Los cines se reinventan
Los cines Verdi, con salas en Madrid y Barcelona, han tenido una idea fantástica este verano: recuperar grandes clásicos para sus sesiones ordinarias. La selección no puede ser más ortodoxa ni tampoco más indiscutible: ahí están Los 400 golpes de Truffaut, los Padrinos de Coppola (la primera y segunda parte) o cuatro clásicos de los años 60 de Polanski: Cuchillo en el agua, Cul de Sac, Repulsión y La semilla del diablo. La buena noticia es que este rescate está funcionando la mar de bien, las salas se llenas y da gusto ver los cines llenos de gente joven con ganas de ver en pantalla grande y con todo lujo de detalles grandes títulos de la historia del cine. Salvo en la Filmoteca, es extraña la dificultad para ver en las ciudades españoles películas que no sean de rabiosa actualidad. En todas las grandes capitales del mundo hay numerosas salas que se dedican solamente a exhibir filmes de reestreno, ya sea grandes clásicos o películas recientes que ya han salido del circuito comercial, y funcionan divinamente gracias en parte a que ofrecen tarifas más baratas de las habituales.
En Madrid, hay dos salas que se aproximan a este concepto. Una es el Pequeño Cine Estudio, un atípico multicine que, por ejemplo ahora mismo, está exhibiendo El sol del membrillo, el clásico de Erice, o Le père de mes enfants, una de las películas más interesantes de los últimos meses que tuvo, como es habitual con muchos títulos de gran interés, un paso brevísimo por la cartelera. El Pequeño Cine Estudio, que recupera el sabor de esos viejos cines de barrio o incluso de los videoclubes del franquismo, en los que los cines además de proyectar películas servían como punto de encuentro para personas con gustos afines, tiene un modelo de explotación curioso: por una parte, ofrece la posibilidad a las productoras de que sus películas puedan exhibirse allí sin entrar en el azaroso mundo de la distribución comercial, un muro de contención contra el que chocan todos los años infinidad de títulos; por la otra, acaba de inventarse una sesión muy original: el primer miércoles de cada mes se desarrolla MegaUpload Cinema, una sesión en la que se proyectan vídeos extraídos de la web. Partiendo de un asunto, son los propios espectadores quienes mandan los vídeos encontrados en la red y después hay un editor que los selecciona y les da orden y concierto. Otro ejemplo parecido en la capital es la Sala Berlanga, con interesantes ciclos, oportunos reestrenos y precios económicos.
En estos tiempos en que el cine atraviesa una crisis monumental en todos los sentidos, es lógico que los exhibidores se busquen las castañas como puedan ensayando todo tipo de fórmulas. En los últimos años hemos visto cómo las salas abundaban en retransmisiones de óperas, conciertos de rock en directo o eventos deportivos con desigual fortuna, es de prever que esa tendencia irá a más. Hay, sin embargo, más fórmulas y muchas han sido poco exploradas en España. Por ejemplo, convertir el cine en una especie de club donde uno puede apuntarse y, por una cuota al mes, disfrutar de todas las películas que se quiera. En Estados Unidos es frecuente que las salas donde se exhiben películas "artísticas" haya patrocinadores del cine en concreto o de algunos ciclos especiales. El State Theater, el cine de Michael Moore en Michigan, ofrece un modelo fantástico: se trata de una sala sin ánimo de lucro (con algunas sesiones a 25 centavos) que funciona gracias al voluntariado y a su asociación con organizaciones de la zona, desde clubes de estudiantes pasando por la parroquia local y asociaciones de cinéfilos. Los donativos particulares también son fundamentales. Dar mayor protagonismo a los espectadores para que hagan suyo el cine, favorecer que puedan influir en la programación e implicarse en sus actividades parece una buena fórmula para atraer espectadores.