El Cultural

Los vuelcos de Fringe

14 mayo, 2011 02:00
Advertencia: Este post contiene spoilers sobre el final de la tercera temporada de Fringe.

Las mejores mentes de la ciencia-ficción contemporánea trabajan en la Fox, bajo la supervisión de J. J. Abrams y escribiendo para la serie Fringe. Al tramo final de la tercera temporada se le pueden obviamente poner muchos peros, pero hay que quitarse el sombrero ante la capacidad de los argumentistas para caminar sobre el alambre, sin red y haciendo piruetas de saltimbanqui... y aún así caer de puntillas de nuevo sobre el alambre. En esa tensión, entre el vértigo y el vacío, entre lo arbitrario y lo verosímil, se queda colgando el final de la tercera temporada, probablemente mejor que la segunda, que a su vez fue infinitamente mejor que la primera. Da la sensación, de hecho, de que el último capítulo forma parte de lo que debería haber sido un capítulo doble. En apenas treinta minutos el planteamiento general de la trama da un vuelco espectacular, y algunas líneas de fuga cruciales quedan en un suspenso demasiado abierto. En septiembre regresará la cuarta y (teóricamente) penúltima temporada.

Advirtieron los creadores de que uno de los personajes principales tendría un trágico final al término de la temporada. Una papeleta difícil de resolver, pues como es sabido Fringe no tiene un amplio protagonismo colectivo. Se centra en apenas tres personajes realmente cruciales -Walter, Peter y Olivia- y otros tres secundarios. Sin olvidar a sus respectivos dobles en el universo paralelo. En todo caso, en las ficciones cuánticas de Abrams, la muerte tiene sus propias reglas, actúa de formas inesperadas y nunca es irreversible. Que un personaje muera tiroteado (como Olivia) o desaparezca (como Peter) no debe tomarse como algo definitivo. Los saltos en el tiempo (realmente sorprendente el del último capítulo), el solipsismo narrativo y los universos paralelos en perpetua interconexión pueden justificar un regreso o una desaparición en cualquier momento. Ha ocurrido en más de una ocasión.

Hay que pensar que la primera ley de las ficciones Abrams es que las reglas narrativas que en un momento dado eran válidas, pueden desactivarse a merced de un giro de guión que no rompe la consistencia de la trama general. En ese territorio de lo imprevisto, de la sacudida de la dramaturgia (abonando siempre nuevos terrenos en expansión para explorar), es en el que los guionistas de Fringe se manejan con enorme talento. Lo que distingue a Fringe de muchas otras series es que mantiene la coherencia y el interés de sus historias dentro de un arco narrativo que abarca múltiples temporadas, y de hecho el final de la tercera no rompe este ciclo. La serie pone en juego ciertas convenciones establecidas por el género de la ciencia-ficción y las combina con una miríada de elementos metafísicos para dar forma a algo mucho más amplio y trascendente que lo que podríamos haber imaginado, pero en ese arco narrativo, la importancia que van adquiriendo las relaciones entre los personajes toman un protagonismo mayor que el de la trama maestra. En esto, y en otras muchas cosas, Fringe empieza a parecerse cada vez más a Lost. Primar los personajes sobre el relato, y que ambas líneas dramáticas se fusionen con absoluta naturalidad.