Image: Juan Carlos Mestre

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El Cultural

Juan Carlos Mestre

"La poesía es un caja de herramientas al servicio de la conciencia"

21 octubre, 2010 02:00

Juan Carlos Mestre. Foto: ICAL

Pronuncia hoy una conferencia sobre Miguel Hernández en la Biblioteca Nacional

Juan Carlos Mestre, premio Nacional de Poesía el año pasado, toma hoy la palabra en la tribuna que la Biblioteca Nacional ha habilitado para que diferentes escritores recuerden a Miguel Hernández. El poeta berciano pretende glosar su vertiente utópica, "la que contribuyó a impedir con su poesía la ruptura entre las clases populares y el imaginario simbólico de la libertad". En esa lucha también se bate él, como un insumiso que opone su conciencia frente a este mundo áspero. Esa aspiración ética de Mestre busca "hacerle un hueco a la poesía en la memoria de la cultura cuando todo ha comenzado a enmudecer bajo el candado de la sociedad de consumo". Escribir para él es arropar la dignidad con palabras, para que no sufra de nuevo intemperies tan crueles como las que acabaron con el autor del Rayo que no cesa.

Pregunta.- Titula su conferencia sobre Miguel Hernández La huella de la utopía. ¿Dónde estaba su utopía?
Respuesta.- Si la libertad es la fuerza inmanente de la historia, como aseguraba Gramsci, la poesía pudiera ser la conciencia inmanente de los sueños históricos de la lucha por la libertad. Miguel Hernández contribuyó a impedir con su poesía la ruptura entre las clases populares y el imaginario simbólico de la libertad, lo que equivale a decir el ensueño utópico de la II Republica y la resistencia antifascista ante los fantasmas de lo ominoso. Dio amparo, acogió tras las puertas de la otra realidad del lenguaje, el albergue moral de los dañados por la fatalidad, las voces sin boca que ante el silencio, primera forma de la sumisión, nombraban su propio cuerpo, amor, fiebre, pobreza , ante la asfixia ideológica de la gran perversión autoritaria.

P.- ¿En qué se parece Juan Carlos Mestre a Miguel Hernández? ¿O en qué, al menos, le gustaría parecerse?
R.- Todo poeta, siéndolo como lo era radicalmente Miguel Hernández, es literalmente irrepetible. Sus palabras habitaron la zona donde sociedad civil y fragmento intelectual reencontraron el sentido dialéctico de su alianza con las imaginaciones del porvenir, la fractura ética y estética de una sociedad donde alguien pensó que algún día sería imposible la miseria y el sufrimiento, algo relacionado con el sueño creador, ese sentido común de la felicidad, ese sentido nada común de la igualdad donde el poeta, el filósofo, el obrero, el músico, son las mismas personas sencillas que ante la histeria de la historia asumieron el encargo ético de hacerse cargo de los demás, los silenciados, las víctimas sin otra condición que la de víctimas, el huérfano, el oprimido bajo cualquiera de las formas de la barbarie.

P.- "Todo libro es un diálogo con las deudas que uno tiene con las voces que le ayudan a vivir", comentó en una ocasión. ¿La voz de Miguel Hernández ha sido una de esas voces?
R.- Sin duda, todo en Miguel Hernández es significante para los poetas posteriores, él es el testimonio y el testigo, el "avisador del fuego" que problematiza la lengua implicándola en el desafío de la reconstrucción de su presente, el derecho a la verdad histórica, el derecho civil a la memoria, el derecho a restituir la razón de felicidad de aquellos que siguen siendo moralmente los ausentes, víctimas y vencidos, del pasado. Esencialmente un diálogo con aquellos que ante los lenguajes normativos del poder socializan la colmena de Góngora.

P.- ¿Cómo describiría la importancia de Miguel Hernández en la poesía española?
R.- La vigencia de Miguel Hernández es inseparable de la aspiración ética que hace un sitio a la poesía en la memoria de la cultura cuando todo ha comenzado a enmudecer bajo el candado de la sociedad de consumo, el nuevo fascismo que impone la obligatoriedad del mercado. Miguel Hernández es la lengua, el hablante pobre de la lengua, es decir, un poeta mayor entre los hablantes de la lengua, aquellos para quienes el mundo no ha sido una mera imagen de sí mismos, sino la época y el espacio donde ejercer el encargo que nadie les ha hecho pero que cumplieron con la intensidad de un mandato, la simple, radical, sencilla tarea de oponer el discurso de la conciencia, de la identidad y el amor, de la exigencia moral de oír al que sufre, de reconocerse en el que no pudo ser y ha de ser reparado en la deuda de su daño. Su vigencia es la salud del bien de las palabras, el porvenir de los idiomas del amparo, la voz consoladora de los que traen un recado, el de la negación y la resistencia ante los espectros de la crueldad, del olvido y del miedo.

P.- Dejando a un lado a Miguel Hernández. ¿Qué efecto tuvo en sus propósitos poéticos su primera visita a la tumba de Keats en Roma?
R.- No hay guión para la fugacidad de los diálogos, no hay preceptiva, tampoco mapa que lo conduzca a uno hacia lo irremediable de una vocación sin destino. El poeta, ese ser carente por completo de identidad, como pensaba John Keats, es tantos como sea posible ser en el instante de la identificación con un otro, ese abismo que, lejos de toda solemnidad, es la voz que sigue repitiendo en la intemperie el soy inocente, tengo derechos, no me mates.

P.- Usted ya dijo que la poesía había caído en desgracia. ¿Se mantiene en ese pesimismo?
R.- Creo no haber sido nunca pesimista, la esperanza siempre lleva mucho más lejos que el miedo. Todo libro de poemas es una pequeña caja de herramientas al servicio de la conciencia de los hombres, otra cosa es que no se use, que haya sido sepultada por las toneladas de basura de la publicidad y la demagogia política, pero ahí está, aferrándose con sus manos desnudas a todos los sueños aún pendientes de ser vividos. Palabras civiles para después del tiempo, como diría el añorado Rafael Pérez Estrada.

P.- ¿Es la dignidad la manera más elegante de ser un insumiso frente a este mundo -digamos- tan deficiente?
R.- Cuando Oscar Wilde refería que la sociedad perdona con mayor frecuencia al criminal, pero no disculpa nunca al soñador, lo que estaba señalando es precisamente la caída en desgracia de la poesía como una manera de estar en el mundo. Acaso aquel que se ha deshecho de sus certezas para adquirir asombro; la insumisión de los imaginarios lenguajes del porvenir que se niegan, en cualquier circunstancia, a ejercer todo tipo de autoridad o poder ante un semejante, el vínculo invisible entre los poetas de todas las épocas en su alianza con la reivindicación de la dignidad humana. Memoria y conciencia de los pueblos, para decirlo en la proximidad de un verso de Antonio Gamoneda, que tienen un cementerio demasiado grande.

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