El Cultural

Arthur Russell (2): El océano bajo el hielo

30 agosto, 2013 10:42

[caption id="attachment_172" width="150"] Arthur Russell[/caption]

En el post anterior dejamos a Arthur Russell ante una encrucijada. ¿Había cambiado a sus colegas de The Kitchen y todo lo que significaban por las luces nocturnas de los clubes de baile y ambiente? Bueno, digámoslo así: cuando en 1981 funda con Will Socolov el sello Sleeping Bag Records, lo primero que publican es 24-24 Music, una composición de influencia disco que había sido producida y presentada en The Kitchen en 1979 para gran escándalo de sus colegas “artistas”. Para él la música dance era un valle o un meandro más en el camino de la gran corriente de la música, quizá un nuevo minimalismo, la última y más novedosa forma de música “seria”. Una idea que, naturalmente, para los integristas del avant gard (fanáticos olvidadizos de todo lo que le había ocurrido a la música en las últimas décadas) resultaba un desafío o una amenaza.

Sin embargo, Arthur no se había separado del todo del ambiente de The Kitchen. En 1983, el mismísimo Philip Glass sacará en en su sello privado una edición limitada de la grabación de Tower of Meaning (Chatham Square), la música incidental de Russell para una puesta en escena de Medea a cargo de Robert Wilson, que el propio Glass había arreglado. La pieza tal y como ha llegado a nosotros es un hermoasa pieza meditativa y orquestal pero no obstante hay que saber se publicó sin las voces con las que su autor la concibió, que la harían más próxima al resto de su obra.

Y ese mismo 1983, sin contradicciones, Loose Joints (o sea Russell con la ayuda de Steve D’Aquisto como co-productor) publicarán otro rompepistas dance estrábico y vírico llamado Tell You Today.

 

Todo este devenir parecía estar preparando el momento clave de su trayectoria, cierto punto hacia mediados de los 80 en que sus colaboraciones abundan tanto como sus apariciones en directo (tanto cantando solo con su chelo o acompañándose de pequeños grupos). Será esta la época en que cree singles como el firmado como Indian Ocean Treehouse/Schoolbell (lo último que sacará en su sello Sleeping Bag, 1986), donde contará con la ayuda de su colaborador de años Peter Zummo. Esto suena ya a Russell en estado puro.

 

En este tiempo explota como compositor y productor de canciones propias, íntimas, privadas, que amalagamarán ese raro ramillete de corrientes musicales, de estilo y gustos, de posibilidades y conocimientos rítmicos, armónicos y melódicos. Al menos cinco afluentes llegan al mismo cauce: la música de India en su vertiente más meditativa y “mántrica” y en la trepidación de los ritmos; la música “seria” de vanguardia y más concretamente la música minimal y el arte de performance; la no wave y el post punk neoyorquino y el nuevo rock (ya saben, The Modern Lovers, Talking Heads, Suicide…); la música de DJ funky y dance (con su herencia negra) y el incipiente house electrónico festivo de los clubes gays: y, por último, y aunque algo más enterrada no menos importante, las raíces folk americanas, la estela de las canciones de autor, de las historias cantadas que el chico llevó consigo en su viaje del campo a la ciudad más grande de todas. Todo ello ofrecido en un cóctel de una gran pureza y levedad.

En 1985 ha cuajado la mezcla de esos ingredientes, de las líneas que se entrecruzan en la obra de Russell. Porque, y esto es lo más importante de esta historia, los éxitos de baile no serán la única música que creará. Durante una docena de años, además de tales hits envenenados, Russell irá coleccionando una colosal cantidad de canciones que irá grabando a menudo en su propia casa.

En 1986 se publicará el único elepé oficial de Arthur Russell: Un prodigio de dieciocho cortes llamado Word of Echo donde pueden verse con claridad las cinco caras del poliedro. Hoy World of Echo no suena adelantado a su tiempo sino incluso al nuestro. Digámoslo así: estaba gente como Laurie Anderson o Glenn Branca, o, si lo prefieren estaban Disco Inferno, en otro mundo pero no demasiado lejos. Y luego estaba Russell, un gigante escondido entre el maizal de rascacielos.

Aquí pueden escucharlo:

 

World of Echo anticipa futuros pliegues del techno y el house, de la IDM y de la indietronica pero es un álbum que quizá valoramos más, en primer lugar por el hecho de haberse publicado, por aparecer tan solo en su discografía en vida. Hubo otros intentos de discos completos en esta época que no llegarán a ser editados. Por ejemplo, en 1985 se frustró uno llamado Corn, donde se dejaban ver las influencias del hip hop en su electrónica cada vez más pop. Socolov, su socio en el sello Sleeping Bag, se negará a sacarlo por parecerle demasiado poco comercial y ahondarán las diferencias artísticas que los habían enfrentado en la producción de Wax The Van. Tales discrepancias serán las que terminen por decidir a Russell a abandonar su propio sello.

Pero si es World of Echo un milagro es sobre todo porque el mismo Russell dejó que viera la luz. Y es que nuestro hombre podía llegar a ser su peor enemigo. Como han relatado muchos de sus colaboradores, Arthur tenía un problema serio a la hora de dar por acabada una mezcla. No podía decidirse por una sola posibilidad musical grabada. Son legendarias las ocasiones en que se arripintió de decisiones o llegó con nuevos cambios incluso con el disco prensado ya sonando en los clubes. Además, dicen, era un yonqui del estudio de grabación, su particular líquido anmiótico. Esa incapacidad suya para terminar las canciones, los discos, las producciones fueron un dolor para él y para los que le rodeaban y marcó su obra.

En World of Echo posiblemente lo consigue porque no tenía demasiadas cosas que mezclar: aparentemente consiste en interpretaciones que fuera grabando entre 1980 y 1986, sólo él con su chelo, su voz, toques de percusión a mano y algo de electrónica, todo adobado con efectos de eco y distorsión. Russell consigue una obra de pop electroacústico, hecha un poco de manera rudimentaria, siguiendo el espíritu de la performance y al modo en que trabajaban los pioneros de la electrónica, sin gozar apenas de las posibilidades del estudio de grabación.

Más allá de este disco tremendo, cuando uno se aleja de lo producido en esos años, todo el conjunto se muestra difícil de abarcar, requiere de complejas operaciones de cómputo. Porque, ¡ah!, es que hay mucho más. Como decíamos la obra conocida es tan sólo la punta del iceberg. Ese conjunto, ese poliedro, al parecer es sólo la fina capa de hielo que cubre todo un océano insondable. Según cuenta Steve Knutson, el responsable de Audika, al fallecer el genio (sí, a estas alturas ya nos dejamos llevar) se encontraron más de mil cintas grabadas (entre bobinas de media pulgada, cassetes y DATs), con horas y horas de material inédito. Una especie de tesoro a lo Henry Darger. Pese que han ido sacando a la luz algunas cosas de la oscura cámara (en discos impagables como el mencionado la semana pasada Love is Overtaking Me o en Calling Out of Context, donde se recupera parte de Corn o en aquel primerizo Another Thought que publicó Point en 1994), al parecer aún hoy están explorando aquello.

Es en esa herencia de Russell donde aparece con más claridad su labor musical sin descanso, hasta la locura, su fecundidad de prueba y error (tan propia de la cultura india), su promiscuidad musical, su rara capacidad para fluir en la música entendida como un elemento donde desenvolverse fueron paralelas a un perfeccionismo obsesivo y enfermizo, una imposibilidad para anclarse en un determinado resultado sonoro. Así, en esas miles de grabaciones dejó cosas como cuarenta mezclas alternativas de la mencionada Let’s Go Swimming, una de sus piezas más redondas (de la que conocemos varias versiones y mezclas) y otra de las que tratan de sumergirse en el medio acuático en que parece flotar su voz, sus inflexiones melódicas, letras y ritmos.

 

La singladura de Arthur Russell no llegó a puerto sino que, como lo hacen algunos mitos contemporáneos (pienso en los protagonistas de Arrebato de Iván Zulueta, por ejemplo, o, más literalmente, en el artista Bas Jan Ader) se disolvió en el flujo y elemento de su creación, en el océano interminable de sus canciones siempre inacabadas. Ahora es su relato lo que no parece haber llegado a su fin.