El Cultural

Los regresos de Homeland

29 enero, 2015 14:19

Lo cierto es que no apostaba mucho por Homeland tras el cierre de la segunda temporada. La distancia de calidad respecto a la primera parecía insalvable, y el desvío de la serie hacia un tono cercano al melodrama, junto a la manifiesta dificultad para mantener en juego el nivel de tensiones sin Nicholas Brody en el tablero de juego, no prometía un futuro halagüeño para la ficción de Showtime. Pero lo cierto es que Homeland se ha reinventado y las tornas se han dado la vuelta. La cuarta temporada ha sido tan inesperadamente buena, y llevada con tanta inteligencia, que ahora la idea de una quinta entrega (ya confirmada) no se antoja tan disparatada. Es más, esperamos el regreso con interés.

En torno a la noción del “regreso”, precisamente, voy a intentar argumentar en tres pasos qué creo ha hecho posible esta resurrección de una serie que parecía definitivamente enterrada.

Regreso 1

Ha sido un proceso de reseteado. Apagar casi todo para volver a empezar. La solución de las tramas principales y la desaparición de Brody (cuyo romance con Carrie ya no podía sostener por más tiempo el juego de espías) colocaron la serie en un callejón sin salida. ¿Solución? La más obvia, cambiar de escenario. La lucha antiterrorista se traslada por tanto a Pakistán, frontera con Afganistán, al corazón del yihadismo. Un nuevo abanico se despliega para el Writer’s Room de Homeland, que incluye virales en youtube, drones, reestructración de Al Qaeda, nuevos héroes y villanos, conflictos diplomáticos, etc. Incluso les permite profundizar en el lado Matahari de Carrie Mathison y otorga un nuevo protagonismo a Peter Quinn, personaje magnético, en la serie.

Pero el renacimiento de Homeland está realmente encarnado en Franny, la hija pelirroja de Brody y Carrie. Es un personaje terciario a nivel presencial en esta cuarta temporada (es un bebé, no podía ser de otra forma), pero primario en su trascendencia dramática. Quizá por eso los guionistas deciden en el primer capítulo mostrarnos, en un gesto inquietante y radical, cómo la bipolaridad de Carrie duda entre ahogar a su hija en la bañera o dejarla vivir. El impacto de la imagen (tanto por la trascendencia dramática del gesto como por lo inverosímil que se antoja) permanece en la memoria del telespectador hasta el sorprendente último capítulo. Pero de esto hablaré en el tercer regreso.

Regreso 2

Los rasgos físicos de Frannie nos recuerdan al padre, que pulula como un espectro por el trayecto de esta última entrega. Con varios detalles reveladores, los creadores han logrado que la ausencia de Nicholes Brody adquiera una fantasmagórica presencia. Más que un regreso, lo que propone el extroardinario capítulo 4.7, titulado Redux, es una regresión. Intoxicada con pastillas alucinógenas, Carrie se adentra en la noche más oscura de Pakistán para acabar en los brazos Brody, o quien ella cree ser Brody, pues en realidad se trata de un oficial del Servicio de Inteligencia paquistaní. El capítulo está filmado con una convicción de efectos en planos subjetivos que lo convierte en uno de los más ambiciosos y logrados de la serie.

Lo cierto es que algunos telespectadores no dieron crédito al ahorcamiento de Brody en la tercera temporada. Por más evidente que fuera, confiaban en que regresaría de los muertos, que se trataba de un truco de guion, un traumático incidente sin consecuencias finales. La reaparición de Brody en la mente distorsionada de Carrie en Redux viene a darles la razón y a quitársela al mismo tiempo. Ahora no hay dudas –aunque por unos momentos, hasta que se hace evidente que la reaparición es de carácter alucinatorio, realmente nos hicieron dudar–, Brody está bien muerto. Su imposible regreso es la proyección de un deseo individual (el de Carrie) y colectivo (el de los telespectadores).

Regreso 3

Nos hemos ido convenciendo de que, como todas las grandes series norteamericanas, Homeland es en verdad un drama familiar. Su apariencia es la de un thriller de espionaje, pero la verdadera sustancia dramática de la serie (lo que subyace bajo las tensiones políticas y antiterroristas) es la familia, que actúa como motor emocional. Por un lado el pueblo, claro, “la familia americana”, por cuya seguridad vela el FBI, pero sobre todo los “retratos de familia”, los de Brody y Carrie. La primera temporada narraba tanto el profundo aislamiento de Carrie respecto a su familia, replegada en sus fantasmas, obsesiones y perturbaciones bipolares, como la destrucción de la familia Brody tras el regreso del patriarca, que representaba una amenaza para la estabilidad familiar y la del país. El concepto del “enemigo interior” –que reaparece en el cine norteamericano con El francotirador de Eastwood– encontraba en la ficción de Showtime una nueva forma dramática de sofisticación y de inteligencia alegórica.

La implicación romántica de Carrie no hacía sino añadir mayor complejidad a la esquizofrenia espiritual de Brody, de su familia y, por extensión metafórica, de Estados Unidos. Si recordamos, tanto la segunda como tercera temporada concedían mucho espacio a la mujer y los hijos de Brody, hasta el punto de que nos cansamos de ellos, de sus angustias, suicidios y rebeldías adolescentes, de los adulterios y traiciones del matrimonio. La trama de la familia Brody no funcionó, y probablemente ese sea uno de los motivos de que tampoco lo hiciera la serie. Pero claramente los guionistas entendían que la única forma de hablar de las fracturas y esquizofrenias de América es a través de sus familias, que operan un paso más allá de la disfuncionalidad. Lo que ralmente está en juego es la identidad familiar, la identidad de la nación.

A esa noción familiar es a la que regresa con aires renovados la cuarta temporada, añadiendo nuevos significados. El mensaje que trasciende es inesperado por cuanto se aleja lejos de heroicismos: “Somos muy vulnerables”. El gen autocrítico de Homeland funciona a la perfección: la fragilidad de América en la lucha contra el yihadismo no ha quedado nunca tan claramente expuesta en una teleficción (a excepción de 24, quizá, aunque Jack Bauer juega en otra liga) como en esta cuarta temporada.

No es casual que tanto el arranque como el final de la temporada transcurran en Estados Unidos, aunque todo el grueso de la actividad antiterrorista se dispute esta vez en Pakistán. El primer capítulo nos muestra a una Carrie en plena huida hacia adelante de su nueva vida. Abandona a su familia, a su bebé recién nacido, para entregarse obsesivamente a su nuevo cargo en Oriente Medio. En un gesto de ruptura realmente inesperado, el último capítulo regresa a Estados Unidos, a la homeland, dejando las cosas en el aire en Pakistán y clausurando la temporada con un capítulo extraño, anticlimático, uno de los más sorprendentes de la nueva teleficción. Es una decisión audaz.

El tempo se dilata, la serie se relaja, asistimos casi a un retrato de la cotidianidad familiar, y los personajes que hace unas horas se jugaban las vidas en el infierno paquistaní brindan ahora con whisky en el funeral del padre de Carrie (en una escena apenas iluminada, muy oscura, bajo el rigor del luto). Carrie regresa a su hogar ante la llamada de la familia. Es puro anticlímax. Pero la destrucción a su alrededor flota en el ambiente. La tensión es de otro tipo, es de carácter social, ambiental, familiar, incluso romántico. La serie ha encontrado de nuevo su corazón emocional, su verdadera oscuridad. Es ahí, de vuelta al hogar, cuando la vulnerabilidad se hace realmente palpable.