José Luis Peixoto: "Los jóvenes portugueses vuelven a los caminos de la emigración"
José Luis Peixoto (Galveias, 1974) ha titulado su último libro Libro (El Aleph Editores). No es una broma: "Está justificado en la trama", dice. En la novela unos padres acaban llamando a su hijo así, Libro, por razones que no conviene explicitar para no destripar la novela. Esos padres son dos inmigrantes portugueses instalados en Francia en los primeros años de la década de los 70. Son una mínima representación de un fenómeno masivo. Entre 1960 y 1974 (año de la Revolución de los Claveles) más de un millón y medio de portugueses emigraron hacia el país galo. Entre ellos, los padres del escritor portugués, que sentía que en las letras lusas había una carencia grave: el relato de aquella epopeya sin gloria. Peixoto, autor celebrado hasta en los herméticos Estados Unidos (la mujer de Gay Talese le ha publicado en su sello), se encuentra estos días en Madrid. En la librería Tipos infames, con sus antebrazos tatuados apoyados sobre la mesa (en uno puede leerse Yoknapatawa, un guiño a su admirado Faulkner), explica los alambicados entresijos narrativos de Libro.
Pregunta.- La historia de Libro le es biográficamente muy cercana. ¿Sentía como una especie de obligación contarla?
Respuesta.- De algún modo, sí. Es la historia de mis padres. Cuando empecé a considerar la posibilidad de contarla me di cuenta que era también la historia de miles de portugueses. Entre 1960 y 1974 emigraron hacia Francia un millón y medio, casi un 15% de la población total del país. Portugal fue el único país europeo cuya población decreció en esa época. Me extrañaba que algo así no estuviera todavía reflejado en un género tan contemporáneo como la novela. La inmigración es un tema muy cautivador, que puede interesar también a quien no la ha vivido porque evidencia el coraje de las personas y el vínculo que les une con el lugar donde nacieron. Yo la he vivido indirectamente y creo que eso me ha permitido contarla, porque para los que sí la vivieron directamente es una experiencia traumática.
P.-¿Ve un paralelismo entre aquella época y la actual, tan incierta también en Portugal?
R.-Hoy los jóvenes y no tan jóvenes están echándose de nuevo a los caminos de la emigración. Es una experiencia que les recordará lo que ocurrió hace décadas, porque últimamente se nos había olvidado, sobre todo a la hora de acoger a los que llegaban a Portugal. Ahora recordamos que fuimos un país de emigrantes. En general, los portugueses tenemos una idea muy pesimista de nosotros mismos. Sólo nos parecen importantes los descubrimientos y las epopeyas marítimas. Pero la gloria de Portugal también está en el coraje de la gente llana que se lanzó a lo desconocido, huyendo la dictadura, de la pobreza, del reclutamiento forzoso para las guerras coloniales...
P.-Algunos hablan del Portugal de entonces como de un país prisión...
R.-Sí, es una definición muy cercana a la realidad. Hay una frase que empleaba mucho Salazar y que lo resume muy bien. "Orgullosamente solos", decía. Y así fue en los 40 y los 50. A partir de los 60, gracias a los inmigrantes que traían las costumbres que aprendían fuera, las fronteras se fueron diluyendo. Un proceso que se completó con la entrada en la Unión Europea.
P.-¿Le han gastado muchas bromas a cuento del título?
R.-La verdad es que sí. Es un título de entrada que desconcierta, pero que está perfectamente justificado si se lee. Si lo hubiera titulado Un libro parecería muy humilde. Y si lo hubiera titulado El libro parecería arrogante y ambicioso. Libro está en un impreciso término intermedio.
P.-Dice que sus libros parten de una idea inicial y luego se marca unas reglas que actúan como pilares de la narración. ¿Cuáles han sido en este caso?
R.-El libro tiene dos partes muy distintas. La primera, la más larga y extensa, de 200 páginas, es más realista. Y la segunda, de apenas 50 páginas, es como si ofreciera dados nuevos. La segunda desmonta la primera. Da una nueva perspectiva de lo que parecía establecido.
P.-La orfandad de Ilídio, el protagonista, tiene una fuerza simbólica que va más allá del personaje, ¿no?
R.-Sí, porque todos en algún momento acabamos siendo huérfanos. Quedamos en una posición de fragilidad en la que nadie puede salvarnos de nuestras propias caídas. Esa orfandad es una condición esencial de los seres humanos. Llegamos a este mundo y estamos en él durante un tiempo y nos esforzamos constantemente por comprenderlo, valiéndonos básicamente de nosotros mismos.
P.-Reconoce la gran influencia de Lobo Antunes sobre su obra. Y con Saramago tuvo una relación personal cercana desde que ganó su premio en 2001, además de ser un hombre afín a usted en sus orígenes rurales y humildes. ¿En la disputa entre ambos se sitúa más cerca de uno que de otro?
R.-Para mí era una gran responsabilidad saber que Saramago leía todos mis libros y que luego me haría observaciones y me daría consejos. Y Lobo Antunes es un hombre muy influyente en las letras portuguesas de los últimos años, alguien que destila nuestra tradición poética. No se puede escribir en Portugal ignorándolo. Yo no he hablado nunca con él. Y con Saramago nunca hablé de Lobo Antunes. Creo que es posible leer a los dos y mantenerse lejos de la disputa. Lo que he recibido de ambos es muy valioso.