El Cultural

'Los Conchords'. Nueva Zelanda en Nueva York

28 diciembre, 2010 01:00

No existe (o no existió) serie más original que Los Conchords (Flight of the Conchords). La HBO dejó de emitirla al alcanzar su segunda temporada en 2009. Pero no fue una decisión de la cadena, sino una opción de sus creadores, los músicos neozelandeses Jemaine Clement y Bret McKenzie (que interpretan una versión "ficcionalizada" de sí mismos en la serie), que al parecer se quedaron sin material, es decir, agotaron su repertorio. Lástima. En todo caso, su precoz final o su fugaz existencia no han hecho más que incrementar el culto que se le dispensa a la serie, que alcanzó los 22 capítulos de 22 minutos (aprox.) cada uno. Los Conchords es probablemente el más perfecto de los formatos televisivos en surgir de las cenizas de la posmodernidad y en la cresta de la era youtube. La naturaleza informal y desprejuiciada de esta serie de pequeño formato (lo que los americanos llaman "freewheeling"), y que es a su vez la manifiesta expresión del tono 'low-profile' de sus protagonistas, verdaderos emblemas de lo que hoy se entiende por 'pop art', entra en perfecta armonía con los hábitos de consumo audiovisual a través de Internet, que privilegia la brevedad, el humor y las experiencias lúdicas sobre cualquier otra cosa que no sea el sexo.

Cualquiera que se pregunte todavía qué es o qué significa ser un "hipster" -cómo visten, cuáles son sus gustos, qué piensan y qué hacen con sus vidas-, encontrarán la respuesta en Los Conchords. Hijos de la indolente posmodernidad, Jemaine y Bret son dos músicos neozelandeses de veintitantos años, únicos componentes del grupo "Flight of the Conchords". Al principio de la serie acaban de mudarse al Chinatown de Nueva York en busca de fama y fortuna. El éxito, sin embargo, siempre les esquiva. Algo a lo que no ayuda su incompetente representante Murray Hewitt (Rhys Darby), incapaz de conseguirles un bolo en condiciones. El papel de Murray, uno de los grandes personajes de la sit-com televisiva, recuerda mucho al del representante de Extras (Darren Lamb / Stephen Merchant), co-creador de la serie británica junto a Ricky Gervais. El día a día de Jemaine y Bret consiste en tratar de sobrevivir, mantener surrealistas reuniones con Murray en su rancio despacho del consulado neozelandés y toparse un día sí y otro también con su vecina Mel (Kristen Schaal), fan incondicional del grupo. De hecho, la única fan que tienen.



El humor de la serie proviene de la capacidad de los actores para mofarse de todo lo que les rodea, empezando por ellos mismos, por sus compatriotas y por su trabajo. Despertando la ternura y la compasión, saben sacar partido de las situaciones de patetismo que abundan en la serie, si bien el gran talento de Jemaine y Bret reside en la extraordinaria capacidad de ambos para el ejercicio de la apropiación y el reciclaje musical de la cultura pop. "The Flight of the Conchords" crea música a partir de la parodia y el homenaje, sin complejos y sin trampas, a quemarropa, faltándole al respeto (o todo lo contrario) a todos los palos de la música popular: folk, glam-rock, balada soul, heavy, hip-hop, disco, chainson francesa, música electrónica, la canción benéfica, etc. Las tramas (por llamarlas de alguna manera) de cada capítulo se ven enriquecidas por vídeos musicales (por llamarlos de alguna manera) de una extrañeza difícil de definir, pues, al igual que la música que practican y las canciones que componen (sus letras, de contenido adulto y de tensión infantil, merecen capítulo aparte), combinan la apariencia ‘home-made', de carácter artesanal, con la calidad de los detalles y el buen gusto musical. En verdad, hay que verlo (y escucharlo) para creerlo. Desde el primer momento musical de la serie -el hilarante clip sobre la chica más guapa de la habitación: "You're so beatiful, like a tree... or a high-class prostitute"- es imposible no sentirte atrapado por el universo de estos dos geeks de la posmodernidad, supervivientes en la Gran Manzana.

De hecho, da la sensación de que muchas veces los argumentos de la serie no son más que relleno para los dos o tres clips musicales que incluyen en cada episodio, si bien una vez que el singular universo que rodea a Bret y Jemaine, epítomes de lo naif, ha mostrado sus cartas (su inocencia, su mofa, su aparente infantilismo), una nueva forma de humor se abre paso con extrema naturalidad. En la segunda temporada (en verdad bastante menos inspirada que la segunda), el grado de patetismo y de humillación al que una y otra vez se ven abocados los personajes son más que elocuentes -algo que también conecta directamente Los Conchords con la series Extras y Office de Richy Gervais-, y alcanza quizá su punto más delirante en el capítulo 14 (New Cup), cuando Brent provoca que la vida de ambos cruce el límite de pobreza al comprar una segunda taza para el apartamento por 2,97 doláres, lo que les fuerza a ejercer temporalmente la prostitución (con homenaje a Midnight Cowboy incluido) y, pero aún, les obliga a hacerle un masaje a su única fan.

No dejan de ser irónicas las resonancias entre la ficción y lo real que se establece en Los Conchords. A pesar de las luchas cotidianas del dúo para pagar sus facturas y hacerse oír en el imposible escenario musical neoyorquino, o de convocar en sus bolos a alguien más que a su única fan Mel, cuando la segunda temporada estaba en emisión, "Flight of the Conchords" ya habían alcanzado fuera de la pantalla un estatus de estrellas de rock como iconos culturales del pop contemporáneo, embarcándose en una gira norteamericana por escenarios y platós televisivos. Incluso tuvieron un cameo en Los Simpson. El éxito reside no sólo en la calidad y en el talento de sus composiciones / interpretaciones musicales, sino también en la cercanía y la ausencia de complejos con que saben comunicarla. En cierta medida, la ingeniosa y rudimentaria puesta en escena de la serie recuerda a las películas de Michel Gondry (quien no en vano dirigió el capítulo Unnatural Love), con su estética quasi-verité, cámara en mano flotante alrededor de los personajes, su rodaje en las calles y en edificios de apartamentos, con sonido directo, y los números musicales rodados en digital.