, en el que tienes todo el tiempo el agua a tus pies, y el continente está a casi 4.000 kilómetros de distancia. La sensación de aislamiento es brutal.

P.- ¿Qué hay detrás del acoso de los Kirchner hacia determinados periodistas entre los que se encuentra usted?
R.- Por detrás no sé lo que hay. Por delante hay una aversión al disenso. Todo aquel que no piense como ellos se convierte en enemigo mortal y emplean toda la maquinaria mediática del Estado para atacarle impunemente. A mí en el canal público me han llamado de todo: canalla, traidor, frívolo...

P.- ¿Y que le pareció el papel de Cristina Kirchner en la feria de Francfort como abanderada de los escritores represaliados en Argentina?
R.- Es difícil dar una respuesta sintética porque hay muchos matices. Me remito a mi novela A quién corresponda, ahí está todo explicado. Lo principal que hay que tener en cuenta es que en que los políticos argentinos de ahora se escudan detrás de los militantes de los 70 cuando su proyecto es diametralmente opuesto. Lo de ayer es otro capítulo de esto. Lo que me da pena es que la presencia de la literatura argentina se centre en un escritor menor de hace 35 años en lugar de hacerlo en los que escriben ahora. La memoria es decisiva y necesaria pero no para dejar de lado el presente.

P.- Y del Nobel a Vargas Llosa, ¿algo que decir?
R.- Respecto a Vargas Llosa tengo sensaciones mezcladas, creo que porque su propia obra está mezclada. Ha escrito alguna de las grandes obras del idioma, como Conversación en la catedral. Por eso me desconcierta tanto que luego haya escrito porquerías como Lituma en los Andes o La tía Julia y el escribidor. Creo, en cualquier caso, que nunca más ha llegado al nivel que tuvo en los 60. Pero con lo que escribió en esa época ya merece varios nobeles.

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