El Cultural

Algo indescriptiblemente triste

11 julio, 2013 02:00

Isaki Lacuesta se suma al fenómeno cómico de Venga Monjas, adalides del post-humor, dirigiendo la pieza Tres Tristes Triples. No se la pierdan.

 

"Hay una distancia muy pequeña entre la alta cultura y la basura.

Y la basura que contiene elementos de locura se sitúa,

por encima de esta cualidad, más cerca del arte" (Douglas Sirk)

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Decía el crítico Dave Kehr que "hay algo indescriptiblemente triste" en la idea de sentarse a escribir ideas sesudas sobre la comedia, "una materia definida por su ligereza y efervescencia". Sentarse a escribir sobre el trabajo de los Venga Monjas resulta, en extensión, escribir sobre esto que se ha (con)venido en llamar el post-humor, es decir, el humor muchachada, Querido Antonio, el extraterrestre Vigalondo, los ultrashows de Noguera, las tiras cómicas de Adanti, Mi loco Erasmus y, si quieren, hasta el último Almodóvar, que para mí que se ha sumado al club chanante aunque solo sea como amante pasajero. Y entonces se abren paso las ideas sesudas, o más bien la tentación de intelectualizar una materia acaso inintelectualizable (perdón), como ya hicieron los surrealistas en su momento, sepultando su arte bajo el flujo inaprensible de la teoría.

No es exactamente surrealismo lo que circula por el post-humor, aunque no escapa a él, como tampoco lo ha hecho ningún fenómeno cómico del arte del siglo XX: desde Buster Keaton y Charlie Chaplin hasta Ben Stiller, el Saturday Night Live y Louis C. K., pasando por los hermanos Marx, Billy Wilder, Jerry Lewis, Woody Allen, Zucker & Abrahams, los Monty Python, etc. En el cine español, tendemos a asociar la comedia con Azcona, Berlanga y el costumbrismo sainetero; con Almodóvar, telecomedias y Torrente. Señalaba Jordi Costa que en el lado opuesto al modelo berlanguiano se colocaba lo abyecto, lo "ozoriano", que vendría a ser la desarticulación de la comedia, y que la tercera vía la abrió José Luis Cuerda con Total (1975), para retomarla con Amanece que no es poco (1989) y Así en el Cielo como en la Tierra (1995). La lógica del absurdo que destilaba esta trilogía de culto parece estar en el origen de lo que hoy se entiende por post-humor, y que regresó discretamente en la televisión pública (La hora chanante de Joaquín Reyes) para extender sus tentáculos en internet.

Venga Monjas, integrado por Estaban Navarro y Xavi Daura, lleva seis años colgando vídeos en YouTube y en su página de Vimeo para regocijo de sus seguidores en la red, que crece y crece. Con sus genuinas marcianadas se han convertido en un emblema viral y contemporáneo del post-humor, trabajando en colaboración con varios de sus más sonados representantes, sobre todo con Miguel Noguera. De la producción artesanal y su inherente rendición al elogio de lo cutre, han dado una especie de salto de calidad, en este último año, hacia producciones de carácter más profesional. Quizá el punto de giro se produjo con el cortometraje Llamadme Claudia, una suerte de falso documental sobre un actor publicitario interpretado por Noguera que habría tenido una salvaje influencia social, y en el que los Venga Monjas concentraban las formas y fondos de su singular concepción de la comedia. "Lo que él decía tenía carácter de estupidez, pero funcionaba", dice un creativo de publicidad en este apasionado filme. Y esta reflexión, de algún modo, es igualmente válida para el cuerpo de humor de los Venga Monjas.

Hasta cierto punto, nos han dicho, el post-humor ya no ambiciona provocar la risa, sino más bien generar el principio de incomodidad, de manera que el post-humor vendría a ser la propia autodestrucción de la esencia cómica, es decir, buscar la carcajada. Esto lo entendió muy bien Carlos Vermut, el director de Diamond Flash, que ha sido uno de los cinco cineastas, hasta el momento, invitado a dirigir una pieza Venga Monjas a lo largo del último año. En el extraordinario corto Don Pepe Popi, la colisión cómica que provoca una situación trágica -una madre encarga a los Venga Monjas que hagan un vídeo en memoria de su hija fallecida en un accidente de tráfico, con resultados tan delirantes como escalofriantes- genera en el espectador un profundo sentimiento de desconcierto, la risa se congela y la estupefacción violenta nuestra mirada, y por momentos no sabemos muy bien si hemos habitado una película de los Venga Monjas o una de Lars Von Trier (la conclusión me ha trasladado al final de Los idiotas) o incluso de Michael Haneke.

 

La autoconsciencia referencial y el metadiscurso cómico es algo muy propio del post-humor, que estaba muy presente en La hora chanante y Muchachada Nui. En Don Pepe Popi los Venga Monjas ponen de algún modo al descubierto su propio proceso de creación, no para cuestionarlo, sino para reforzar su sentido. Y en otros cortos parodian los trucos cutre-digitales de After Effects (Stracomb Tope de Fuerte, de Néstor F.) o las inercias académicas en el modo dominante de expresión del cine español (Aniversario, de Marc Crehuet, con pulla incluida a los estudiantes de cine del ESCAC). La última pieza con Venga Monjas, Tres tristes triples, la ha escrito y dirigido Isaki Lacuesta, y lleva el desentrañamiento de su oficio aún más lejos. El catalizador es otro encargo a los Vengas Monjas, esta vez el equipo femenino de baloncesto de Girona, porque su mejor jugadora, africana, va a ser deportada por los políticos. En la ficción, Esteban y Xavi se proponen esta vez extirpar todo rastro de comedia del encargo con la intención de "reinventarse" y hacer algo artie -"queremos que se muestre en el Macba o el CCCB", dicen-, un ?documental de negros".

Seguramente el tono macabro del corto no quede muy lejos de la comedia negra que está preparando Lacuesta en torno a la crisis económica, Murieron por encima de sus posibilidades, y que presumiblemente terminará de rodar este verano. Pero al mismo tiempo, como no podía ser menos, no deja de ser una pieza Venga Monjas totalmente reconocible por su habilidad para extraer especifidad humorística de cuestiones políticas muy políticamente incorrectas (relacionadas con la inmigración y la catalanidad), filtradas por el embudo del absurdo y por la voluntad de crear películas anti-canon y anti-académicas, que trascienden el gusto, que incluso pueden entrar en la categoría de esas películas que el crítico americano J. Hoberman definió como "objetivamente malas", capaces de "proyectar una estupidez que es absoluta y formidablemente genial". Por debajo de "la ligereza y la efervescencia" del relato, que escala en su delirio hacia un final ciertamente perturbador, anida ese "algo indescriptiblemente triste" que nos sacude a la hora de articular cualquier reflexión teórica sobre el humor... o el post-humor.